jueves, 29 de junio de 2023

Hora Santa con Santa Margarita María Alacoque

 





Hora Santa con Santa Margarita María Alacoque



Oración al Espíritu Santo


Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.

Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones. 

¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén






1.-   Dios es mi todo


Dice Santa Margarita María Alacoque:



"Nuestro corazón es tan pequeño, que no caben en él dos amores; y habiendo sido creado sólo para el divino, no puede tener descanso cuando se halla con otro."


"El Corazón de Jesús tendrá tanto cuidado de ustedes en la medida en que se confíen y abandonen en Él"


"Dios es mi todo, y todo, fuera de El, es nada para mí".


"Cuando no miramos más que a Dios, ni buscamos otra cosa que su divina gloria, no hay nada que temer".


"En la voluntad de Dios encuentra su paz nuestro corazón y el alma su alegría y su descanso".


"Todas las más amargas amarguras no son más que dulzura en este adorable Corazón, donde todo se trueca en amor".


"Basta amar al Santo de los Santos, para llegar a ser santos"


"Anda despacio, procurando adaptar tu vida interior y exterior al modelo de la humilde mansedumbre del Corazón de Jesús."


"El mayor bien que podemos tener en esta vida es la conformidad con Jesucristo en sus padecimientos".


"Este divino Corazón es pura dulzura, humildad y paciencia, por lo tanto, debemos esperar... El sabe cuando actuar."


"El Corazón de Jesús es un tesoro oculto e infinito que no desea más que manifestarse a nosotros".


“Yo vil y miserable criatura, prometo a mi Dios someterme y sacrificarme a todo lo que pida de mi; inmolando mi corazón al cumplimiento de todo lo que sea de su agrado, sin reserva de otro interés más que de su mayor Gloria y puro amor, al cual consagro y entrego todo mi ser y todos mis momentos.”


"Nada quiero sino tu Amor y tu Cruz, y esto me basta para ser Buena Religiosa, que es lo que deseo."







Voz de las Almas:


  No falta ahora sino la reproducción indispensable de una nueva Epifanía; aquella en que las almas y las naciones, herencia que su Padre le ha confiado, vengan a postrarse ante su altar, y reconociendo su Realeza Divina, se sometan a su imperio de luz, de paz, de misericordia y de amor…


Pero ¡qué!… Su Reinado ha comenzado ya hace veinte siglos y su victoria se ha extendido desde entonces como un piélago de luz esplendorosa y profunda… que ha penetrado la humanidad regenerada, y la ha informado de un alma nueva, de una hermosura divina… Esa victoria la va acentuando de día en día el Pentecostés permanente de la Iglesia, a medida que ésta arraiga en la tierra la Soberanía del Señor Crucificado…


Pero he aquí que un acontecimiento sobrenatural viene dando, desde hace cosa de tres siglos, un impulso decisivo al carro victorioso del Rey de amor… Un Pentecostés de fuego se ha levantado… parte de Paray-le-Monial y parece envolver ya y abrasar el mundo, transformando las almas y las sociedades… reanimando a los apóstoles…, confirmando las esperanzas y enardeciendo los anhelos de la Iglesia…


¡Oh, qué hermoso grito de victoria y de amor aquél que llena ya los ámbitos de la tierra, del uno al otro polo, grito de júbilo y plegaria de esperanza que dice: “Corazón divino de Jesús, venga a nos tu reino!”.


Ya viene, ¡oh, sí!, se acerca triunfante el Rey de amor… Mirad cómo ostenta sobre el pecho, enardecido por la caridad, su Corazón Divino como un Sol que siembra incendios en su carrera… Ved cómo avanza bendiciendo con dulzura… Ved cómo atrae, cómo llama con un gesto de ternura imperiosa, irresistible…


Y si dudáramos todavía que la hora de un triunfo divino parece acercarse, oíd trémulos de santa emoción, una palabra de Jesús, armonía que hace saltar de júbilo a sus apóstoles y amigos, a la vez que provoca el espanto entre los secuaces del infierno…


Jesús ha hablado, el Señor lo ha dicho, el Rey divino lo ha afirmado: “¡Yo quiero reinar por mi Sagrado Corazón y reinaré!…”. Transportados de gozo, respondamos nosotros esta tarde, en nombre de nuestros hogares, en nombre de nuestra patria, y haciendo eco a la voz de la Iglesia: “¡Hosanna al Hijo de María, al Rey de amor!…”.



(Todos)


¡Hosanna al Hijo de María, al Rey de amor!


¡Rogámoste, Jesús, que seas nuestro Rey!


(Todos)


Rogámoste, Jesús, que seas nuestro Rey!


¡Hosanna al Corazón de Cristo-Rey!




Estas aclamaciones, por sinceras que sean, no bastan… El corazón de Jesús reclama con derecho obras vivas de amor vivo que ratifiquen el Hosanna que resuena todavía clamoroso en el Sagrario…


“¡Cuántas veces, ¡ay!… recibiste, Señor, oraciones de labios… y después de la oración, la lanzada en tu Divino Corazón!”.


