martes, 9 de abril de 2024

No cometerás adulterio

 




EL SEXTO MANDAMIENTO




No cometerás adulterio (Ex 20, 14; Dt 5, 18)




Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5, 27-28).




 Hombre y mujer los creó  (Gn 1,27)


Del Catecismo de la Iglesia Católica


2331 Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen... Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación, y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión (FC 11).


Dios creó el hombre a imagen suya... hombre y mujer los creó (Gn 1, 27). Creced y multiplicaos (Gn 1, 28); el día en que Dios creó al hombre, le hizo a imagen de Dios. Los creó varón y mujer, los bendijo, y los llamó Hombre en el día de su creación (Gn 5, 1-2).


2332 La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro.


2333 Corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La diferencia y la complementariedad físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja humana y de la sociedad depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos.


2334 Creando al hombre «varón y mujer», Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a la mujer(FC 22; cf GS 49, 2). El hombre es una persona, y esto se aplica en la misma medida al hombre y a la mujer, porque los dos fueron creados a imagen y semejanza de un Dios personal (MD 6).


2335 Cada uno de los dos sexos es, con una dignidad igual, aunque de manera distinta, imagen del poder y de la ternura de Dios. La unión del hombre y de la mujer en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creador: El hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne (Gn 2, 24). De esta unión proceden todas las generaciones humanas (cf Gn 4, 1-2.25-26; 5, 1).


2336 Jesús vino a restaurar la creación en la pureza de sus orígenes. En el Sermón de la Montaña interpreta de manera rigurosa el plan de Dios: Habéis oído que se dijo: «no cometerás adulterio». Pues yo os digo: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón» (Mt 5, 27-28). El hombre no debe separar lo que Dios ha unido (cf Mt 19, 6).





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La Tradición de la Iglesia ha entendido el sexto mandamiento como referido a la globalidad de la sexualidad humana.







Sentido y fin de la sexualidad


La llamada de Dios al hombre y a la mujer a «crecer y multiplicarse» ha de leerse siempre desde la perspectiva de la creación «a imagen y semejanza» de la Trinidad (Cf. Gn 1). Esto hace que la generación humana, dentro del contexto más amplio de la sexualidad, no sea algo «puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal» (Catecismo, 2361). Por esta razón la sexualidad humana es esencialmente distinta a la animal.


«Dios es amor» (1 Jn 4,8), y su amor es fecundo. De esta fecundidad ha querido que participe la criatura humana, asociando la generación de cada nueva persona a un específico acto de amor entre un hombre y una mujer. Por esto, «el sexo no es una realidad vergonzosa, sino una dádiva divina que se ordena limpiamente a la vida, al amor, a la fecundidad».


Siendo el hombre un individuo compuesto de cuerpo y alma, el acto amoroso generativo exige la participación de todas las dimensiones de la persona: la corporeidad, los afectos, el espíritu.


El pecado original rompió la armonía del hombre consigo mismo y con los demás. Esta fractura ha tenido una repercusión particular en la capacidad de la persona de vivir la sexualidad. De una parte, oscureciendo en la inteligencia el nexo inseparable que existe entre las dimensiones afectivas y generativas de la unión conyugal; de otra, dificultando el dominio que la voluntad ejerce sobre los dinamismos afectivos y corporales de la sexualidad. Esto ha producido el oscurecimiento del alto sentido antropológico de la sexualidad y de su dimensión moral.


En el contexto actual es importante distinguir una legítima reflexión sobre el género de aquella “ideología de género” que condena el Papa Francisco. La primera intenta superar las diferencias sociales entre el hombre y la mujer con una lectura crítica de aquella visión demasiado “naturalista” de la identidad sexual que reduce al dato biológico toda la dimensión sexual de la persona. Al mismo tiempo propugna una superación de las discriminaciones injustas en relación a la orientación sexual. La segunda, por su parte, promueve una visión de la persona humana y de su sexualidad incompatible con la Revelación cristiana, pues no sólo distingue, sino que separa el sexo biológico del género como papel sociocultural del sexo.


