miércoles, 28 de junio de 2023

Examen: ingratitud, irreverencia y desprecio






Examen: pecados que también hay que reparan:

 


Oración al Espíritu Santo

Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones. 
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén



Examen sobre otros pecados que no se reparan:

 San Juan 21, 2-19

" 2. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos.
3.Simón Pedro les dice: «Voy a pescar.» Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo.» Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.
4.Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
5.Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No.»
6.El les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces.
7.El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor», se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar.
8.Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.
9.Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan.
10.Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.»
11.Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red.
12.Jesús les dice: «Venid y comed.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor.
13.Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez.
14.Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
15.Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.»
16.Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.»
17.Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.
18.«En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.»
19.Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme.»"







 LA IRRELIGIOSIDAD, ATENTADO DIRECTO CONTRA EL HONOR DE DIOS O LAS COSAS SANTAS



1. La blasfemia

La blasfemia es el insulto directo a Dios, o a sus obras o amigos, con intención de que recaiga sobre Dios. La forma más perversa es el desprecio y el escarnio plenamente advertido y consciente, con el fin de injuriar a Dios en su honor y santidad (blasfemia diabólica). Los gestos, acciones o palabras que, según su significado, expresan un desprecio a Dios, constituyen un pecado de la misma naturaleza que la blasfemia directa y consciente, aunque no se tuviera la intención de ésta, siempre que su autor conozca que su significado es injurioso para Dios y obre libremente.

También se puede cometer blasfemia por signos o gestos, como por ejemplo levantando el puño al cielo, o contra la santa cruz, o despreciando alguna imagen sagrada.

Con la blasfemia va unida, a veces, la herejía, cuando se niega a Dios algo que posee realmente, o cuando se afirma de Él algo que es contrario a la fe. Es la blasfemia herética.

La blasfemia es un gravísimo pecado mortal "ex toto genere suo", o sea, que, en cuanto a la materia, el pecado siempre es grave, sea cual fuere el motivo, ya sea la cólera, la impaciencia, el odio, o el desprecio de Dios. El vicio de la blasfemia es el "lenguaje del infierno", y señal de reprobación.
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El hecho de vociferar un chorro de palabras sagradas, o de las que designan los beneficios del amor de Dios, viene a ser, según el sentir general, una injuria para Dios y constituye una blasfemia. Quien lo hace habitualmente indica que alimenta sentimientos blasfemos para con Dios.

Las injurias proferidas contra los santos, especialmente contra la Madre de Dios, constituyen ciertamente pecados de blasfemia, pues siendo ellos los amigos de Dios, están en relación directa con Él; y así como la gloria divina los baña con su resplandor, así las injurias que se les hacen recaen sobre Dios.


2. El tentar a Dios

Este pecado consiste en pedir a Dios la realización de un prodigio extraordinario, que Él no ha prometido, y pedírselo precisamente porque no se cree en Él, o porque se duda de Él o de alguno de sus divinos atributos — y ésta es tentación herética —, o bien por insolencia, o por una ilegítima confianza en Él. Si la tentación es formal y expresa, constituye pecado mortal "ex toto genere suo", o sea, que siempre es grave. Si es sólo implícita, admite parvedad de materia, pues lo que se pretende entonces no es propiamente tentar a Dios y probarlo.

Esto último puede suceder cuando un predicador no se prepara, confiando en que Dios le pondrá en la lengua las palabras a propósito, "si en realidad algo le importa a Dios su reino". (Aunque en este caso, de ordinario, no habrá tentación de Dios, sino sólo pereza o presuntuosa confianza en sí mismo.)

Por el contrario, no hay tentación de Dios, sino prueba de gran confianza en Él, cuando, encontrándose uno en un grave aprieto, le pide humildemente un favor extraordinario, si es para su gloria y para la salvación de las almas. Sería tentar a Dios, estando gravemente enfermo, rechazar médicos y medicinas, esperando de Dios una curación milagrosa.