No una, sino mil veces, por desgracia, se ha reproducido el cambio sacrílego de decoración de Jerusalén, tu pueblo…


Ved: al cabo apenas de una semana, los himnos de victoria se trasforman en vocerío de cólera que pide su muerte…; y aquellas mismas manos que aplaudían con palmas y laureles, recogen con furor las piedras y luego los azotes…


“No así nosotros, Jesús, ¡oh!; no así, ¡Rey de reyes!… El agasajo de esta Hora Santa no será efímero como el del Domingo de Ramos…


Tú, Maestro adorable, que lees en el fondo de nuestras almas, sabes con qué lealtad y con cuánto ardor no sólo te amamos, sino que queremos a nuestra vez verte amado, extendiendo tu reinado en las almas y en la sociedad… Te lo decimos, Jesús, con el corazón en los labios.


Con este fin, Señor, te hemos pedido esta cita; con este único objeto nos hemos congregado ante este trono de gracia y de misericordia… Venimos, pues, a recabar las órdenes para el combate, resueltos como estamos a darlo todo, a sacrificarlo todo, con tal de entronizarte victorioso, preparando y precipitando la hora de tu reinado de amor…


¡Ah! La victoria será ciertamente nuestra; pues Tú, el Omnipotente, eres nuestro Prisionero…, más cautivo aún, si cabe, de tus amigos, que no lo fuiste en Getsemaní, de tus verdugos… Pero esta vez, Jesús amado no querrás, por cierto, renovar el milagro con que hace siglos escapaste de las manos de veleidosos entusiastas e interesados que, en beneficio propio, te querían proclamar su Rey… No así en esta Hora Santa, en la que tus servidores leales y tus apóstoles abnegados te aclaman Rey para tu propia gloria… ¡No romperás, pues, las cadenas de amor, Tú, el cautivo del amor!… Tu gloria que es la única nuestra… y tus intereses, nuestros solos intereses, te lo exigen, Dios de caridad… Manda, reina e impera aquí como Rey; díctanos tu voluntad, ya que son tantos los que de palabra y de obra niegan tu soberanía y tus derechos…


Algo y mucho hemos aprendido, ciertamente, por tu confidente y nuestra hermana Margarita María… Pero, ¿no querrás Tú mismo, Señor, mostrarnos… no fuera sino un destello de aquel Sol de tu Corazón, que le revelaste a ella?… Tenemos hambre de conocerte mejor, de amarte y de hacerte amar… Danos, pues, si no todo el banquete de Paray-le-Monial, que no merecemos… ¡oh!… danos siquiera una migaja sabrosa, empapada en el cáliz de tu Corazón…, y que nos revele sus designios… sus misericordias y ternuras… Pruébanos una vez más que porque eres


Jesús… que porque eres Rey de amor, eres espléndido como no lo fue jamás rey alguno de la tierra… Y ahora queremos oírte… Háblanos, Jesús”…








2.-  Vuestro interior ... mi Reino 


Dice Santa Margarita María Alacoque:


CONSEGUIDO el tan deseado bien de la santa Profesión, en el día mismo que la hice quiso mi Divino Maestro recibirme por Su esposa; pero de una manera imposible de explicar.

Sólo diré que me hablaba y trataba como si estuviera en el Tabor, siéndome esto más duro que la muerte, por no ver en mí conformidad alguna con mi Esposo, al cual miraba desfigurado por completo y desgarrado sobre el Calvario. Pero Él me dijo:

«Déjame hacer cada cosa a su tiempo, pues quiero que seas ahora el entretenimiento de Mi Amor, el cual desea divertirse contigo a Su placer,  como lo hacen los niños con sus muñecos. Es menester que te abandones así sin otras miras ni resistencia alguna, dejándome hallar Mi consiento a tus expensas; pero nada perderás en ello.»

Me prometió no alejarse de mí jamás, diciéndome: «Está siempre pronta y dispuesta a recibirme, porque quiero en adelante hacer en ti Mi morada, para conversar y entretenerse contigo.»

Desde este momento me favoreció con Su Divina Presencia; pero de un modo, cual no lo había experimentado hasta entonces, pues nunca había recibido una gracia tan grande, a juzgar por los efectos obrados siempre en mí desde este día. Le veía, Le sentía cerca de mí y Le oía mucho mejor que con los sentidos corporales, mediante los cuales hubiera podido

distraerme para desviarme de Él; pero a esto no podía poner obstáculo alguno, no teniendo en ello ninguna participación.