La necesidad de purificación y maduración que exige la sexualidad en su condición actual, redimida por Cristo, pero todavía en camino hacia la patria definitiva, no supone en modo alguno su rechazo, o una consideración negativa de este don que el hombre y la mujer han recibido de Dios. Implica más bien la necesidad de «sanearlo para que alcance su verdadera grandeza». En esta tarea juega un papel fundamental la virtud de la castidad.






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De "Dios y el Mundo" entrevista a Benedicto XVI

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 El sexto mandamiento: «El texto original de este mandamiento dice en el Antiguo Testamento: «No cometerás adulterio» (Éxodo 20:14; Deuteronomio 5:18). Así pues, este mandamiento tiene, en principio, un significado muy específico. Y es la inviolabilidad de la relación de fidelidad entre hombre y mujer, que no sólo vela por el futuro de las personas, sino que también integra la sexualidad en la totalidad del ser humano, confiriéndole así su dignidad y grandeza.

        He aquí el núcleo de este mandamiento. No hay que situarlo en un contacto incidental, sino dentro del contexto del sí mutuo de dos personas, que al mismo tiempo dicen sí a los hijos; es decir, el matrimonio es la auténtica sede en la que la sexualidad adquiere su grandeza y dignidad humanas. Sólo en él se vuelve sensual el espíritu, y los sentidos, espirituales. En él se cumple lo que hemos definido como la esencia de la persona. Ejerce la función de puente, de que los dos extremos de la creación entren uno dentro de otro, entregándose mutuamente su dignidad y su grandeza.

        Cuando se dice que la sede de la sexualidad es el matrimonio, implica un vínculo amoroso y de fidelidad que incluye la mutua asistencia y disposición para el futuro, es decir, que está ordenado pensando en la humanidad en conjunto, y, lógicamente, implica que sólo en el matrimonio encuentra la sexualidad su auténtica dignidad y humanización.

        Indudablemente el poder del instinto, sobre todo en un mundo caracterizado por el erotismo, es formidable, de manera que la vinculación a ese lugar primigenio de fidelidad y amor se torna ya casi incomprensible. La sexualidad se ha convertido hace mucho en una mercancía a gran escala que se puede comprar. Pero también es evidente que con ello se ha deshumanizado, y supone, además, abusar de la persona de la que obtengo sexo considerándola una mera mercancía, sin respetarla como ser humano. Las personas que se convierten a sí mismas en mercancía o son obligadas a ello, quedan arruinadas en toda regla. Con el paso del tiempo, el mercado de la sexualidad ha generado incluso un nuevo mercado de esclavos. Dicho de otra manera: en el momento en que no vinculo la sexualidad a una libertad autovinculante de mutua responsabilidad, que no la enlazo con la totalidad del ser, surge, por fuerza, la lógica comercialización de la persona.

        [El núcleo del mandamiento ] Recoge el siguiente mensaje de la creación: «hombre y mujer han sido creados para ser compañeros. Dejarán padre y madre y se convertirán en una sola carne», leemos en el Génesis. Ahora, desde una óptica puramente biológica, cabría afirmar que la naturaleza ha inventado la sexualidad para conservar la especie. Pero esto que hallamos en un principio como puro producto de la naturaleza, como mera realidad biológica, adquiere forma humana en la comunidad de hombre y mujer. Es una manera de abrirse una persona a la otra. No sólo de desarrollar unión y fidelidad, sino de crear conjuntamente el espacio en el que crezca el ser humano desde la concepción. En este ámbito, sobre todo, surge la correcta unión del ser humano. Lo que primero es una ley biológica, un truco de la naturaleza (si queremos expresarlo así), adquiere una forma humana que propicia la fidelidad y el vínculo amoroso entre hombre y mujer, y que a su vez posibilita la familia.



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 Ciertamente el sexto mandamiento conlleva el mensaje de la naturaleza misma. La naturaleza regula la existencia de dos sexos para que se conserve la especie, y esto es especialmente aplicable a seres vivientes que cuando salen del seno materno no están en modo alguno preparados y precisan prolongados cuidados.

        En efecto, el ser humano no huye del nido, sino que está siempre metido en él. Desde una óptica puramente biológica, la raza humana está hecha de modo que la ampliación del seno materno debe conllevar el amor del padre y de la madre, para que, pasado el primer estadio biológico, pueda proseguir el desarrollo hasta convertirse en persona. El seno de la familia es casi un requisito de la existencia.