La tentación de Dios fue rechazada por Cristo, cuando el demonio quiso inducirlo a pedir a Dios una protección milagrosa para demostrar su poder: "No tentarás al Señor, Dios tuyo" (Mt 4, 7) 114


3. El sacrilegio. La sintonía

El sacrilegio y la simonía ofenden el honor de Dios, pero no con acción directa contra su misma persona, como la blasfemia y la tentación, sino con actos que van contra lo que ha sido santificado por Él, contra lo sagrado. Son pecados contra lo "sacro" (no contra lo "santo", o sea, la santidad ética). El sacrilegio es la profanación de lo sagrado. La simonía es una forma especial de abuso de las cosas sagradas : es el comercio con ellas.

Sólo Dios es santo o sagrado substancialmente : "Tú solo santo". Un rayo de su santidad envuelve todo lo creado, mas la santidad de los seres creados no puede decirse que sea análoga a la de Dios con la analogía propia de la verdad, de la bondad y de la unidad.  Lo santo y sagrado establece precisamente la diferencia y la distancia que va de lo creado a Dios. El resplandor de la santidad de Dios obliga a la criatura a caer de rodillas y a confesar jubilosa que sólo Dios merece el honor y la gloria. Por lo demás, todo aquello que Dios escoge para su culto y lo que la Iglesia separa para el culto y acerca a los rayos de la gloria divina, queda marcado en forma especial por la santidad de Dios, y merece, por tanto, un respeto adecuado a la grandeza de esa consagración. Con nada profano puede ser parangonado.

Pueden ser sagrados, por haber sido consagrados a Dios, los lugares, las cosas y las personas (y en sentido impropio también los tiempos, por cuanto se destinan especialmente al culto). Según eso, son tres las especies de sacrilegio: a) profanación de personas sagradas (sacrilegio personal) ; b) profanación de lugares sagrados (sacrilegio local), y c) profanación de objetos sagrados (sacrilegio real).

Respecto de los tiempos sagrados no hay sacrilegio propiamente dicho. Se profanan los tiempos sagrados rehusando o perturbando el culto, por ejemplo, organizando bulliciosas reuniones precisamente en el tiempo de los divinos oficios. Sin embargo, no revisten el carácter de sacrilegio los pecados cometidos el día de fiesta si no perturban directamente el culto o el descanso dominical, aunque la exquisita sensibilidad del pueblo cristiano siente que hay algo especialmente perverso en entregarse al pecado en el tiempo particularmente escogido y destinado para el culto; y según la tradición, esa profanación es más grave que la que proviene del trabajo prohibido.

Principio: los pecados de sacrilegio, en su triple forma, son de por sí pecados sumamente graves, pero admiten parvedad de materia.

a) Profanación de personas sagradas

Son personas sagradas las que han recibido una consagración eclesiástica sacramental y las que han hecho un voto público. Así pues, son sagradas (en grado diverso) las personas que se sometieron a una "consagración" realizada o sancionada por la Iglesia. Éstas son : primero, los constituidos en sagradas órdenes; segundo, todos los clérigos, y tercero, los religiosos, a quienes la Iglesia, al recibir sus votos y concederles sus privilegios, "separa" para el santo servicio de la gloria de Dios. La consagración objetiva, exclusivamente reservada a la Iglesia, se perfecciona e interioriza por un acto de consagración personal — por el voto —, y' muy especialmente por el voto en religión, que, aprobado por la Iglesia, "segrega" para la gloria de Dios.

Esto no se realiza plenamente en los votos privados. 

Se comete pecado de sacrilegio personal: 1) por el quebrantamiento del voto de castidad por o con una persona consagrada. Ya el solo pecado de pensamiento constituye sacrilegio; 2) por malos tratos de obra inferidos a una persona consagrada  ; 3) por el impedimento puesto a una persona sagrada para cumplir sus oficios sagrados (violación del privilegio de inmunidad eclesiástica, por el que dichas personas están exentas de cargos u oficios incompatibles con el servicio divino) ; 4) según el derecho canónico, pero sólo según ese derecho, debe considerarse como sacrilegio la violación del privilegio del foro. 


b) Profanación de lugares sagrados

Según el derecho canónico, son lugares sagrados aquellos que han sido destinados para el servicio divino, o para la sepultura de los fieles, mediante una consagración o una bendición conforme a los libros litúrgicos.

