martes, 22 de agosto de 2023

Amar a Dios por sobre todas las cosas




Amar a Dios por sobre todas las cosas


Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones.
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén



EL PRIMER MANDAMIENTO


«AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN,
CON TODA TU ALMA Y CON TODAS TUS FUERZAS»


«...No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto» (Ex 20, 2-5).


«Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto» (Mt 4, 10)


2086 «El primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza y la caridad. En efecto, quien dice Dios, dice un ser constante, inmutable, siempre el mismo, fiel, perfectamente justo. De ahí se sigue que nosotros debemos necesariamente aceptar sus Palabras y tener en Él una fe y una confianza completas. Él es todopoderoso, clemente, infinitamente inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría no poner en él todas sus esperanzas? ¿Y quién podrá no amarlo contemplando todos los tesoros de bondad y de ternura que ha derramado en nosotros? De ahí esa fórmula que Dios emplea en la Sagrada Escritura tanto al comienzo como al final de sus preceptos: “Yo soy el Señor”» (Catecismo Romano, 3, 2, 4).








La Fe

2087 Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su amor. San Pablo habla de la “obediencia de la fe” (Rm 1, 5; 16, 26) como de la primera obligación. Hace ver en el “desconocimiento de Dios” el principio y la explicación de todas las desviaciones morales (cf Rm 1, 18-32). Nuestro deber para con Dios es creer en Él y dar testimonio de Él.

2088 El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con prudencia y vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella. Hay diversas maneras de pecar contra la fe:

 La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer.

 La duda involuntaria designa la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de esta. Si la duda se fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu.

 La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario de prestarle asentimiento. 








La Esperanza

2090 Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y de provocar su castigo.


Los pecados contra la esperanza, que son la desesperación y la presunción:

Por la desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados.

Hay dos clases de presunción. Cuando el hombre presume de sus capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto)
Cuando presume de la omnipotencia o de la misericordia divinas (esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito)








La Caridad

2093 La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligación de responder a la caridad divina mediante un amor sincero. 

Nos ordena amar a Dios sobre todas las cosas y a las criaturas por Él y a causa de Él (cf Dt 6, 4-5).


 Se puede pecar contra el amor de Dios.

 La indiferencia descuida o rechaza la consideración de la caridad divina; desprecia su acción preveniente y niega su fuerza. 
 La ingratitud omite o se niega a reconocer la caridad divina y devolverle amor por amor.
 La tibieza es una vacilación o negligencia en responder al amor divino; puede implicar la negación a entregarse al movimiento de la caridad.
 La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino.
 El odio a Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya bondad niega y lo maldice porque condena el pecado e inflige penas.










El Amor del Mandamienro: La Caridad



BENEDICTO XVI, Domingo 4 de noviembre de 2012




 (Mc 12, 28-34): Amar a Dios y amar al prójimo. 



El  mandamiento del amor lo puede poner en práctica plenamente quien vive en una relación profunda con Dios, precisamente como el niño se hace capaz de amar a partir de una buena relación con la madre y el padre. 

San Juan de Ávila en el Tratado del amor de Dios: «La causa que más mueve al corazón con el amor de Dios es considerar el amor que nos tiene este Señor... .

 Más mueve al corazón el amor que los beneficios; porque el que hace a otro beneficio, dale algo de lo que tiene: más el que ama da a sí mismo con lo que tiene, sin que le quede nada por dar». 

Antes que un mandato —el amor no es un mandato— es un don, una realidad que Dios nos hace conocer y experimentar, de forma que, como una semilla, pueda germinar también dentro de nosotros y desarrollarse en nuestra vida.

Si el amor de Dios ha echado raíces profundas en una persona, ésta es capaz de amar también a quien no lo merece, como precisamente hace Dios respecto a nosotros. 

El padre y la madre no aman a sus hijos sólo cuando lo merecen: les aman siempre, aunque naturalmente les señalan cuándo se equivocan. De Dios aprendemos a querer siempre y sólo el bien y jamás el mal. 

