martes, 16 de abril de 2024

No hurtarás - No robarás


 

7º.- No hurtarás - No robarás



"Jesucristo nos desvela el sentido pleno de las Escrituras. «No robarás» quiere decir: ama con tus bienes, aprovecha tus medios para amar como puedas. Entonces tu vida será buena y la posesión será de verdad un don."  (Papa Francisco)





Catecismo de la Iglesia      2401-2449


Resumen CEC


2450 “No robarás” (Dt 5, 19). “Ni los ladrones, ni los avaros [...], ni los rapaces heredarán el Reino de Dios” (1Co 6, 10).


2451 El séptimo mandamiento prescribe la práctica de la justicia y de la caridad en el uso de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres.


2452 Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. El derecho a la propiedad privada no anula el destino universal de los bienes.


2453 El séptimo mandamiento prohíbe el robo. El robo es la usurpación del bien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño.


2454 Toda manera de tomar y de usar injustamente un bien ajeno es contraria al séptimo mandamiento. La injusticia cometida exige reparación. La justicia conmutativa impone la restitución del bien robado.


2455 La ley moral prohíbe los actos que, con fines mercantiles o totalitarios, llevan a esclavizar a los seres humanos, a comprarlos, venderlos y cambiarlos como si fueran mercaderías.


2456 El dominio, concedido por el Creador, sobre los recursos minerales, vegetales y animales del universo, no puede ser separado del respeto de las obligaciones morales frente a todos los hombres, incluidos los de las generaciones venideras.


2457 Los animales están confiados a la administración del hombre que les debe benevolencia. Pueden servir a la justa satisfacción de las necesidades del hombre.


2458 La Iglesia pronuncia un juicio en materia económica y social cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas. Cuida del bien común temporal de los hombres en razón de su ordenación al supremo Bien, nuestro fin último.


2459 El hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económica y social. El punto decisivo de la cuestión social estriba en que los bienes creados por Dios para todos lleguen de hecho a todos, según la justicia y con la ayuda de la caridad.


2460 El valor primordial del trabajo atañe al hombre mismo que es su autor y su destinatario. Mediante su trabajo, el hombre participa en la obra de la creación. Unido a Cristo, el trabajo puede ser redentor.


2461 El desarrollo verdadero es el del hombre en su integridad. Se trata de hacer crecer la capacidad de cada persona a fin de responder a su vocación y, por lo tanto, a la llamada de Dios (cf CA 29).


2462 La limosna hecha a los pobres es un testimonio de caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios.


2463 ¿Cómo no reconocer a Lázaro, el mendigo hambriento de la parábola, en la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria? (cf Lc 16, 19-31). ¿Cómo no escuchar a Jesús que dice: “A mi no me lo hicisteis?” (Mt 25, 45).








El primer paso hacia la vida eterna es siempre la observancia de los mandamientos; en este caso el séptimo: «No robar» 


Benedicto XVI, Ángelus III Domingo Adviento



El Evangelio de este domingo de Adviento muestra nuevamente la figura de Juan Bautista, y lo presentan mientras habla a la gente que acude a él, al río Jordán, para hacerse bautizar. Dado que Juan, con palabras penetrantes, exhorta a todos a prepararse a la venida del Mesías, algunos le preguntan: «¿Qué tenemos que hacer?» (Lc 3, 10.12.14). Estos diálogos son muy interesantes y se revelan de gran actualidad.


La primera respuesta se dirige a la multitud en general. El Bautista dice: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo» (v. 11). Aquí podemos ver un criterio de justicia, animado por la caridad. La justicia pide superar el desequilibrio entre quien tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario; la caridad impulsa a estar atento al prójimo y salir al encuentro de su necesidad, en lugar de hallar justificaciones para defender los propios intereses. Justicia y caridad no se oponen, sino que ambas son necesarias y se completan recíprocamente. «El amor siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa», porque «siempre se darán situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo» (Enc. Deus caritas est, 28).


