martes, 23 de abril de 2024

No darás falso testimonio ni mentirás


 


“Revestido del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4, 24)



Catecismo de la Iglesia Católica  2464-2513




Resumen del Artículo


2504 “No darás falso testimonio contra tu prójimo” (Ex 20, 16). Los discípulos de Cristo se han “revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4, 24).


2505 La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse verdadero en sus actos y en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.


2506 El cristiano no debe “avergonzarse de dar testimonio del Señor” (2 Tm 1, 8) en obras y palabras. El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe.


2507 El respeto de la reputación y del honor de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra de maledicencia o de calumnia.


2508 La mentira consiste en decir algo falso con intención de engañar al prójimo.


2509 Una falta cometida contra la verdad exige reparación.


2510 La regla de oro ayuda a discernir en las situaciones concretas si conviene o no revelar la verdad a quien la pide.


2511 “El sigilo sacramental es inviolable” (CIC can. 983, § 1). Los secretos profesionales deben ser guardados. Las confidencias perjudiciales a otros no deben ser divulgadas.


2512 La sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, la libertad, la justicia. Es preciso imponerse moderación y disciplina en el uso de los medios de comunicación social.


2513 Las bellas artes, sobre todo el arte sacro, “están relacionadas, por su naturaleza, con la infinita belleza divina, que se intenta expresar, de algún modo, en las obras humanas. Y tanto más se consagran a Dios y contribuyen a su alabanza y a su gloria, cuanto más lejos están de todo propósito que no sea colaborar lo más posible con sus obras a dirigir las almas de los hombres piadosamente hacia Dios” (SC 122).




 


El Papa Benedicto XVI aseguró (18 de Febrero del 2010):


El papa Benedicto XVI ha afirmado que robar o mentir jamás pueden ser justificados como "una debilidad" del ser humano, ya que el auténtico ser humano es aquel que es generoso, bueno y justo.


El Pontífice así lo aseguró durante el encuentro que hoy mantuvo en el Vaticano con los sacerdotes de la diócesis de Roma, a los que se dirigió improvisando, sin discurso.


"En la mentalidad corriente se dice: "ha mentido, pero es humano, ha robado, es humano". Pero ese no es auténtico ser humano. Humano es ser generoso, humano es ser bueno, humano es ser un hombre de justicia", afirmó el Obispo de Roma.


El Papa subrayó que el pecado jamás se puede considerar solidaridad, sino ausencia de la misma. Se refirió también a la figura del sacerdote y señaló que el cura para ser verdadero mediador entre Dios y los hombres debe ser hombre e hijo de Dios y agregó que su misión es la de hacer de puente que lleva al hombre hasta Dios.


El Papa añadió que el sacerdote debe tener un corazón entregado a la compasión y debe ser obediente. En referencia a la obediencia, Benedicto XVI señaló que es una palabra "que no gusta en este tiempo".


"La obediencia se presenta como una alienación, como un acto servil. No es así, la palabra libertad y obediencia van juntas ya que la voluntad de Dios no es una voluntad tiránica sino el lugar donde encontramos nuestra verdadera identidad", aseguró el Papa.






Recordamos las enseñanzas del Papa Benedicto XVI (12 de Junio del 2012): 


«Conocemos también a un tipo de cultura donde no cuenta la verdad, donde cuenta sólo la sensación, el espíritu de calumnia y de destrucción».


«Se trata de una cultura caracterizada por el «dominio del mal»


El Papa Benedicto XVI arremetió contra una «cultura dominante» que se manifiesta a través del sensacionalismo, de la mentira presentada como verdad y de un falso moralismo utilizado para destruir. En un mensaje pronunciado ante varios miles de fieles en la Basílica San Juan de Letrán, al sur de Roma, el pontífice definió como «pompa del diablo» a esa cultura, de la cual pidió a todos «emanciparse y liberarse».

«Conocemos también a un tipo de cultura donde no cuenta la verdad, donde cuenta sólo la sensación, el espíritu de calumnia y de destrucción», dijo.  «Una cultura que no busca el bien, cuyo moralismo es una máscara para confundir y destruir, donde la mentira se presenta en forma de verdad y de información», agregó.  Al inaugurar el Congreso Eclesial de la Diócesis de Roma alertó contra esta corriente moderna de pensamiento que se enfoca solo en el bienestar material y niega a Dios, a la cual decimos no.