Aprendemos a mirar al otro no sólo con nuestros ojos, sino con la mirada de Dios, que es la mirada de Jesucristo. Una mirada que parte del corazón y no se queda en la superficie; va más allá de las apariencias y logra percibir las esperanzas más profundas del otro: esperanzas de ser escuchado, de una atención gratuita; en una palabra: de amor. 

Pero se da también el recorrido inverso: que abriéndome al otro tal como es, saliéndole al encuentro, haciéndome disponible, me abro también a conocer a Dios, a sentir que Él existe y es bueno. 


Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y se encuentran en relación recíproca... Jesús reveló que son un único mandamiento, y lo hizo no sólo con la palabra, sino sobre todo con su testimonio: la persona misma de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo, como los dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal. 

En la Eucaristía Él nos dona este doble amor, donándose Él mismo, a fin de que, alimentados de este Pan, nos amemos los unos a los otros como Él nos amó.








¿Primer Mandamiento?


El fin próximo y relativo de la vida cristiana es la propia santificación (Ef 1, 4-5)

La santificación comienza en germen en el bautismo. El llamamiento a la Perfección Cristiana es universal (todos están llamados a la santidad) aunque sea de un modo remoto, pues cada uno estará llamado a un grado de santidad distinto. 


Varios modos similares de describir qué es la santidad:

- Vivir de una manera más plena la inhabitación trinitaria.
- Transformar nuestras vidas en orden a asemejarnos más a Cristo, nuestra cristificación.
- Trabajar por la perfección de la caridad.
- Aspirar a una perfecta conformidad de la voluntad humana con la divina. 


Amar el propio grado de llamada a la santidad, sin desear un grado mayor, pues esa es la voluntad de Dios.

(Hay tentaciones contra la fe sobre los distintos grados de de santidad o gloria:el demonio es muy teólogo y no hay que discutir con él; tener la obsesión de buscar la gloria de Dios).


-- La santidad como perfección de la caridad --

Santo Tomás: caridad es amistad entre Dios y el hombre. Dios está en nosotros de dos formas: 1) como Padre por la gracia y 2) como Amigo por la caridad.


La caridad supone necesariamente la gracia. 

Donde no hay gracia (el alma en pecado mortal) no hay caridad. Y allá donde no hubiera caridad, no hay gracia. 

Sin embargo, con las otras virtudes teologales (fe y esperanza) no ocurre así. En el alma en pecado mortal continúa habiendo una fe (informe, no alimentada por la caridad) que nos mantiene en la creencia en Dios para poder volver a Él mediante el arrepentimiento. Y también se mantiene una esperanza (informe, no alimentada por la caridad) de poder alcanzar el gozo de Dios a través del arrepentimiento.








Aunque las tres virtudes (fe, esperanza y caridad) son teologales, vemos que no se comportan igual en el alma en pecado mortal. Y esto es así porque la fe y la esperanza son medios para alcanzar a Dios, mientras la caridad persigue la unión misma con Dios.

La criatura por la gracia y la caridad se convierte en hijo de Dios.

La caridad se infunde en el alma por el Bautismo o por la Penitencia.


Definición de caridad:

Es una virtud teologal (tiene como objeto a Dios) infundida por Él en la voluntad por la que amamos a Dios por sí mismo sobre todas las cosas, y a nosotros y al prójimo por Dios.



Objeto material de la caridad:

Primariamente es Dios, secundariamente nosotros y el prójimo. También indirectamente con el resto de las criaturas.

Objeto fundamental de la caridad:

Es la bondad de Dios en sí misma considerada, la esencia divina, los atributos divinos y las tres divinas personas. Amar a Dios por habernos creado no es propiamente caridad, por ejemplo, puesto que lo amamos porque hemos recibido algo.


La caridad como virtud:

Es una virtud sobrenatural que se infunde en el alma por el Bautismo, y que Dios infunde en la medida y grado que le place.


El grado de gloria que tendremos en el cielo es el mismo grado de gracia (de caridad) que tenemos en la tierra.







 

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