martes, 29 de agosto de 2023

"Cuando me pregunten: "¿Cuál es su nombre?", ¿qué les responderé?" Gén. 3,13






"Dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que soy.» Y añadió: «Así dirás a los israelitas: "Yo soy" me ha enviado a vosotros.»" (Gén. 3, 14)








El segundo mandamiento del decálogo es: No tomarás el nombre de Dios en vano. Este mandamiento manda honrar y respetar el nombre de Dios (Cf. Catecismo, 2142), que no se ha de pronunciar «sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo» (Catecismo, 2143).

 De lo contrario, el hombre pierde, en mayor o menor escala, el sentido de la realidad: olvida quién es Dios y quién es él; y reincide en la tentación del origen. (Pecado Original)

El segundo mandamiento: "No tomarás el nombre de Dios en vano". Prescribe respetar el nombre del Señor" y manda honrar el nombre de Dios. Siempre según el Catecismo, no se ha de pronunciar "sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo".

2143 Entre todas las palabras de la revelación hay una, singular, que es la revelación de su Nombre. Dios confía su Nombre a los que creen en El; se revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden de la confidencia y la intimidad. ‘El nombre del Señor es santo’. Por eso el hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración amorosa (cf Za 2, 17). No lo empleará en sus propias palabras, sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf Sal 29, 2; 96, 2; 113, 1-2).

2144 “La deferencia respecto a su Nombre expresa la que es debida al misterio de Dios mismo y a toda la realidad sagrada que evoca. El sentido de lo sagrado pertenece a la virtud de la religión:

Los sentimientos de temor y de ‘lo sagrado’ ¿son sentimientos cristianos o no? Nadie puede dudar razonablemente de ello. Son los sentimientos que tendríamos, y en un grado intenso, si tuviésemos la visión del Dios soberano. Son los sentimientos que tendríamos si verificásemos su presencia. En la medida en que creemos que está presente, debemos tenerlos. No tenerlos es no verificar, no creer que está presente. (Newman, par. 5, 2).










Benedicto XVI: "hoy consideramos el 2º Mandamiento de la Ley de Dios: "No tomarás el nombre de Dios en vano". En positivo, debemos respetar el nombre del Señor. Jesucristo reprocha a los escribas y fariseos abusar del nombre de Dios, puesto que —mediante una compleja casuística que habían inventado— sabían encontrar subterfugios para usar retorcidamente (¡siempre en beneficio propio!) el juramento.

Dios —como un regalo— nos ha revelado su Santo Nombre: debemos guardarlo en la memoria, en un silencio de amorosa adoración. Sin embargo, de ninguna palabra se ha abusado tanto como de la palabra "Dios". Un solo ejemplo: los cinturones del ejército nazi llevaban grabada la frase "Dios con nosotros". Aparentemente se honraba el nombre de Dios, pero —en realidad— se le profanaba gravemente para los propios fines. Esas profanaciones de su nombre van desfigurando el rostro de Dios, hasta hacerlo irreconocible.

—Dios mío, quiero adorarte invocando muchas veces tu Nombre "tres veces Santo", y deseo alzar tu dulce nombre de Dios-Hombre: ¡Jesús!"










«El nombre de una persona expresa la esencia, su identidad y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima» (Catecismo, 203). Sin embargo, Dios no puede ser abarcado por los conceptos humanos, ni hay idea capaz de representarlo, ni nombre que pueda expresar exhaustivamente la esencia divina. Dios es “Santo”, lo que significa que es absolutamente superior, que está por encima de toda criatura, que es trascendente.

A pesar de todo, para que podamos invocarle y dirigirnos personalmente a Él, en el Antiguo Testamento «se reveló progresivamente y bajo diversos nombres a su pueblo» (Catecismo, 204). El nombre que manifestó a Moisés indica que Dios es el Ser por esencia, que no ha recibido el ser de nadie y del que todo procede: «Dijo Dios a Moisés: “Yo soy el que soy”. Y añadió: “Así dirás a los hijos de Israel: ‘Yo soy’ [Yahvé: ‘Él es’] me ha enviado a vosotros” (...) Este es mi nombre para siempre» (Ex 3,13-15; Cf.Catecismo, 213). Por respeto a la santidad de Dios, el pueblo de Israel no pronunciaba su nombre sino que lo sustituía por el título “Señor” (“Adonai”, en hebreo; “Kyrios”, en griego) (Cf. Catecismo, 209). Otros nombres de Dios en el Antiguo Testamento son: “Élohim”, que es el plural mayestático de ‘plenitud’ o ‘grandeza’; “El-Saddai”, que significa poderoso, omnipotente.