Vemos luego la segunda respuesta, que se dirige a algunos «publicanos», o sea, recaudadores de impuestos para los romanos. Ya por esto los publicanos eran despreciados, también porque a menudo se aprovechaban de su posición para robar. A ellos el Bautista no dice que cambien de oficio, sino que no exijan más de lo establecido (cf. v. 13). El profeta, en nombre de Dios, no pide gestos excepcionales, sino ante todo el cumplimiento honesto del propio deber. El primer paso hacia la vida eterna es siempre la observancia de los mandamientos; en este caso el séptimo: «No robar» (cf. Ex 20, 15).


La tercera respuesta se refiere a los soldados, otra categoría dotada de cierto poder, por lo tanto tentada de abusar de él. A los soldados Juan dice: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga» (v. 14). También aquí la conversión comienza por la honestidad y el respeto a los demás: una indicación que vale para todos, especialmente para quien tiene mayores responsabilidades.


Considerando en su conjunto estos diálogos, impresiona la gran concreción de las palabras de Juan: puesto que Dios nos juzgará según nuestras obras, es ahí, justamente en el comportamiento, donde hay que demostrar que se sigue su voluntad. Y precisamente por esto las indicaciones del Bautista son siempre actuales: también en nuestro mundo tan complejo las cosas irían mucho mejor si cada uno observara estas reglas de conducta. Roguemos pues al Señor, por intercesión de María Santísima, para que nos ayude a prepararnos a la Navidad llevando buenos frutos de conversión (cf. Lc 3, 8).





Comentario:  Benedicto XVI tomó como punto de partida el pasaje bíblico que relata las recomendaciones dadas por San Juan el Bautista a los judíos que quieren alcanzar la vida eterna.


El Papa recordó que el predicador dio criterios de justicia animados por la caridad cuando señaló que, para alcanzar a salvarse, "quien tiene dos túnicas, le entregue una a quien no tiene, y quien tiene de comer, haga lo mismo".


"La justicia pide superar el desequilibrio entre quien tiene lo superfluo y a quien le falta lo necesario, la caridad empuja a estar atentos al otro y a ir al encuentro de su necesidad, en lugar de buscar justificaciones para defender sus propios intereses", dijo.


"La justicia y la caridad no se oponen, sino que ambas son necesarias y se completan mutuamente. El amor será siempre necesario, incluso en la sociedad más justa, porque siempre existirán situaciones de necesidad material en las cuales es indispensable una ayuda en la línea de un concreto amor por el prójimo", agregó.


Según el Papa, San Juan Bautista se dirigió también a algunos "publicanos"; es decir, los cobradores de impuestos por cuenta de los romanos, quienes eran despreciados porque, a menudo, aprovechaban de su posición para robar.


Destacó que a ellos no les pidió cambiar de oficio, sino empeñarse en no exigir nada más de cuanto ha sido fijado.


Así el profeta, a nombre de Dios, no solicitó gestos excepcionales sino, sobre todo, el cumplimiento honesto del propio deber. "El primer paso hacia la vida eterna es siempre la observancia de los mandamientos, en este caso el séptimo: no robar", apuntó.


San Juan habló también a los soldados, otra categoría dotada de cierto poder y, por lo tanto, tentada a abusar. A ellos los exhortó a no maltratar y no quitar nada a ninguno. "Confórmense con sus pagas", sostuvo.


Aquí, añadió Benedicto XVI, la conversión comienza por la honestidad y el respeto a los demás, una indicación que vale para todos, especialmente para quien tiene mayores responsabilidades.









No hurtarás 


Sabemos que hurtar es causar daño al prójimo tomando o reteniendo bienes que le son propios. Se hace, además, contra la voluntad del legítimo propietario pero sin causar daño en aquello que se hurta ni, tampoco, a las personas a las que se les hurta.


Pero, aunque se haga sin causar más estrago que el propio de privar de algo ajeno al prójimo, no extraña que tal forma de proceder sea contemplada en el Catálogo normativo de Dios de una forma no permitida. Sin embargo, como pasa en todos los Mandamientos de la Ley de Dios, su sentido va más allá de la letra de los mismos pues también la conducta incumplidora del ser humano de lo dicho por el Creador, es diversa y tiene, siempre, mucha imaginación para tergiversar lo que es la voluntad de Dios.