        En este sentido, la propia naturaleza revela aquí el rostro primigenio del ser humano. Este necesita una vinculación mutua duradera. En ella, el hombre y la mujer se dan primero a sí mismos, y después también a los hijos para que éstos comprendan la ley del amor, de la entrega, del perderse. Y es que los que están siempre metidos en el nido necesitan la fidelidad posterior al nacimiento. El mensaje del matrimonio y de la familia, por tanto, es plenamente una ley de la propia creación y no se opone a la naturaleza del ser humano.



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 Sigue siendo cierto que aquí –al igual que en todos los demás ámbitos de los que hemos hablado– existe una tendencia opuesta [a la fidelidad conyugal]. Aquí hay un exceso de poder biológico. En las sociedades modernas –pero también en las sociedades tardías de épocas más antiguas, como por ejemplo en la Roma imperial– podemos observar una erotización pública que fomenta aún más los excesos del instinto, dificultando el compromiso del matrimonio.

        Volvamos a lo que hemos apuntado sobre las cuatro leyes. Aquí vemos dos órdenes diferentes. El mensaje de la  naturaleza nos remite a una unión de hombre y mujer, que es el movimiento natural más íntimo que finalmente se convierte en humano y crea el espacio para el posterior desarrollo de la persona. El otro mensaje es que en cierto sentido también tendemos a la promiscuidad, o al menos a practicar una sexualidad que se niega a restringirse al marco de una familia.

        Podemos reconocer muy bien desde la fe la diferencia de estos dos planos de naturalidad. Uno se presenta realmente como el mensaje de la creación y el otro como una autodeterminación del ser humano. Por esta razón la vinculación al matrimonio siempre implicará lucha. Aunque también comprobamos que, cuando se logra, madura la humanidad y los hijos pueden aprender el futuro. En una sociedad en la que el divorcio se ha vuelto tan normal, el daño siempre recae sobre los hijos. Sólo por esto surge, visto desde la óptica filial, otra demostración de que estar juntos, mantener la fidelidad, sería lo auténticamente correcto y adecuado al ser humano.


"Dios y el Mundo" Benedicto XVI - Una conversación con Peter Seewald













Benedicto XVI: "A través del amor, el hombre y la mujer experimentan de un modo nuevo, el uno gracias al otro, la grandeza y la belleza de la vida y de lo verdadero"





Catequesis sobre "el deseo de Dios"


Queridos hermanos y hermanas:


El camino de reflexión que estamos haciendo juntos en este Año de la Fe nos lleva a meditar hoy sobre un aspecto fascinante de la experiencia humana y cristiana: el hombre lleva en sí un misterioso anhelo de Dios. Muy significativamente, el Catecismo de la Iglesia Católica se abre, precisamente, con la siguiente consideración: "El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar" (n. 27).


Esta declaración, que aún hoy en muchos contextos culturales parece totalmente compartida, casi obvia, podría percibirse más bien como un desafío en la cultura secularizada occidental. Muchos de nuestros contemporáneos, de hecho, podrían argumentar que no tienen ningún deseo de Dios. Para amplios sectores de la sociedad, Él ya no es el esperado, el deseado, sino más bien una realidad que deja indiferentes, ante la cual ni siquiera hay hacer el esfuerzo de pronunciarse. En realidad, lo que hemos definido como "el deseo de Dios" no ha desaparecido por completo y se asoma aún hoy en día, en muchos sentidos, en el corazón del hombre. El deseo humano tiende siempre hacia ciertos bienes concretos, a menudo para nada espirituales, y, sin embargo, se enfrenta al interrogante sobre cuál es realmente "el" bien, y por lo tanto, a confrontarse con algo que es distinto de sí mismo, que el hombre no puede construir, pero que está llamado a reconocer. ¿Qué es lo que realmente puede satisfacer el deseo humano?