En el Nuevo Testamento, Dios da a conocer el misterio de su vida íntima: que es un solo Dios en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Jesucristo nos enseña a llamar a Dios “Padre” (Mt 6.9): “Abbá” que es el modo familiar de decir Padre en hebreo (Cf. Rm 8,15). Dios es Padre de Jesucristo y Padre nuestro, aunque no del mismo modo, porque Él es el Hijo Unigénito y nosotros hijos por adopción. Pero esa peculiar adopción nos hace verdaderamente hijos (Cf. 1 Jn 3,1), hermanos de Jesucristo (Rm 8,29), porque el Espíritu Santo ha sido enviado a nuestros corazones y participamos de la naturaleza divina (Cf. Gal 4,6; 2 P 1,4). Somos hijos de Dios en Cristo. En consecuencia, podemos dirigirnos a Dios llamándole con verdad “Padre”.

En el Padrenuestro rezamos: “Santificado sea tu nombre”. El término “santificar” debe entenderse, aquí, en el sentido de «reconocer el nombre de Dios como santo, tratar su nombre de una manera santa» (Catecismo, 2807). Es lo que hacemos cuando adoramos, alabamos o damos gracias a Dios. Pero las palabras “santificado sea tu nombre” son también una de las peticiones del Padrenuestro: al pronunciarlas pedimos que su nombre sea santificado a través de nosotros, es decir, que con nuestra vida le demos gloria y llevemos a los demás a glorificarle (Cf. Mt 5,16). «Depende de nuestra vida y de nuestra oración que su Nombre sea santificado entre las naciones» (Catecismo, 2814).

El respeto al nombre de Dios reclama también respeto al nombre de la Santísima Virgen María, de los Santos y de las realidades santas en las que Dios está presente de un modo u otro, ante todo la Santísima Eucaristía, verdadera Presencia de Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, entre los hombres.








El que pronuncia el nombre de Dios lo debería hacer siendo consciente de la responsabilidad que esto implica para él ante Dios. Una manera muy grave de tomar el nombre de Dios en vano, es la blasfemia, en la cual intencionadamente se denigra, burla o injuria a Dios. También el que invoca a Dios para mentir, toma en vano el nombre de Dios.

En el curso de la historia muchas veces fue tomado en vano el nombre de Dios para enriquecerse, librar guerras, discriminar personas, torturar y matar.

También en la vida cotidiana se transgrede el segundo mandamiento. Ya la mención irreflexiva de los nombres “Dios", “Jesucristo" o “Espíritu Santo" en conversaciones poco serias, es pecado. Lo mismo sucede con las maldiciones, en las cuales se menciona a Dios o Jesús y no pocas veces en expresiones ajenas a la realidad, y los chistes en los cuales aparecen Dios, el Padre, Jesucristo o el Espíritu Santo.













El segundo mandamiento prohíbe todo uso inconveniente del nombre de Dios (Cf. Catecismo, 2146), y en particular la blasfemia, que «consiste en proferir contra Dios —interior o exteriormente— palabras de odio, de reproche, de desafío (...). Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbre, torturar o dar muerte. [...] La blasfemia es de suyo un pecado grave» (Catecismo, 2148).

También prohíbe jurar en falso (Cf. Catecismo, 2150). Jurar es poner a Dios por testigo de lo que se afirma (por ejemplo, para dar garantía de una promesa o de un testimonio). Es lícito el juramento, cuando es necesario y se hace con verdad y con justicia: por ejemplo, en un juicio o al asumir un cargo (Cf. Catecismo, 2154). Por lo demás, el Señor enseña a no jurar: «sea vuestro lenguaje: sí, sí; no, no» (Mt 5,37; Cf. St 5,12; Catecismo, 2153).