Las siguientes preguntas nos sirven, como en otros casos, para preguntarnos acerca de nuestra actitud sobre el séptimo Mandamiento:


¿Has hurtado algo ajeno en materia leve?

¿Has perjudicado gravemente a otros en sus bienes? (En su negocio, comercio, clientela, fortuna, hacienda…)

¿Has comprado o vendido con engaño? (En el peso, cantidad, calidad, medida, precio…)

¿Pagas lo justo (salarios, deudas, precios…), y cobras lo justo por tu trabajo? (Sueldos, ventas, negocios, prestamos…)

¿Has comprado, a sabiendas, lo hurtado?

¿Has jugado cantidades grandes o que no son tuyas?

¿Has hecho trampas en el juego por ganar?

¿Has pasado billetes falsos?

¿Has sisado en las compras?

¿Derrochas el dinero en lujos y caprichos?

¿Te has dejado sobornar? ¿Aceptas dinero de negociantes o litigantes?

¿Retienes el dinero ajeno? (De legados, limosnas, pagos, jornales de obreros…)


No hurtarás


¿Has cooperado de alguna manera a los robos ajenos? (Encubriéndolos, aconsejando, callando, ayudando, participando, no impidiendo…)

¿Sientes codicia excesiva, envidias a los ricos, y te quejas de Dios porque no te da más riquezas?

¿Has deseado robar al prójimo o perjudicarle en sus bienes?

¿Has tramado algo para apoderarte de lo ajeno?

¿Tratas de enriquecerte aprovechándote de la escasez o de la necesidad del prójimo?

¿Cumples con la justicia social, según tu posición?

¿Das limosnas proporcionadas a tus ingresos?











Y, ante esto, también podemos preguntarnos si hemos, por ejemplo, restituido, pudiendo, lo hurtado y resarcido el daño que se ha causado porque si está mal pecar no podemos dejar de recordar que debería ser posible que el corazón del cristiano, aquí católico, sintiera la necesidad de corregir el daño causado.


Pero para que se comprenda que lo básico en el comportamiento, ahora en este aspecto de la propiedad ajena, es que se tenga por cierto y verdadero lo que nos debe importar el prójimo, el Decreto sobre el Apostolado de los Seglares (8), de título Apostolicam actuositatem (del Concilio Vaticano II) dice que


“Para que este ejercicio de la caridad sea verdaderamente extraordinario y aparezca como tal, es necesario que se vea en el prójimo la imagen de Dios según la cual ha sido creado, y a Cristo Jesús a quien en realidad se ofrece lo que se da al necesitado; se considere con la máxima delicadeza la libertad y dignidad de la persona que recibe el auxilio; que no se manche la pureza de intención con ningún interés de la propia utilidad o por el deseo de dominar; se satisfaga ante todo a las exigencias de la justicia, y no se brinde como ofrenda de caridad lo que ya se debe por título de justicia; se quiten las causas de los males, no sólo los efectos; y se ordene el auxilio de forma que quienes lo reciben se vayan liberando poco a poco de la dependencia externa y se vayan bastando por sí mismos”


Por lo tanto, en el amor, en la caridad, ha de residir, y reside, la voluntad de tener en cuenta, para su bien, al prójimo y, así, no detraerle bienes que le son propios. Y todo esto porque sabemos, y no podemos dejarlo olvidado cuando nos conviene, que el resto de personas son criaturas de Dios y, por lo tanto, merecen respeto y tener en cuenta su dignidad como tales. Además, como expresión de verdadera caridad, San Juan, en su Primera Carta (3, 17) nos advierte acerca de que


“El que tuviere bienes de este mundo y viendo a su hermano pasar necesidad le cierra las entrañas, ¿cómo mora en él la caridad de Dios?”


Tengamos, pues, en cuenta, el sentido profundo de no hurtar pues, al fin y al cabo lo que tenemos lo habemos por gracia de Dios y el hermano que padece puede sentirse hurtado en su propia circunstancia.


En realidad, hay muchas formas de hurtar como, por ejemplo


-Quitar, retener, estropear o destrozar lo ajeno contra la voluntad de su propietario.


