martes, 20 de agosto de 2024

El Matrimonio

 




 AMOR, NATURALEZA, VOCACION Y GRACIA 



Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.

Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones. 

¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén





Génesis 1, 27


Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó





Génesis 2, 18-25:


“Dijo luego Yahveh Dios: ‘No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada’. Y Yahveh Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera. El hombre puso nombre a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo, pero no encontró una ayuda adecuada para sí mismo. Entonces Yahveh Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahveh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: ‘Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada’. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne. Ambos estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban uno del otro”.




 “Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne”

 (Gn 2, 23) 



Subrayan dos cosas: (a) la identidad de naturaleza: el varón y la mujer tienen la misma naturaleza; igual carne, igual huesos; (b) que tienen unidad de origen: hueso “de mis” huesos, carne “de mi” carne... Eva es formada a partir de Adán; es parte suya. Ambos aspectos se ponen en relieve en el mismo nombre que Adán da a Eva y debería traducirse “varona”. Adán es îsch (varón), Eva es îschâh (varona). San Jerónimo tradujo el juego de palabras: “Haec vocabitur virago quoniam de viro sumpta est”




“Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer” (Gn 2, 24)




*TEXTO COMPLEMENTARIO AL TEMA 01: DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA*




EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO



1601 "La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados" (CIC can. 1055, §1)




I. El matrimonio en el plan de Dios


1602 La sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26- 27) y se cierra con la visión de las "bodas del Cordero" (Ap 19,9; cf. Ap 19, 7). De un extremo a otro la Escritura habla del matrimonio y de su "misterio", de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación "en el Señor" (1 Co 7,39) todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (cf Ef 5,31-32).




El matrimonio en el orden de la creación


1603 "La íntima comunidad de vida y amor conyugal, está fundada por el Creador y provista de leyes propias. [...] El mismo Dios [...] es el autor del matrimonio" (GS 48,1). La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador. El matrimonio no es una institución puramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Estas diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos comunes y permanente. A pesar de que la dignidad de esta institución no se trasluzca siempre con la misma claridad (cf GS 47,2), existe en todas las culturas un cierto sentido de la grandeza de la unión matrimonial. "La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar" (GS 47,1).


1604 Dios que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2), que es Amor (cf 1 Jn 4,8.16). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (cf Gn1,31). Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. «Y los bendijo Dios y les dijo: "Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla"» (Gn 1,28).


1605 La Sagrada escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: "No es bueno que el hombre esté solo" (Gn 2, 18). La mujer, "carne de su carne" (cf Gn2, 23), su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como una "auxilio" (cf Gn 2, 18), representando así a Dios que es nuestro "auxilio" (cf Sal 121,2). "Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (cf Gn 2,18-25). Que esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál fue "en el principio", el plan del Creador (cf Mt 19, 4): "De manera que ya no son dos sino una sola carne" (Mt 19,6).




El matrimonio bajo la esclavitud del pecado


1606 Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal.



1607 Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan distorsionadas por agravios recíprocos (cf Gn 3,12); su atractivo mutuo, don propio del creador (cf Gn 2,22), se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia (cf Gn 3,16); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (cf Gn 1,28) queda sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (cf Gn 3,16-19).



1608 Sin embargo, el orden de la Creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia infinita, jamás les ha negado (cf Gn 3,21). Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó "al comienzo".









Del Matrimonio en Cristo



La palabra amor


La palabra amor, como tantas otras del lenguaje humano, es equívoca, y puede significar muchas realidades diversas, incluso contradictorias entre sí. Por eso, si de verdad queremos saber qué es el amor, no podremos contentarnos con las cuatro tonterías que acerca de él se dicen muchas veces. Por el contrario, hemos de tomarnos la molestia de analizar atentamente lo que significa esa palabra tan preciosa, pues el amor designa la realidad más profunda de Dios y del hombre, y nos da la clave decisiva para entender el misterio natural del matrimonio.


La atracción


El atractivo está en el origen del amor. Viene a ser un amor naciente, ya en alguna medida amor, aunque imperfecto. En él se implican varios elementos:


-Conocer. Sin conocimiento, no hay amor. No puede amarse lo que no se conoce, ni puede amarse mucho lo que se conoce poco. Si una hermanita vuestra os dice que está locamente enamorada de un muchacho con el que todos los días se cruza en la calle al ir a la escuela, vosotros os reís y pensáis que sí, que está un poco loca. ¿Cómo va a haber un amor profundo si no le conoce personalmente, ni sabe su nombre, ni su modo de ser ni nada, como no sea su figura corporal?