El nombre del cristiano

«El hombre es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma»[13]. No es “algo” sino “alguien”, una persona. «Solo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y esta es la razón fundamental de su dignidad» (Catecismo, 356). En el Bautismo, recibe un nombre que representa su singularidad irrepetible ante Dios y ante los demás (Cf. Catecismo, 2156, 2158). Bautizar también se dice “cristianizar”. Cristiano, seguidor de Cristo, es nombre propio de todo bautizado: «fue en Antioquía donde los discípulos [los que se convertían al ser evangelizados] recibieron por primera vez el nombre de cristianos» (Hch 11,26).






Dios llama a cada uno por su nombre (Cf. 1 S 3,4-10; Is 43,1; Jn 10,3; Hch 9,4 ). Ama a cada uno personalmente. De cada uno espera una respuesta de amor: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas». Nadie puede sustituirnos en esa respuesta. San Josemaría anima a meditar «con calma aquella divina advertencia, que llena el alma de inquietud y, al mismo tiempo, le trae sabores de panal y de miel: redemi te et vocavi te nomine tuo: meus es tu (Is 43,1); te he redimido y te he llamado por tu nombre: ¡eres mío! No robemos a Dios lo que es suyo. Un Dios que nos ha amado hasta el punto de morir por nosotros, que nos ha escogido desde toda la eternidad, antes de la creación del mundo, para que seamos santos en su presencia.








"Teme al Señor y honra al sacerdote"


           Eclesiásttico 7, 31  





“Padre...”», y enseñó el Padre Nuestro (cf. Lc 11, 2-4), sacándolo de su propia oración, con la que se dirigía a Dios, su Padre. San Lucas nos transmite el Padre Nuestro en una forma más breve respecto a la del Evangelio de san Mateo, que ha entrado en el uso común. Estamos ante las primeras palabras de la Sagrada Escritura que aprendemos desde niños. Se imprimen en la memoria, plasman nuestra vida, nos acompañan hasta el último aliento. Desvelan que «no somos plenamente hijos de Dios, sino que hemos de llegar a serlo más y más mediante nuestra comunión cada vez más profunda con Cristo. Ser hijos equivale a seguir a Jesús» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 172).













San Francisco ante los Sacerdotes



La «Iglesia», por tanto, no es para él algo etéreo, inconcreto y genérico, no es algo intangible y, en definitiva, inasible. Para Francisco la Iglesia se hace carne viva en los intermediarios de la salvación establecidos por Dios: los «clérigos». Por eso afirma:

Dichoso el siervo que mantiene la fe en los clérigos que viven verdaderamente según la forma de la Iglesia romana. Y ¡ay de aquellos que los desprecian!

Quien quiere ser siervo de Dios, tiene que respetar y amar a la Iglesia, que el Señor ha instituido para su glorificación y para la salvación de los hombres. Y, en primer lugar, tiene que respetar y amar a los servidores de la Iglesia en quienes y a través de quienes cumple ésta sus grandes tareas de glorificación de Dios y de salvación de los hombres. ¿Y por qué debe respetar y amar a los «clérigos»? ¿Por sus dotes carismáticas? ¿Por su santidad personal? ¿Por sus grandes méritos? ¡A nada de esto alude Francisco! En su Testamento da gracias a Dios por haberle dado y seguir dándole «una fe tan grande en los sacerdotes que viven según la forma de la Iglesia romana», y esto «por su ordenación» (Test 6). Por eso, el que los sacerdotes vivan según la norma de la santa Iglesia romana es un elemento decisivo de la fe que en ellos deben tener los siervos de Dios.

En el sacramento del orden, Cristo, cabeza de la Iglesia, une consigo de una manera especial a los sacerdotes. Éstos han recibido plenos poderes para actuar en su lugar, en su nombre o, como se decía en la Edad Media, «en su persona». Francisco manifiesta esta fe con expresiones muy personales: «Y a estos sacerdotes y a todos los otros quiero temer, amar y honrar como a señores míos. Y no quiero advertir pecado en ellos, porque miro en ellos al Hijo de Dios y son mis señores» (Test 8-9). Actuando así, este creyente cristiano cumple la palabra del Señor: «El que os escucha a vosotros, a mí me escucha; y el que os rechaza, a mí me rechaza; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado» (Lc 10,16). Por eso, ¡dichoso quien tiene en los enviados por el Señor a su Iglesia la misma fe que en Cristo, el Señor! Y, ¡ay de aquellos que los desprecian!, pues eso equivale a despreciar a Cristo, que viene en ellos a nuestro encuentro, y al Padre que lo ha enviado.