Señaló que se trata de una cultura caracterizada por el «dominio del mal» y precisó que los católicos, al recibir el sacramento del bautismo, dicen «no a ese dominio», decisión que deben realizar cada día de su vida, con los sacrificios que cuesta oponerse a la cultura dominante.

«Conocemos también a un tipo de cultura donde no cuenta la verdad, donde cuenta sólo la sensación, el espíritu de calumnia y de destrucción», dijo el Papa.

El Santo Padre, que improvisó una catequesis de media hora sobre el bautismo sin leer ningún papel, aseguró que «una cultura que no busca el bien, cuyo moralismo es una máscara para confundir y destruir, donde la mentira se presenta en forma de verdad y de información».






Al inaugurar el Congreso Eclesial de la Diócesis de Roma, Benedicto XVI alertó contra esta corriente moderna de pensamiento que se enfoca solo en el bienestar material y niega a Dios, a la cual decimos no.

El Pontífice aseguró que se trata de una cultura caracterizada por el «dominio del mal» y precisó que los católicos, al recibir el sacramento del bautismo, dicen «no a ese dominio», decisión que deben realizar cada día de su vida, con los sacrificios que cuesta oponerse a la cultura dominante.








8º No dirás falso testimonio ni mentirás


Octavo Mandamiento


Seis cosas hay que aborrece Yahvéh, y siete son abominación para su alma: ojos altaneros, lengua mentirosa, manos que derraman sangre inocente, corazón que fragua planes perversos, pies que ligeros corren hacia el mal, testigo falso que respira calumnias, y el que siembra pleitos entre los hermanos (Prov. 6, 16-19).


El comportamiento que, como personas, tenemos con nuestro prójimo puede distar mucho de ser aceptable y, por eso mismo, decir sí donde es sí y no donde es no (cf. Mt 5, 37) es lo que corresponde a cada uno de los que nos decimos hijos de Dios.


Lo demás, como bien dice Cristo, “viene del Maligno” (Mt. 5, 37) y, por lo tanto, debemos evitarlo siempre que podamos. Por eso decir falso testimonio o mentir es dar cabida, en nuestro corazón, al Príncipe de la mentira.


En primer lugar, nos deberíamos plantear las siguientes preguntas:


¿Has mentido con perjuicio grave para el prójimo?

¿Has murmurado? ¿De cosas de importancia? ¿También de dignidades eclesiásticas, autoridades políticas, superiores, etc.?

¿Has oído murmurar con gusto?

¿Has defendido la fama del prójimo, pudiendo?

¿Has descubierto sin causa faltas graves, aunque fueran verdaderas, de los otros?

¿Has levantado falso testimonio o calumniado?

¿Has juzgado mal del prójimo sin suficiente motivo?

¿Has revelado o descubierto secretos de importancia?

¿Has leído cartas ajenas, sabiendo que lo llevarían a mal?

¿Has querido enterarte de secretos, escuchando o de otro modo?

¿Has traído cuentos o chismes de unos a otros?

¿Has exagerado los defectos ajenos?

¿Has difamado o ridiculizado al prójimo? (De palabra, por escrito, por insinuaciones, infundiendo sospechas…)

¿Has restituido la fama pudiendo?

¿Has permitido murmurar cuando tenías obligación de impedirlo?

¿Has actuado de testigo falso?


Vemos, pues, que se puede incumplir el octavo Mandamiento de la Ley de Dios de muchas formas y que, por tanto, podemos incurrir en dar falso testimonio y en mentir de muchas y diversas formas.






Dice el P. Jorge Loring, en su “Para Salvarte” (70.1 y 70.2) que:


Este mandamiento manda no mentir, ni contar los defectos del prójimo sin necesidad, ni calumniarlo, ni pensar mal de él sin fundamento, ni descubrir secretos sin razón suficiente que lo justifique.