-Querer. El atractivo implica el querer de la voluntad. Nadie puede atraernos (=traernos hacia sí) sin el querer, o el consentimiento al menos, de nuestra voluntad.


-Sentir. La esfera de la afectividad, el juego de los sentimientos, tiene parte muy importante en este amor naciente. Por la afectividad, más que conocer a una persona, la sentimos. Incluso una persona puede atraernos sin que sepamos bien por qué: tiene un no sé qué que nos atrae.


Pues bien, daos buena cuenta de esto: es una persona la que resulta atrayente. Una persona. Podrá atraernos sobre todo por su belleza, su cultura, su bondad, o aquello que nosotros más valoremos en ella, según nuestro modo de ser. Pero, al menos, no podría hablarse de amor si la atracción se produjera haciendo abstracción de la persona.



El deseo


El amor-atracción está relacionado con el amor-deseo, que es un amor interesado, en el mejor sentido de la expresión. El hombre y la mujer son seres limitados, y por el amor interesado del deseo tienden a completarse en la unidad. No hablamos aquí del mal deseo de la concupiscencia, en el que una persona es deseada como un medio para apagar la propia sed. Hablamos de un amor verdadero, que no es sólo deseo sensual, aunque también lo incluya, sino que llega a la persona: «Te quiero, porque tú eres un bien para mí». También Dios debe ser amado por el hombre con este amor.


La simpatía


La simpatía es un amor puramente afectivo, que hace sintonizar sensiblemente con otra persona, predisponiendo el corazón a captar en ella ciertos valores reales o supuestos. Nace a veces la simpatía de una cierta homogeneidad de caracteres, o de heterogeneidades complementarias, o incluso de formas apenas comprensibles -cuando se da, por ejemplo, hacia un sinvergüenza-. Como comprenderéis, la simpatía, si sólo cuenta con sus propias fuerzas, establece un vínculo interpersonal bastante débil, a causa de su falta de objetividad.


La benevolencia


Si ha de llegarse al amor pleno, no basta la atracción, el deseo y la simpatía; es preciso además y sobre todo querer con todo empeño el bien de la persona amada («te amo y quiero el bien para ti»). A este amor altruísta de la voluntad y de los sentimientos se le ha llamado justamente amor benevolentiæ, o simplemente benevolentiæ (querer bien -se entiende, para el otro-).


Este es el amor más puro, y es al mismo tiempo el amor que más enriquece tanto al que ama como al amado. Es el amor que dilata el corazón de la persona, sacándola de sí misma (éxtasis), liberándola de su congénito egocentrismo, para unirla profundamente a otra persona.


Por lo demás, sólo cuando la atracción, el deseo y la simpatía se ven sellados por el amor benevolente, es cuando alcanzan dignidad plena, profundidad y estabilidad. Así es como tenéis que amaros vosotros, novios y esposos.


La amistad


La amistad, que normalmente incluye la simpatía, se fundamenta en el amor de la voluntad. Una persona se compromete en amistad con otra por medio de actos intensos de la voluntad, y de ahí provienen la firmeza y la persistencia que caracterizan toda amistad genuina. La amistad produce entre los amigos una gran unión («son inseparables»), lleva a compartir los bienes interiores y exteriores («lo mío es tuyo, lo tuyo es mío»), y se fundamenta en una clara benevolencia recíproca («yo quiero el bien para ti, como lo quiero para mí»).


Pues bien, el amor conyugal entre hombre y mujer es la forma más alta de amistad, la más profunda, la más duradera, la que lleva a compartirlo todo. Lo que quizá empezó en una simpatía -aunque no siempre-, ha llegado a ser un profundo amor de amistad personal. Y entonces, simpatía y amistad han de ir siempre de la mano. Error frecuente del amor humano es mantenerse en la mutua simpatía, sin llegar nunca a la verdadera amistad, o pretender una amistad que no cultiva suficientemente la simpatía. Y esto debéis saberlo los novios y los esposos, para que eduquéis así vuestro corazón en el verdadero arte del amor, ars amandi.




El amor matrimonial


El amor conyugal consiste en la recíproca donación de las personas. Incluye, pues, atracción y deseo, benevolencia, simpatía y amistad, pero va más allá que todo ello. Los esposos son entre sí mucho más que amigos. Darse a una persona para siempre es algo más que querer su bien. Recibir una persona para siempre, incorporándola a uno mismo como algo propio, es mucho más que experimentar hacia ella atracción, simpatía y amistad. Pues bien, en el matrimonio, tras una elección consciente y libre, un hombre y una mujer se entregan del todo mutuamente, y mutuamente se reciben, para siempre. Es algo realmente formidable...










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