Pues, aun cuando sean pecadores, nadie, sin embargo, debe juzgarlos, porque el Señor mismo se reserva para sí sólo el juicio sobre ellos.

La veneración, el respeto y la fe que se nos exige en la primera frase de esta Admonición, y que se nos exige además con toda firmeza (Dichoso... ¡ay de aquellos...!), resultan particularmente difíciles en el caso de «algunos pobrecillos sacerdotes de este mundo» (Test 7) que no actúan como debieran y viven en pecado: aun cuando sean pecadores (4). Los sacerdotes son seres humanos como los demás; por tanto, son pecadores como todos nosotros. Una vez más podemos comprobar cómo Francisco no idealiza ni encubre nada. Toma la realidad de la vida tal como es. Él, que vivía con la mente bien despierta y conocía los problemas y carencias de su tiempo, sabe que el sacerdote, a pesar de su íntima unión con Cristo por el sacramento del orden, sigue siendo un ser humano, un hombre con faltas e imperfecciones, con pecados y negaciones. ¡Esto es algo que él experimentó en su tiempo, y que lo experimentó incluso en proporciones que hoy día nos resultan difíciles de imaginar!

Pero, según Francisco, todo ello no debe ensombrecer la dignidad interna que el sacerdote ha recibido de Cristo en la ordenación. Penetrando lo humano, contempla lo que procede de Dios: «Porque miro en ellos al Hijo de Dios» (Test 9). Esta mirada de fe le impide juzgarlos. Deja todo juicio en manos de Dios, el Señor, el único a quien compete juzgar. Como dice el apóstol Pablo: «A mí lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano... Mi juez es el Señor» (1 Cor 4,34). Francisco no quiere anticiparse al juicio de Dios.

Por otra parte, ¡aquí se refleja también claramente cuán grande es la responsabilidad del sacerdote en todos los ámbitos y aspectos de su vida, por su ordenación! El sacerdote, que debe hacer las veces de Cristo y puede actuar «en su persona», está obligado a vivir cada vez más a Cristo. «A quien mucho se le dio, se le reclamará mucho» (Lc 12,48). Las cuentas que le pedirá el Señor estarán en relación con la gracia que ha recibido.

Pues cuanto más grande es el ministerio que tienen del santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, que ellos reciben y ellos solos administran a otros, tanto más pecado tienen los que pecan contra ellos que los que lo hacen contra todos los otros hombres de este mundo.

Una vez más, Francisco expresa su más profunda preocupación. Una vez más, advierte a sus seguidores que no deben juzgar a aquellos sobre quienes el Señor en persona se ha reservado todo juicio. Una vez más, queda bien claro que la sublimidad y dignidad del sacerdote se basa sobre su ministerio, especialmente sobre la potestad de celebrar la eucaristía y administrar a los hombres el cuerpo y la sangre de Cristo: «Y lo hago por este motivo: porque en este siglo nada veo corporalmente del mismo altísimo Hijo de Dios sino su santísimo cuerpo y santísima sangre, que ellos reciben y solos ellos administran a otros» (Test 10).














¿Qué es un sacrilegio?





PREGUNTA: ¿Qué es un sacrilegio?
RESPUESTA: Se entiende generalmente como la profanación o trato injurioso de un objeto o persona sagrado

PREGUNTA: ¿Cuáles son los tipos de sacrilegios?
RESPUESTA: Hay tres tipos de sacrilegios: contra las personas, lugares o cosas sagradas:


Sacrilegio contra una persona sagrada:
 Significa comportarse de una manera tan irreverente con una persona sagrada que, ya sea por el daño físico infligido o por la deshonra acarreada, viola el honor de dicha persona.


Sacrilegio local:
Violación de un lugar sagrado: iglesia, cementerio, oratorio privado.
Esa violación puede ser por robo, comisión de un delito dentro de un lugar sagrado, usar una iglesia como establo o mercado, o como sala de banquetes, o como corte judicial para dirimir en ellas cuestiones meramente seculares.