En mi primera Encíclica, Deus Caritas Est, intenté analizar cómo esta dinámica se realiza en la experiencia del amor humano, experiencia que en nuestra época, se percibe más fácilmente como un momento de éxtasis, de salir de sí mismos, como lugar donde "el hombre percibe que está inundado por un deseo que lo supera. A través del amor, el hombre y la mujer experimentan de un modo nuevo, el uno gracias al otro, la grandeza y la belleza de la vida y de lo verdadero. Si lo que experimento no es una mera ilusión, si realmente deseo el bien del otro como medio, también hacia mi bien, entonces debo estar dispuesto a descentralizarme, para ponerme a su servicio, hasta renunciar a mí mismo. La respuesta a la pregunta sobre el sentido de la experiencia del amor pasa, por lo tanto, a través de la purificación y la curación de la voluntad, que requiere el mismo bien que se desea para el otro. Hay que ejercitarse, entrenarse y también corregirse, para que ese bien pueda ser querido verdaderamente.


...se traduce así como una peregrinación "como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios". (Encíclica Deus caritas est n. 6). A través de este camino, el hombre podrá profundizar progresivamente en el conocimiento del amor, que había experimentado al principio. Y se irá vislumbrando, cada vez más, el misterio que representa: ni siquiera el ser querido, de hecho, es capaz de satisfacer el deseo que habita en el corazón humano, aún más, cuánto más auténtico es el amor hacia el otro, más queda en pie el interrogante sobre su origen y su destino, sobre la posibilidad que tiene de durar para siempre. Por lo tanto, la experiencia humana del amor tiene en sí un dinamismo, que conduce más allá de sí mismo y a encontrarse ante el misterio que envuelve toda la existencia.


Consideraciones similares se podrían hacer también con respecto a otras experiencias humanas, tales como la amistad, la experiencia de la belleza, el amor por el conocimiento: todo bien experimentado por hombre tiende hacia el misterio que rodea al hombre mismo; y cada deseo que se asoma al corazón humano se hace eco de un deseo fundamental que nunca se está totalmente satisfecho. Sin lugar a dudas de este deseo profundo, que también esconde algo de enigmático, no se puede llegar directamente a la fe. El hombre, en definitiva, sabe bien lo que no le sacia, pero no puede adivinar o definir lo que le haría experimentar aquella felicidad que lleva en el corazón la nostalgia. No se puede conocer a Dios sólo por la voluntad del hombre. Desde este punto de vista sigue el misterio: el hombre es buscador del Absoluto, un buscador que da pequeños pasos de incertidumbre.



...


Educar a saborear las alegrías verdaderas desde temprana edad, en todos los ámbitos de la vida ? la familia, la amistad, la solidaridad con los que sufren, renunciar al propio yo para servir a los demás, el amor por el conocimiento, por el arte, por la belleza de la naturaleza -, todo esto significa ejercer el gusto interior y producir anticuerpos efectivos contra la banalización y el aplanamiento predominante hoy.


Los adultos también necesitan redescubrir estas alegrías, desear realidades auténticas, purificarse de la mediocridad en la que pueden encontrarse enredados. Entonces será más fácil dejar caer o rechazar todo aquello que, aunque en principio parece atractivo, resulta en cambio insípido, y es fuente de adicción y no de libertad. Y esto hará que emerja aquel deseo de Dios del que estamos hablando.


Un segundo aspecto, que va de la mano con el anterior, es no estar nunca satisfecho con lo que se ha logrado. Sólo las alegrías más verdaderas son capaces de liberarnos de aquella sana inquietud que conduce a ser más exigentes – querer un bien mayor, más profundo – y a la vez a percibir siempre con más claridad que nada finito puede llenar nuestro corazón. Así aprenderemos a tender, desarmados, hacia aquel bien que no se puede construir o adquirir por nuestros propios esfuerzos; a no dejarnos desanimar por la dificultad o por los obstáculos que vienen de nuestro pecado.


En este sentido, no debemos olvidar, sin embargo, que el dinamismo del deseo está siempre abierto a la redención. Incluso cuando éste se te adentra por malos caminos, cuando persigue paraísos artificiales y parece perder la capacidad de anhelar el verdadero bien. Incluso en el abismo del pecado no se apaga, en el hombre, la chispa que le permite reconocer el verdadero bien, de saborearlo, y de iniciar así un camino de ascesis, al cual Dios, por el don de su gracia, nunca nos hace faltar su ayuda.