Este mandamiento prohíbe manifestar cosas ocultas que sabemos bajo secreto. Hay cosas que caen bajo secreto natural. No se puede revelar, sin causa grave, algo de lo que tenemos conocimiento, que se refiere a la vida de otra persona, y cuya revelación le causaría un daño. Esta obligación subsiste aunque no se trate de un secreto confiado, y aunque no se haya prometido guardarlo.


Para tratar de evitar el daño que podemos causar con nuestra forma de comportarnos, deberíamos siempre tener en cuenta que Jesucristo es la Verdad (cf. Jn 14,6) y que, además, es la “luz del mundo” (Jn 8,12) y que, por eso mismo, tal luz debe servirnos de faro con el que dirigir nuestra vida. Todo esto sin olvidar que seguir a Jesús, Hijo de Dios, es vivir del “Espíritu de verdad” (Jn 14,17) y que nos conduce a la “verdad completa” (Jn 16, 13).


Es Cristo, pues, el espejo donde debemos mirarnos para tratar, al menos, de imitar su forma de ser y tratar de ser “Otros Cristos” en el mundo.


Dice, a tal respecto, el Catecismo de la Iglesia católica, en su número 2464 que


“El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Este precepto moral deriva de la vocación del pueblo santo a ser testigo de su Dios, que es y que quiere la verdad. Las ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o acciones, un rechazo a comprometerse con la rectitud moral: son infidelidades básicas frente a Dios y, en este sentido, socavan las bases de la Alianza.


Así, no se trata de un comportamiento que tenga, digamos, consecuencias en exclusiva para las personas que incurran en tales procederes sino que es la misma base de la Alianza entre el Dios y el hombre la que se viene abajo cuando se miente o se da falso testimonio.


Al respecto del daño que se puede utilizar, por ejemplo, con el hecho de acudir al falso testimonio y a la mentira, Santiago (3, 5-10) nos pone al corriente de lo que suele pasar:



“La lengua, con ser un miembro pequeño, se gloria de grandes cosas. Ved que un poco de fuego basta para quemar todo un gran bosque. También la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad. Colocada entre nuestros miembros, la lengua contamina todo el cuerpo, e inflamada por el infierno, inflama a su vez toda nuestra vida. Todo género de fieras, de aves, de reptiles y animales marinos es domable y ha sido domado por el hombre, pero a la lengua nadie es capaz de domarla; es un mal turbulento y está llena de mortífero veneno. Con ella bendecimos al Señor y Padre nuestro y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a imagen de Dios. De la misma lengua proceden la bendición y la maldición. Y esto, hermanos, no debe ser así”.


Pero son otros los vicios en los que se puede incurrir:


-La murmuración

-La calumnia

-La adulación

-El juicio temerario

-La susurración

-La burla


En realidad, mentir o dar falso testimonio es incurrir en lo que nos hace ver la Declaración Dignitatis Humanae, a la sazón referida a la libertad religiosa. Lo hace en su punto 2:


‘Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas…, se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad religiosa. Están obligados también a adherirse a la verdad una vez que la han conocido y a ordenar toda su vida según sus exigencias’.


Actuar en contra de la obligación que expresa la Declaración citada es, en realidad, actuar directamente contra la verdad; poder llevar a error a quien escucha lo que es una mentira o un falso testimonio; lesionar lo que es el fundamento de la comunicación entre seres humanos; fomentar la soberbia; perder, quien así actúa, la propia reputación y la fama; lesionar gravemente la caridad que debemos al prójimo y con el prójimo tener; faltar a la justicia al mentir en perjuicio del prójimo; sembrar la desconfianza en las relaciones sociales.


Por eso es condenable la mentira y, por eso mismo, decir falso testimonio es incurrir en pecado grave y, por eso mismo, se nos pide que, en caso de estar realmente arrepentidos de haber incurrido en tales conductas no sólo nos limitemos a pedir perdón haciéndoselo saber al sacerdote en el Sacramento de Reconciliación sino que, en la medida de lo posible, reparemos el daño que hayamos podido causar sabiendo, eso sí, que cuando una mancha de aceite se extiende, siempre va a quedar algo de rastro al limpiarla.









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