Sacrilegio real:
El sacrilegio real es la injuria hacia cualquier objeto sagrado que no sea un lugar ni una persona.
Este tipo de sacrilegio puede cometerse, en primer lugar, administrando o recibiendo la Eucaristía en estado de pecado mortal, y también cuando se hace escarnio consciente y notorio hacia la Sagrada Eucaristía. Se considera el peor de los sacrilegios. Y en general cuando se recibe un sacramento de vivos en pecado mortal (confirmación, eucaristía, orden sacerdotal y matrimonio)
Asimismo se considera sacrilegio real la vejación de imágenes sagradas o reliquias, el uso de las Sagradas Escrituras y objetos litúrgicos para fines no sacramentales, y también la apropiación indebida o el desvío para otros fines de bienes y propiedades (muebles o inmuebles) destinados a servir a la manutención del clero o al ornamento de la iglesia.
A veces se puede incurrir en sacrilegio al omitir algún elemento necesario para la adecuada administración de los sacramentos o la celebración de la Eucaristía, como, por ejemplo, diciendo la Misa sin las vestiduras sagradas.


PREGUNTA: ¿Cuál es el sacrilegio más grave y frecuente que se comete hoy día?
RESPUESTA: Recibir la Sagrada Eucaristía en pecado mortal. Hay muchas personas que reciben a Jesús Sacramentado en la Misa; pero en cambio hay muy pocas personas que se confiesan. Y no olvidemos lo que dijo San Pablo: "El que come indignamente el Cuerpo de Jesucristo come su propia condenación" (1 Cor 11: 29)

PREGUNTA: ¿Cómo se perdona?
RESPUESTA: Sólo con la confesión. El sacrilegio es un pecado muy grave.












Otros puntos:














Mención especial: Aborto, Eutanasia, divorcio,  Homosexualidad, etc.

 

martes, 22 de agosto de 2023

Amar a Dios por sobre todas las cosas




Amar a Dios por sobre todas las cosas


Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones.
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén



EL PRIMER MANDAMIENTO


«AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN,
CON TODA TU ALMA Y CON TODAS TUS FUERZAS»


«...No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto» (Ex 20, 2-5).


«Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto» (Mt 4, 10)


2086 «El primero de los preceptos abarca la fe, la esperanza y la caridad. En efecto, quien dice Dios, dice un ser constante, inmutable, siempre el mismo, fiel, perfectamente justo. De ahí se sigue que nosotros debemos necesariamente aceptar sus Palabras y tener en Él una fe y una confianza completas. Él es todopoderoso, clemente, infinitamente inclinado a hacer el bien. ¿Quién podría no poner en él todas sus esperanzas? ¿Y quién podrá no amarlo contemplando todos los tesoros de bondad y de ternura que ha derramado en nosotros? De ahí esa fórmula que Dios emplea en la Sagrada Escritura tanto al comienzo como al final de sus preceptos: “Yo soy el Señor”» (Catecismo Romano, 3, 2, 4).








La Fe

2087 Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su amor. San Pablo habla de la “obediencia de la fe” (Rm 1, 5; 16, 26) como de la primera obligación. Hace ver en el “desconocimiento de Dios” el principio y la explicación de todas las desviaciones morales (cf Rm 1, 18-32). Nuestro deber para con Dios es creer en Él y dar testimonio de Él.

2088 El primer mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con prudencia y vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella. Hay diversas maneras de pecar contra la fe:

 La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer.

 La duda involuntaria designa la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de esta. Si la duda se fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu.

 La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario de prestarle asentimiento. 








La Esperanza

2090 Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolverle el amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y de provocar su castigo.


Los pecados contra la esperanza, que son la desesperación y la presunción:

Por la desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados.

Hay dos clases de presunción. Cuando el hombre presume de sus capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de lo alto)
Cuando presume de la omnipotencia o de la misericordia divinas (esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito)








La Caridad

2093 La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligación de responder a la caridad divina mediante un amor sincero. 

Nos ordena amar a Dios sobre todas las cosas y a las criaturas por Él y a causa de Él (cf Dt 6, 4-5).


 Se puede pecar contra el amor de Dios.