-El fraude o, lo que es lo mismo, hurtar con apariencias legales, con astucia, falsificaciones, mentiras, hipocresías, pesos falsos…


-La emisión de cheques sin fondo o la firma de letras de cambio que, a sabiendas, nunca podrán ser pagadas.


-La usura o las trampas en el juego.


-También lo siguiente a tener en cuenta y que recoge el Deuteronomio (25, 15-16):


Has de tener un peso cabal y exacto, e igualmente una medida cabal y exacta, para que se prologuen tus días en el suelo que Yahvéh tu Dios te da. Porque todo el que hace estas cosas, todo el que comete fraude, es una abominación para Yahvéh tu Dios.


No hurtarás


-O esto otro que recoge el Levítico (19, 35).


“No cometáis injusticia en los juicios, ni en las medidas de longitud, de peso o de capacidad: tened balanza justa, peso justo, medida justa y sextario justo. Yo soy Yahvéh vuestro Dios, que os saqué del país de Egipto”






Es más que posible que muchas de estas actuaciones queden sin castigo humano porque, como es comprensible, no todo puede ser controlado ni es posible que todas las diversas formas de hurtar que aquí hemos contemplado, tengan su justo castigo. Sin embargo, no es menos cierto y verdad que Dios, que todo lo sabe y todo lo ve, juzgará, cuando sea oportuno, semejantes comportamientos y que bien podemos darnos cuenta de esto en los textos del Antiguo Testamento aquí traídos.


Por otra parte, en el libro “Dios y el mundo” que es, como sabemos, la fijación por escrito de una larga conversación habida entre Peter Seewald y el entonces cardenal Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) preguntó el escritor, precisamente, sobre el Mandamiento relativo a “No hurtarás”.


El cardenal respondió (a la pregunta “El séptimo mandamiento: ‘No hurtarás’. Respetar la propiedad ajena es un precepto banal. ¿Qué más esconde detrás?”) lo siguiente:


“La doctrina de la asignación universal de los bienes de la creación no es sólo una idea bonita, también tiene que funcionar. Por eso está supeditada a ella la verdad de que el individuo necesita su esfera en las necesidades fundamentales de la vida y por tanto debe existir un sistema de propiedad que cada individuo debe respetar. Esto exige, por supuesto, las necesarias leyes sociales orientadas a limitar y controlar los abusos de la propiedad.


Ahora vemos con una claridad antes infrecuente cómo las personas se autodestruyen viviendo solamente para atesorar cosas, para sus asuntos, cómo se sumergen en ello, convirtiendo la propiedad en su única divinidad. Quien, por ejemplo, se somete por completo a las leyes de la Bolsa, en el fondo no puede pensar en otra cosas. Vemos el poder que ejerce entonces el mundo de la propiedad sobre las personas. Cuanto más tienen, más esclavas son, porque deben estar continuamente cuidando esa propiedad y acrecentándola.


La problemática de la propiedad también se observa claramente en la relación perturbada entre el Primer y el Tercer Mundo. Aquí la propiedad ya no está supeditada a la asignación universal de los bienes. También aquí es preciso hallar formas legales para que esto siga equilibrado o se equilibre.


Ya ve usted cómo la palabra de respetar los bienes ajenos entraña una enorme carga de verdad. Abarca ambas cosas, la protección de que cada cual ha de recibir lo que necesita para vivir (y después hay que respetárselo), pero también la responsabilidad de utilizar la propiedad de forma que no contradiga la misión global de la creación y del amor al prójimo.”


Sepamos, pues, que hurtar, es mucho más que aquello que pudiera parecer y que, sobre todo, Dios, que ve en lo secreto, ama a quien sabe darse cuenta del mal hecho y que, al fin y al cabo, mejor cristiano es quien, ante el pecado sabe pedir perdón, restituir, reparar,  levantarse y seguir adelante.




San Lucas 19, 1-10


Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad.

Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico.

Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura.

Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí.

Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.»

Se apresuró a bajar y le recibió con alegría.

Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.»

Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.»

Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido...









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