Todo cuanto atenta directa e inmediatamente contra la santidad de esos lugares, reviste el carácter de sacrilegio. Se comete por los siguientes actos: 1) por acciones gravemente pecaminosas de suyo, realizadas en los lugares santos, como son el asesinato, la riña y los actos exteriores de impureza.

2) Por cualquier uso profano de la Iglesia, o sea por acciones que estén en abierta oposición con la finalidad sagrada de ese lugar, como serían regocijos mundanos, banquetes, mercados, litigios y mítines. El proceder de Cristo al purificar el Templo (cf. Mc 11, 15 ss) nos muestra que Dios se disgusta por las irreverencias cometidas contra los lugares que le están consagrados.


3) Van también contra la santidad del lugar consagrado a Dios la invasión de la iglesia y, según el derecho canónico, también la violación de su derecho de asilo.


c) Profanación de objetos sagrados

Son sagrados los objetos que sirven exclusivamente al servicio divino. Son, pues, esencialmente objetos sagrados los santos sacramentos, llamados "cosas" (res), con relación al "objeto simbólico" y a la forma; las reliquias de los santos y las palabras de la sagrada Escritura. Los demás objetos llegan a ser sagrados (reservados para el culto) mediante una consagración o una bendición constitutiva. En esta categoría entran, sobre todo, los vasos sagrados, los ornamentos y el altar. Cuanto más sagrada es una cosa, o sea cuanto más esencial es en el culto, tanto más pecaminosa es su profanación.

Entre los mayores sacrilegios hay que contar la indigna recepción o administración de los santos sacramentos, y, sobre todo, la indigna celebración de la santa misa y la comunión indigna.

"Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor... el que sin discernir come y bebe el cuerpo del Señor se come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11, 27-29). En suma, la esencia del sacrilegio es no distinguir lo sagrado de lo profano. Pero aquí se trata de lo que hay de más santo y sagrado, puesto que las especies del pan y del vino señalan directa e inmediatamente la presencia de la santísima humanidad de Cristo.

El pecado de la comunión sacrílega es muy grave, pero no hay que afirmar que sea absolutamente el más grave de todos, pues los pecados contra las virtudes teologales injurian mucho más directamente a Dios, y, generalmente hablando, suponen una oposición a Dios mucho más personal y decidida.

Lo que causa el mayor número de comuniones indignas es, junto con el respeto humano, rayano a veces en morbosidad, la ligereza y superficialidad.

De los sacrilegios reales, el más grave es la profanación intencionada y consciente de las sagradas especies. Al pecado de sacrilegio se añade aquí el de irreligiosidad, el de desprecio a Cristo en el sacramento de su amor.

Por eso este delito lo castiga la Iglesia con la pena de excomunión.

Son también más o menos sacrílegas las irreverencias con las reliquias, con las imágenes de los santos, las imágenes indecentes de santos, el empleo de la sagrada Escritura por juego, por vanidosa agudeza de espíritu, por burla, por adulación o por fines supersticiosos 121, así corno también el uso profano de los vasos y ornamentos sagrados.

La mera falta de respeto por las cosas sagradas no constituye sacrilegio, aunque procede de la misma raíz, que es el no distinguir lo sagrado de lo profano.


d) El comercio con objetos sagrados. Simonía

La simonía así llamada del mago Simón (Act 8, 18 ss), es una forma especialmente peligrosa de sacrilegio. Consiste en pretender cambiar por bienes terrenos, especialmente por dinero, lo que es sagrado, ya sean bienes puramente espirituales, como la ordenación o el poder para conjurar, ya bienes materiales esencialmente unidos con bienes espirituales, como un beneficio eclesiástico. Lo pecaminoso de la simonía está, pues, no sólo en tener en igual estima lo sagrado y lo profano, sino en posponer lo sagrado, poniéndolo egoístamente al servicio de lo terreno, y esto en la forma grosera de un negocio. El simoníaco busca cómo aumentar un capital terreno con los grandes tesoros del capital espiritual y sagrado.

Con la simonía está emparentado el nepotismo y la parcialidad en la concesión de los cargos eclesiásticos.