 La indiferencia descuida o rechaza la consideración de la caridad divina; desprecia su acción preveniente y niega su fuerza. 
 La ingratitud omite o se niega a reconocer la caridad divina y devolverle amor por amor.
 La tibieza es una vacilación o negligencia en responder al amor divino; puede implicar la negación a entregarse al movimiento de la caridad.
 La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino.
 El odio a Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya bondad niega y lo maldice porque condena el pecado e inflige penas.










El Amor del Mandamienro: La Caridad



BENEDICTO XVI, Domingo 4 de noviembre de 2012




 (Mc 12, 28-34): Amar a Dios y amar al prójimo. 



El  mandamiento del amor lo puede poner en práctica plenamente quien vive en una relación profunda con Dios, precisamente como el niño se hace capaz de amar a partir de una buena relación con la madre y el padre. 

San Juan de Ávila en el Tratado del amor de Dios: «La causa que más mueve al corazón con el amor de Dios es considerar el amor que nos tiene este Señor... .

 Más mueve al corazón el amor que los beneficios; porque el que hace a otro beneficio, dale algo de lo que tiene: más el que ama da a sí mismo con lo que tiene, sin que le quede nada por dar». 

Antes que un mandato —el amor no es un mandato— es un don, una realidad que Dios nos hace conocer y experimentar, de forma que, como una semilla, pueda germinar también dentro de nosotros y desarrollarse en nuestra vida.

Si el amor de Dios ha echado raíces profundas en una persona, ésta es capaz de amar también a quien no lo merece, como precisamente hace Dios respecto a nosotros. 

El padre y la madre no aman a sus hijos sólo cuando lo merecen: les aman siempre, aunque naturalmente les señalan cuándo se equivocan. De Dios aprendemos a querer siempre y sólo el bien y jamás el mal. 

Aprendemos a mirar al otro no sólo con nuestros ojos, sino con la mirada de Dios, que es la mirada de Jesucristo. Una mirada que parte del corazón y no se queda en la superficie; va más allá de las apariencias y logra percibir las esperanzas más profundas del otro: esperanzas de ser escuchado, de una atención gratuita; en una palabra: de amor. 

Pero se da también el recorrido inverso: que abriéndome al otro tal como es, saliéndole al encuentro, haciéndome disponible, me abro también a conocer a Dios, a sentir que Él existe y es bueno. 


Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y se encuentran en relación recíproca... Jesús reveló que son un único mandamiento, y lo hizo no sólo con la palabra, sino sobre todo con su testimonio: la persona misma de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo, como los dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal. 

En la Eucaristía Él nos dona este doble amor, donándose Él mismo, a fin de que, alimentados de este Pan, nos amemos los unos a los otros como Él nos amó.








¿Primer Mandamiento?


El fin próximo y relativo de la vida cristiana es la propia santificación (Ef 1, 4-5)

La santificación comienza en germen en el bautismo. El llamamiento a la Perfección Cristiana es universal (todos están llamados a la santidad) aunque sea de un modo remoto, pues cada uno estará llamado a un grado de santidad distinto. 


Varios modos similares de describir qué es la santidad:

- Vivir de una manera más plena la inhabitación trinitaria.
- Transformar nuestras vidas en orden a asemejarnos más a Cristo, nuestra cristificación.
- Trabajar por la perfección de la caridad.
- Aspirar a una perfecta conformidad de la voluntad humana con la divina. 


Amar el propio grado de llamada a la santidad, sin desear un grado mayor, pues esa es la voluntad de Dios.

(Hay tentaciones contra la fe sobre los distintos grados de de santidad o gloria:el demonio es muy teólogo y no hay que discutir con él; tener la obsesión de buscar la gloria de Dios).


-- La santidad como perfección de la caridad --

Santo Tomás: caridad es amistad entre Dios y el hombre. Dios está en nosotros de dos formas: 1) como Padre por la gracia y 2) como Amigo por la caridad.


La caridad supone necesariamente la gracia. 

Donde no hay gracia (el alma en pecado mortal) no hay caridad. Y allá donde no hubiera caridad, no hay gracia. 

Sin embargo, con las otras virtudes teologales (fe y esperanza) no ocurre así. En el alma en pecado mortal continúa habiendo una fe (informe, no alimentada por la caridad) que nos mantiene en la creencia en Dios para poder volver a Él mediante el arrepentimiento. Y también se mantiene una esperanza (informe, no alimentada por la caridad) de poder alcanzar el gozo de Dios a través del arrepentimiento.