Texto Completo de la Catequesis






11 Diferencias entre amor y lujuria


1. La lujuria busca satisfacer a uno mismo. El amor busca entregarse totalmente al otro (“amar es darlo todo y darse uno mismo”, decía Teresa de Lisieux


 2. La lujuria trata a los demás como objetos para usar. El amor afirma a los demás como personas


3. La lujuria sacrificará a los demás por el propio interés. El amor es servicial, el que ama se sacrifica por los demás


4. La lujuria manipula, se usa para controlar al otro. El amor quiere respetar la libertad del otro


5. La lujuria esclaviza. El amor nos libera


6. La lujuria no es exclusiva, se entrega casi a cualquiera. El amor es exclusivo: quiere sólo al amado


7. La lujuria ve el cuerpo como una “cosa”. El amor respeta el cuerpo como un “alguien”


8. La lujuria arrebata el placer, que siempre será bastante fugaz. El amor desea una felicidad eterna


9. La lujuria enseguida se llena de envidia. El amor espera siempre, confía siempre


10. La lujuria termina cuando acaba el placer. El amor permanece en lo bueno y en lo malo


11.  La lujuria nos hace sentir usados. El amor nos hace sentir valorados




Las 4 características del amor: el esponsal y el de Dios


Tanto el amor de Dios como el amor entre esposo y esposa tienen 4 características compartidas:


1. Se entrega libremente:


No se puede comprar ni sobornar, quien no es libre no lo puede entregar. "Solo si soy libre puedo darme libremente", dice West. "Hermanas, ¿os casaríais con un hombre si sabéis que es incapaz de decir "no" a sus impulsos sexuales? Si no puedes decir "no", no eres libre. Un alcohólico no puede decir no a una copa, está encadenado. Hoy se llama "libertad sexual" a lo que en realidad es adicción sexual".


2. Es entrega total


En los votos matrimoniales decimos "yo, te acepto y me entrego a ti"; al hacer eso excluimos a otras parejas y otros estilos de vida.


3. Es fiel


Incluye, además de la exclusividad, la perseverancia, el acompañar, el mantenerse caminando juntos, el resistir ante las adversidades...


4. Es fértil, da fruto


Se abre a acoger a los hijos, es un amor que genera vida.


"Esas 4 características son las del matrimonio: libre, fiel, fértil, total... Son las 4 cosas que te preguntan al casarte. Así también es el compromiso de Cristo con la Iglesia. Y el acto sexual debe expresar eso con su lenguaje corporal. El acto sexual son los votos matrimoniales hechos carne. Yo entendí eso a los 24 años leyendo la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II. Y todo hizo click, todo en la Iglesia Católica sobre sexo tuvo sentido entonces", explicó West.



La ética sexual cristiana, como la etiqueta de un elegante banquete, es exigente, pero crea belleza y da vida. La virtud cristiana, como aprender a tocar el piano o destacar en un deporte, requiere aprendizaje y esfuerzo, pero vale la pena y el deseo de algo bueno (hacer música, crear algo bello y perdurable) lo alimenta.


"Jesús no te impone una ética forzada: primero te cambia el corazón, tus valores, tu deseo profundo... Si la ley se inscribe en nuestro corazón, ya estamos libres de la Ley, porque no tenemos deseo de romperla. Somos libres para vivirla, porque es lo que nuestro corazón desea. Solo nos enfadamos con la Ley cuando tenemos deseos de romperla. El problema no es la enseñanza de la Iglesia, sino tu corazón. En vez de intentar rebajar la enseñanza cristiana, pongámonos de rodillas y pidamos al Señor que cambie nuestro corazón", anima Christopher West.


Y plantea un sueño, quizá no tan lejano: "¿Y si un día todo el mundo llega a ver que lo que la Iglesia enseñaba era lo correcto? ¿Y si el mundo reconoce que hemos estado conduciendo como locos en la dirección equivocada con la Iglesia diciendo 'conducís contra dirección, vais a matar a alguien'?










Ver:


Teología del cuerpo


Matrimonio en Cristo


Pudor y Castidad






LA PUREZA HASTA EL HEROÍSMO











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Comentarios y preguntas:

Mártires, una misión eficaz

Homilía Monseñor Fridolin Ambongo La Iglesia de la República Democrática del Congo tiene cuatro nuevos beatos que dan testimonio de la labor...