El nepotismo clásico ambiciona en primer término los cargos eclesiásticos para llegar por ellos a la riqueza y a la preponderancia de la familia; así, lo espiritual se convierte en simple medio para lo terrenal.

Es especialmente importante en derecho penal eclesiástico el distinguir con exactitud los límites entre la simonía propiamente dicha (simonía de derecho divino) y los negocios prohibidos por la Iglesia (simonía de derecho eclesiástico) para apartar del peligro de simonía.

La teología moral, siendo la doctrina del seguimiento de Cristo, trata de descubrir y desarraigar el sentimiento sobre el que se apoya el pecado de sinfonía. Para ello exige que, sin descuidar los medios necesarios para la subsistencia personal y para el fin que la Iglesia se propone, jamás ponga el sacerdote lo espiritual y "sagrado" al servicio de lo terreno, sino que, por el contrario, animado por una profunda veneración por lo sagrado, aun aquello que le es necesario para su propia vida y para el apostolado lo ponga al servicio de su sagrado ministerio, o sea al servicio del reino de Dios.

Quien entra en las órdenes sagradas, o acepta un beneficio eclesiástico con sentimientos o por sentimientos de intereses humanos, aunque quiera mantenerse lejos de todo comercio simoníaco no lo conseguirá sino difícilmente, porque llegará siempre a posponer los intereses espirituales de la Iglesia y de su cargo, la santidad del culto y la salvación de las almas a la codicia, a la ambición, o por lo menos a la comodidad, empujando precisamente por un sentimiento que, en el fondo, es el mismo que el de los simoníacos. Pues bien, ese sentimiento que lo lleva a subordinar lo espiritual a lo terreno, es ya pecaminoso.

El que aspira a los divinos cargos movido por la codicia y por el interés material, ha traspasado ya la línea que separa lo sagrado de lo profano. A quien entra en el santuario del sacerdocio, o acepta cualquier cargo eclesiástico, se le dirige la divina sentencia : "quítate las sandalias, porque es santo el lugar que pisas" (Ex 3, 5).

Nada aborrece tanto el pueblo cristiano como la avaricia del sacerdote que ni siquiera en el desempeño de sus sagradas funciones puede ocultar el inmoderado deseo de allegar dinero.

La simonía de derecho divino es pecado mortal "ex toto genere suo" y no admite parvedad de materia. Y es gravemente pecaminoso no sólo el comercio efectivo con las cosas, o los beneficios sagrados ; lo es también el propósito, el conato patente o disimulado de comprar, vender o conceder por dinero, prestaciones o ventajas temporales las cosas, los oficios o los poderes sagrados.

Por su naturaleza obligan gravemente las leyes eclesiásticas que van encaminadas a eliminar hasta la apariencia y el simple peligro de simonía (simonía de "derecho eclesiástico").



Pero aun aquí hay que evitar cuidadosamente toda falsa idea y toda expresión que pueda inducir a error. Bajo ningún concepto hay que tolerar esta expresión: ¿cuánto vale una misa? Dígase: ¿cuál es la limosna acostumbrada por una misa?, o ¿qué limosna señala el arancel? Los estipendios y tasas señalados por la Iglesia están lejos de ser simonía. Tienen precisamente por fin, al mismo tiempo que el sustento de los ministros sagrados, el evitar toda simonía.

El rehusar las contribuciones para el culto y demás necesidades de la Iglesia en cuanto al hecho material, es muy diferente de la simonía, pero, por lo general, el motivo que lo determina es el mismo. esto es, el poco aprecio por los valores y los intereses religiosos.



II. EL CULTO INDEBIDO

A la virtud de religión, tal como la hemos de manifestar en la adoración de Dios, se opone :

El culto falso del verdadero Dios, por una forma de culto indigna de Él.

La idolatría, o veneración divina tributada a dioses imaginarios, al demonio, o a otras criaturas.

La superstición, o recurso cuasirreligioso a fuerzas impersonales, por la adivinación y la magia.

 

1. Culto indigno y supersticioso del verdadero Dios

El culto del verdadero Dios ha de corresponder, en lo posible, a su grandeza y santidad, o sea, ha de estar marcado por la seriedad de la pura fe cristiana. Naturalmente que, debido a la fragilidad humana, quedamos muchas veces muy por debajo de este ideal.