Aunque las tres virtudes (fe, esperanza y caridad) son teologales, vemos que no se comportan igual en el alma en pecado mortal. Y esto es así porque la fe y la esperanza son medios para alcanzar a Dios, mientras la caridad persigue la unión misma con Dios.

La criatura por la gracia y la caridad se convierte en hijo de Dios.

La caridad se infunde en el alma por el Bautismo o por la Penitencia.


Definición de caridad:

Es una virtud teologal (tiene como objeto a Dios) infundida por Él en la voluntad por la que amamos a Dios por sí mismo sobre todas las cosas, y a nosotros y al prójimo por Dios.



Objeto material de la caridad:

Primariamente es Dios, secundariamente nosotros y el prójimo. También indirectamente con el resto de las criaturas.

Objeto fundamental de la caridad:

Es la bondad de Dios en sí misma considerada, la esencia divina, los atributos divinos y las tres divinas personas. Amar a Dios por habernos creado no es propiamente caridad, por ejemplo, puesto que lo amamos porque hemos recibido algo.


La caridad como virtud:

Es una virtud sobrenatural que se infunde en el alma por el Bautismo, y que Dios infunde en la medida y grado que le place.


El grado de gloria que tendremos en el cielo es el mismo grado de gracia (de caridad) que tenemos en la tierra.







 

miércoles, 2 de agosto de 2023

Santo Rosario Misterios de Dolor

 






















Misterios y  Mensajes para el Santo Rosario
 a la Reina de la Paz




 * Señal de la Cruz


*  Oración al Espíritu Santo


Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.

Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones. 

¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén






* Señor Ten Piedad (cantado o “Yo confieso…”)


* Credo


* Petición especial por los enfermos





Misterios Dolorosos 



Primer Misterio de Dolor


La Agonía de Nuestro Señor en el Huerto





Mensaje, 22 de marzo de 1984

“¡Queridos hijos! Esta tarde en particular, Yo deseo invitarlos a ser perseverantes en las pruebas. Consideren cuánto sufre mi Hijo todavía hoy a causa de sus pecados. Por eso, cuando tengan sufrimientos, ofrézcanlos en sacrificio a Dios. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”













2º Misterio de Dolor


La Flagelación de Jesús atado a la columna



Mensaje, 25 de octubre de 1996


“¡Queridos hijos! Hoy los invito a abrirse a Dios el Creador, a fin de que El pueda transformarlos. Hijitos, ustedes me son muy queridos. Yo los amo a todos y los llamo a estar más cerca de Mí y a que su amor por mi Inmaculado Corazón sea más ferviente. Yo deseo renovarlos y guiarlos con mi Corazón al Corazón de Jesús que aún hoy sufre por ustedes y los llama a la conversión y la renovación. A través de ustedes, Yo deseo renovar el mundo, Comprendan, hijitos, que ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo. Hijitos, los invito y los amo, y de una manera especial les imploro, conviértanse! Gracias por haber respondido a mi llamado! ”













3º Misterio de Dolor


La Coronación de Espinas



Mensaje, 5 de abril de 1984

“¡Queridos hijos! Esta tarde los invito a honrar de manera especial el Corazón de mi Hijo Jesús. Hagan penitencia para reparar las heridas infligidas al Corazón de mi Hijo. Este Corazón es herido con cada pecado grave. Gracias por haber venido esta tarde! 
















4º Misterio Doloroso


Jesús con la Cruz a cuestas camino al Calvario






Mensaje, 25 de marzo de 1997

“¡Queridos hijos, hoy los invito de manera especial a tomar la cruz en sus manos y a contemplar las llagas de Jesús. Pidan a Jesús que sane las heridas que ustedes, hijitos, han recibido en el transcurso de su vida a causa de sus pecados o de los pecados de sus padres. Sólo así comprenderán, hijitos, que el mundo necesita la curación de la fe en Dios Creador. Mediante la pasión y muerte de Jesús en la cruz, comprenderán que, sólo con la oración, podrán también ustedes llegar a ser verdaderos apóstoles de la fe, al vivir en sencillez y oración la fe que es un don. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ”













