miércoles, 10 de julio de 2024

La codicia y la envidia




«No desearás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo» (Dt 5, 21).



2534-2557 en el Catecismo de la Iglesia







El desorden de la concupiscencia


2535 El apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no poseemos. Así, desear comer cuando se tiene hambre, o calentarse cuando se tiene frío. Estos deseos son buenos en sí mismos; pero con frecuencia no guardan la medida de la razón y nos empujan a codiciar injustamente lo que no es nuestro y pertenece o es debido a otra persona.


2536 El décimo mandamiento prohíbe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales:


«Cuando la Ley nos dice: No codiciarás, nos dice, en otros términos, que apartemos nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed codiciosa de los bienes del prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada, como está escrito: El ojo del avaro no se satisface con su suerte (Qo 14, 9)» (Catecismo Romano, 3, 10, 13).






2539 La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida. Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal:


San Agustín veía en la envidia el “pecado diabólico por excelencia” (De disciplina christiana, 7, 7).


“De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad” (San Gregorio Magno, Moralia in Job, 31, 45).




Los deseos del Espíritu


2541 La economía de la Ley y de la Gracia aparta el corazón de los hombres de la codicia y de la envidia: lo inicia en el deseo del Supremo Bien; lo instruye en los deseos del Espíritu Santo, que sacia el corazón del hombre.




La pobreza evangélica


2544 Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a Él respecto a todo y a todos y les propone “renunciar a todos sus bienes” (Lc 14, 33) por Él y por el Evangelio (cf Mc 8, 35). Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (cf Lc 21, 4). El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos.


2545 “Todos los cristianos han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto” (LG 42).


2546 “Bienaventurados los pobres en el espíritu” (Mt 5, 3). 







El Papa Francisco sobre el décimo mandamiento


Todos los pecados nacen de un deseo malvado. Allí comienza a ‘moverse’ el corazón, y uno entra en esa dinámica y termina en una transgresión. Esa transgresión a la que se refirió el Papa Francisco en una audiencia general no es una transgresión cualquiera: "es una trasgresión que hiere a sí mismo y hiere a los demás". En esta ocasión, la catequesis del Santo Padre ha versado sobre el décimo mandamiento: "No codiciarás los bienes de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo".


Uno de los aspectos en los que se ha fijado el Papa y sobre el que nos ha llamado la atención es que hay un matiz especial en este mandato. No se trata de un simple "cumplir" el mandamiento. La clave reside, según el Romano Pontífice, en el verbo empleado:“no codiciarás”. Esto quiere decir que este verbo refleja que es en el corazón del hombre nace la impureza y los deseos malvados que rompen nuestra relación con Dios y con los hombres.







Génesis 4, 3-12


Pasó algún tiempo, y Caín hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo.

También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahveh miró propicio a Abel y su oblación,

mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro.

Yahveh dijo a Caín: «¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro?

¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar.»

Caín, dijo a su hermano Abel: «Vamos afuera.» Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató.

Yahveh dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?»

Replicó Yahveh: «¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo.

Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano.

Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra.»









Benedicto XVI, Ángelus del Domingo 19 de febrero de 2006


(Mc 2, 5). Al obrar así, muestra que quiere sanar, ante todo, el espíritu. El paralítico es imagen de todo ser humano al que el pecado impide moverse libremente, caminar por la senda del bien, dar lo mejor de sí.


En efecto, el mal, anidando en el alma, ata al hombre con los lazos de la mentira, la ira, la envidia y los demás pecados, y poco a poco lo paraliza. Por eso Jesús, suscitando el escándalo de los escribas presentes, dice primero:  "Tus pecados quedan perdonados", y sólo después, para demostrar la autoridad que le confirió Dios de perdonar los pecados, añade:  "Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa" (Mc 2, 11), y lo sana completamente. El mensaje es claro:  el hombre, paralizado por el pecado, necesita la misericordia de Dios, que Cristo vino a darle, para que, sanado en el corazón, toda su existencia pueda renovarse.


También hoy la humanidad lleva en sí los signos del pecado, que le impide progresar con agilidad en los valores de fraternidad, justicia y paz, a pesar de sus propósitos hechos en solemnes declaraciones. ¿Por qué? ¿Qué es lo que entorpece su camino? ¿Qué es lo que paraliza este desarrollo integral? Sabemos bien que, en el plano histórico, las causas son múltiples y el problema es complejo. Pero la palabra de Dios nos invita a tener una mirada de fe y a confiar, como las personas que llevaron al paralítico, a quien sólo Jesús puede curar verdaderamente.


La opción de fondo de mis predecesores, especialmente del amado Juan Pablo II, fue guiar a los hombres de nuestro tiempo hacia Cristo Redentor para que, por intercesión de María Inmaculada, volviera a sanarlos. También yo he escogido proseguir por este camino. De modo particular, con mi primera encíclica, Deus caritas est, he querido indicar a los creyentes y al mundo entero a Dios como fuente de auténtico amor. Sólo el amor de Dios puede renovar el corazón del hombre, y la humanidad paralizada sólo puede levantarse y caminar si sana en el corazón. El amor de Dios es la verdadera fuerza que renueva al mundo.







Letanías de la Humildad


(del Cardenal Merry del Val)



Jesús manso y humilde de Corazón, -Óyeme.


(Después de cada frase decir:Líbrame Jesús)



Del deseo de ser lisonjeado,


Del deseo de ser alabado,


Del deseo de ser honrado,


Del deseo de ser aplaudido,


Del deseo de ser preferido a otros,


Del deseo de ser consultado,


Del deseo de ser aceptado,


Del temor de ser humillado,


Del temor de ser despreciado,


Del temor de ser reprendido,


Del temor de ser calumniado,


Del temor de ser olvidado,


Del temor de ser puesto en ridículo,


Del temor de ser injuriado,


Del temor de ser juzgado con malicia


(Después de cada frase decir: Jesús dame la gracia de desearlo)


Que otros sean más amados que yo,


Que otros sean más estimados que yo,


Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse,


Que otros sean alabados y de mí no se haga caso,


Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil,


Que otros sean preferidos a mí en todo,


Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda,



Oración:


Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.







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