1) La confianza en el número y forma de ritos y oraciones. La verdadera confianza en Dios es substituida por una persuasión cuasimágica de que la oración será escuchada no tanto en virtud de la bondad y de la fidelidad de Dios, sino en virtud de la misma fórmula humana.

A esta categoría pertenecen las cadenas de oraciones (que además amenazan con graves castigos a quienes no creen en su eficacia, o no las rezan, ni las copian, ni las propagan), la repetición de fórmulas ridículas de oraciones y las devociones indignas (por ejemplo, "a los cabellos de Cristo", "a la santa estatura de Cristo").

Las oraciones infalibles para la salud, propagadas especialmente por la secta de la "Ciencia cristiana" y erigidas en un verdadero culto, fomentan una piedad basada en el número y fórmula de las oraciones. 


2) Análogo a las fórmulas supersticiosas de oraciones es el uso meramente mecánico de objetos religiosos (reliquias, imágenes, oraciones). El desorden que hay en esto no estriba en el uso de estos objetos, venerados como sagrados, sino en colocar toda su confianza en el objeto material en lugar de ponerla en el humilde recúrso a Dios.


2. La idolatría

Toda superstición se opone, en algún modo, al verdadero culto, pero lo que más propiamente va contra el culto del verdadero Dios es el que se tributa a las criaturas, a dioses imaginarios, o al enemigo de Dios, que es el demonio, como lo proponía éste a Jesús: "Si postrándote me adorares..." (Lc 4, 7).

Cinco especies de "idolatría" pueden distinguirse, conforme a sus caracteres y culpabilidad:

1) Idolatría por apostasía consciente v voluntaria del verdadero Dios, la cual, en realidad, viene a ser más o menos conscientemente adoración del demonio. 

2) Idolatría que en realidad se dirige a la nada, por ejemplo, el culto exterior idolátrico por falso respeto humano o por puro interés, sin los sentimientos interiores ele incredulidad o de superstición. 

3) Idolatría fundada en la concepción dualística del mundo. Se creía efectivamente que al lado del Dios bueno existía un espíritu malo, adversario de Dios y poderoso como Él. 



3. La superstición

La superstición, en sentido amplio, significa también culto indebido a Dios y ligereza en aceptar y desear revelaciones y apariciones privadas.Es un respeto obscuro e irracional, aparentemente religioso, pero en realidad contrario a la religión, tributado a unas fuerzas imaginarias e impersonales.

La raíz de la superstición es el deseo en el hombre de descifrar el porvenir y de dominar sin esfuerzo la naturaleza y las dificultades de la vida.


La superstición presenta dos formas principales : a) la adivinación y b) la magia.

a) La adivinación

La adivinación es la pretensión de predecir, sirviéndose de algún signo, el porvenir y aun los acontecimientos futuros que dependen de la voluntad y decisión humana.


Las formas más comunes de adivinación son:

1) La evocación de los difuntos


2) La astrología

La astrología es una superstición antiquísima, muy extendida entre los pueblos y casi indestructible, que pretende leer la suerte de los hombres en los astros.

3) La cartomancia

La cartomántica, no introducida en Europa hasta principios de la época moderna, es una de las formas más toscas de adivinación.

4) La quiromancia

La quiromancia es querer leer en las líneas de la mano para predecir el porvenir, la observación de la mano o de la escritura.

5) El péndulo

El usar el péndulo como medio para diagnosticar enfermedades y prescribir remedios no ha de considerarse necesariamente como superstición, aunque los peritos sean escépticos acerca de su valor científico. 

6) Interpretación de los sueños


7) Supersticiones diversas. La predicción del porvenir en las creencias populares


b) La magia

1) La magia "negra" intenta causar perjuicio (maleficio) o conseguir ventajas, honores y riquezas con la ayuda del demonio.

2) La magia blanca es el intento de influir sobre las fueras de la naturaleza y sobre la marcha de la historia por medios no aptos para ello (gestos imitativos, fórmulas enrevesadas pronunciadas en número determinado, etc.).