5º Misterio Doloroso


Jesús muere en la Cruz






Mensaje, 25 de marzo de 2015


“Queridos hijos! También hoy el Altísimo me permite estar con ustedes y guiarlos por el camino de la conversión. Muchos corazones se han cerrado a la gracia y hecho oídos sordos a mi llamado. Ustedes, hijitos, oren y luchen contra las tentaciones y contra todos los planes malvados que el diablo les ofrece a través del modernismo. Sean fuertes en la oración y con la cruz en las manos, oren para que el mal no los utilice y no venza en ustedes. Yo estoy con ustedes y oro por ustedes. Gracias por haber respondido a mi llamado. ”















* * * * *




* Salve



* 1 Padre Nuestro, 3 Ave María y Gloria por el Santo Padre



*Petición por los enfermos



 * 3 Gloria y  Oración por los enfermos ensañada por la Reina de la Paz:


“Oh Dios mío, este enfermo que esta aquí delante de Ti,

ha venido a pedirte lo que el desea y piensa

que es lo mas importante para el.

Tu, oh Dios, haz que entren en su corazón estas palabras:

“!Es mas importante la salud del alma!”

Señor, ¡Hágase sobre el Tu Santa Voluntad en todo!

Si Tu quieres que sane, que se le de la salud.

Pero si Tu voluntad es diversa, que continúe llevando su cruz.

Te rogamos también por nosotros que oramos por el;

purifica nuestros corazones para que seamos dignos de donar,

a través de nosotros mismos, Tu Santa Misericordia.

Protégelo y alivia sus penas, hágase en el Tu Santa Voluntad.

Que Tu Santo Nombre sea revelado a través de el,

ayúdalo a llevar con amor su cruz. Amén.”




LETANÍAS LAURETANAS

   


Señor, ten piedad

Cristo, ten piedad

Señor, ten piedad.

Cristo, óyenos.

Cristo, escúchanos.


Dios, Padre celestial, 

ten piedad de nosotros.

Dios, Hijo, Redentor del mundo, 

Dios, Espíritu Santo, 

Santísima Trinidad, un solo Dios,


Santa María, 

ruega por nosotros.

Santa Madre de Dios,

Santa Virgen de las Vírgenes,

Madre de Cristo, 

Madre de la Iglesia, 

Madre de la misericordia,  

Madre de la divina gracia, 

Madre de la esperanza,  

Madre purísima, 

Madre castísima, 

Madre siempre virgen,

Madre inmaculada, 

Madre amable, 

Madre admirable, 

Madre del buen consejo, 

Madre del Creador, 

Madre del Salvador, 

Virgen prudentísima, 

Virgen digna de veneración, 

Virgen digna de alabanza, 

Virgen poderosa, 

Virgen clemente, 

Virgen fiel, 

Espejo de justicia, 

Trono de la sabiduría, 

Causa de nuestra alegría, 

Vaso espiritual, 

Vaso digno de honor, 

Vaso de insigne devoción, 

Rosa mística, 

Torre de David, 

Torre de marfil, 

Casa de oro, 

Arca de la Alianza, 

Puerta del cielo, 

Estrella de la mañana, 

Salud de los enfermos, 

Refugio de los pecadores, 

Amparo de los migrantes,

Consuelo de los afligidos, 

Auxilio de los cristianos, 

Reina de los Ángeles, 

Reina de los Patriarcas, 

Reina de los Profetas, 

Reina de los Apóstoles, 

Reina de los Mártires, 

Reina de los Confesores, 

Reina de las Vírgenes, 

Reina de todos los Santos, 

Reina concebida sin pecado original, 

Reina asunta a los Cielos, 

Reina del Santísimo Rosario, 

Reina de la familia, 

Reina de la paz.



Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, 

perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, 

escúchanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, 

ten misericordia de nosotros.

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. 

Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.



ORACIÓN


Te rogamos nos concedas, 

Señor Dios nuestro, 

gozar de continua salud de alma y cuerpo, 

y por la gloriosa intercesión 

de la bienaventurada siempre Virgen María, 

vernos libres de las tristezas de la vida presente 

y disfrutar de las alegrías eternas. 

Por Cristo nuestro Señor. 

Amén.






















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