Pecados infernales:

 1. Presunción.
 2. Desesperación.
 3. Resistir la verdad conocida.
 4. Envidia del bien espiritual de otro.
 5. Obstinación en el pecado.
 6. Impenitencia final.


1º. La desesperación.
Entendida en todo su rigor teológico, o sea, no como simple desaliento ante las dificultades que presenta la práctica de la virtud y la perseverancia en el estado de gracia, sino como obstinada persuasión de la imposibilidad de conseguir de Dios el perdón de los pecados y la salvación eterna. Fue el pecado del traidor Judas, que se ahorcó desesperado, rechazando con ello la infinita misericordia de Dios, que le hubiera perdonado su pecado si se hubiera arrepentido de él.


2º. La presunción.
Que es el pecado contrario al anterior y se opone por exceso a la esperanza teológica. Consiste en una temeraria y excesiva confianza en la misericordia de Dios, en virtud de la cual se espera conseguir la salvación sin necesidad de arrepentirse de los pecados y se continúa cometiéndolos tranquilamente sin ningún temor a los castigos de Dios. De esta forma se desprecia la justicia divina, cuyo temor retraería del pecado.


3º. La impugnación de la verdad.
Conocida, no por simple vanidad o deseo de eludir las obligaciones que impone, sino por deliberada malicia, que ataca los dogmas de la fe suficientemente conocidos, con la satánica finalidad de presentar la religión cristiana como falsa o dudosa. De esta forma se desprecia el don de la fe, ofrecido misericordiosamente por el Espíritu Santo, y se peca directamente contra la misma luz divina.


4º. La envidia del provecho espiritual del prójimo.
Es uno de los pecados más satánicos que se pueden cometer, porque con él «no sólo se tiene envidia y tristeza del bien del hermano, sino de la gracia de Dios, que crece en el mundo» (Santo Tomás). Entristecerse de la santificación del prójimo es un pecado directo contra el Espíritu Santo, que concede benignamente los dones interiores de la gracia para la remisión de los pecados y santificación de las almas. Es el pecado de Satanás, a quien duele la virtud y santidad de los justos.


5º. La obstinación en el pecado.
Rechazando las inspiraciones interiores de la gracia y los sanos consejos de las personas sensatas y cristianas, no tanto para entregarse con más tranquilidad a toda clase de pecados cuanto por refinada malicia y rebelión contra Dios. Es el pecado de aquellos fariseos a quienes San Esteban calificaba de «duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo» (Act. 7,51).


6º. La impenitencia deliberada.
Por la que se toma la determinación de no arrepentirse jamás de los pecados y de resistir cualquier inspiración de la gracia que pudiera impulsar al arrepentimiento. Es el más horrendo de los pecados contra el Espíritu Santo, ya que se cierra voluntariamente y para siempre las puertas de la gracia. «Si a la hora de la muerte –decía un infeliz apóstata– pido un sacerdote para confesarme, no me lo traigáis: es que estaré delirando».



«Pelagianismo»  no quieren tener ningún perdón y ningún don sino la "merecida retribución a su perfecta virtud y moralidad.. Ellos quieren orden: no perdón, sino  recompensa, no esperanza, sino seguridad. Un duro rigorismo de ejercicios religiosos, con oraciones y acciones, para ganarse y procurarse un derecho a la bienaventuranza. 
Desprecia la humildad de recibir todo con dones más allá de nuestras acciones cuyos méritos don de Cristo, sin el cual nada merecemos. Desprecia la gracia de Cristo y la necesidad de conversión y santificación abandonando la propia voluntad para abrazar la voluntad de Dios. LE batsan las virtudes adquiridas desorecia las virtudes y dones infusos.


«Gnosticismo»  una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo[6], que consiste en elevarse «con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida». Se pretende, de esta forma, liberar a la persona del cuerpo y del cosmos material, en los cuales ya no se descubren las huellas de la mano providente del Creador, sino que ve sólo una realidad sin sentido, ajena de la identidad última de la persona. Desprecia las virtudes teologales y por lo tanto abandona formalmente y materialmente profesar a Cristo como su Salvador.


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