Me infundió un anonadamiento tan profundo que me sentí súbitamente como caída y perdida en el abismo de mi nada, del que no he podido ya salir por respeto y homenaje a esta infinita Grandeza, ante la cual quería estar siempre postrada con el rostro en tierra o de rodillas. Hasta ahora lo he hecho en cuanto mis ocupaciones y debilidad han podido permitírmelo, pues Él no me dejaba reposar en una postura menos respetuosa, y no me atrevía a sentarme, a no ser cuando me hallaba en presencia de alguna persona, por la consideración de mi indignidad, la cual Él me hacía ver tan grande, que no osaba presentarme a nadie sino con extraña confusión, y deseando que no se acordasen de mí, sino para despreciarme, humillarme e injuriarme, porque sólo eso merecía. Gozaba tanto este único Amor de mi alma en verme tratar así, que, contra la sensibilidad de mi natural orgulloso, no me dejaba hallar gusto entre las criaturas, sino en las ocasiones de contradicción, de humillación y de abyección. Eran éstas mi manjar delicioso, el cual nunca ha permitido Él que me faltase, ni jamás me decía: «Basta».


Antes, al contrario, suplía Él mismo la falta de parte de las criaturas o de mí misma; pero ¡Dios mío!, era de un modo mucho más sensible, cuando os mezclabais Vos en ello, y sería demasiado larga mi explicación.

Me honraba con Sus conversaciones; unas veces cual si fuera un Amigo o un Esposo el más apasionado, otras cual un Padre herido de amor por Su hijo único, otras, en fin, bajo formas diferentes. Callo los efectos que producía esto en mí. Diré solamente que me hizo ver en Él dos Santidades, la una de Amor y la otra de Justicia; ambas rigurosísimas a Su manera, y ambas se ejercerían continuamente sobre mí. La primera me haría sufrir una especie de purgatorio dolorosísimo y difícil de soportar, para alivio de las santas almas en él detenidas, a las cuales permitiría dirigirse a mí, según Su beneplácito.

Y la Santidad de Justicia, tan terrible y espantosa para los pecadores, me haría sentir todo el peso de Su Justo Rigor, atormentándome en beneficio de los mismos y «particularmente, —me dijo—, de las almas que me están consagradas, por cuya causa te haré ver y sentir de aquí en adelante lo que te convendrá sufrir por Mi Amor.»

Mas Vos, Dios mío, que conocéis mi ignorancia e impotencia para explicar cuanto ha pasado después entre Vuestra Soberana Majestad y Vuestra miserable e indigna esclava,

por los efectos siempre activos de Vuestro Amor y de Vuestra Gracia, dadme el medio de poder decir algo de lo más inteligible y sensible, y capaz de hacer ver hasta qué exceso de liberalidad ha ido Vuestro Amor hacia un objeto tan miserable e indigno. 




Voz de Jesús:


 ¿Qué opinan los hombres de vuestro Maestro, hijos del alma?…

¿Pensáis que creen de veras en mi verdad y en mi justicia? ¿Pensáis que creen, sobre todo, en mi amor; que creen en él con fe inmensa?… Porque debéis saber, ante todo, amigos y apóstoles de mi Sagrado Corazón, que el primer reinado que quiero establecer es un reinado íntimo en la conquista de vuestros corazones… Sí, ahí… donde sólo yo puedo penetrar…, ahí quiero, ante todo, echar los fundamentos sólidos de mi soberanía divina…


Vuestro interior, ese debe ser mi Reino por excelencia… Reino todo él de luz, de claridad inefable, puesto que yo soy la luz bajada a la tierra…, a fin de que todo aquél que cree en Mí no ande en tinieblas…


¡Aumentad la luz del alma; creced en fe, amigos míos!… Si supierais quién es Aquel que os aguarda en este altar… Quien Aquel que os llama a grandes voces desde el Sagrario… ¡Oh, qué de secretos íntimos os revelaría, con qué fuerza de caridad abrasaría y transfiguraría vuestras almas pobrecitas, si os dejarais iluminar, arrastrar y penetrar por las claridades de una fe ardiente!… ¿Queréis embriagaros de mi hermosura?… ¿Deseáis embelesaros en las magnificiencias de mi amor y de mi misericordia?


Dejadme, entonces, saturar de luz divina vuestras almas… Creed, ¡oh!, creed en Mí… Sí, creed en Mí, vosotros los hijos de mi Sagrado Corazón; pero no con una fe cualquiera; creed con una fe ardorosa… Creed, sobre todo, en el amor de mi adorable Corazón…


Y si de veras deseáis, como me lo decís, que Yo me establezca como Soberano en vuestras almas con una victoria de intimidad… pedidme, ante todo, que aumente el don de vuestra fe…



Las almas:


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: coloca tus manos creadoras sobre nuestros ojos nublados, y reanima nuestra fe. Manda como Rey de luz, Señor,  y caerán deshechas las escamas que enfermaban nuestra vista sobrenatural… ¡Oh, haz que te veamos claramente, Jesús, y reina aumentando en Ti nuestra fe!


(Todos)

Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en aquellas horas tan contadas de paz, de dicha tranquila y sabrosa…; en aquellas horas tan fugaces de sol, en las flores tan escasas de la vida… ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, Jesús, y reina aumentando en Ti nuestra fe!


Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado, queremos verte y encontrarte en la amargura secreta de tantas y tantas penas que Tú sólo conoces…, en aquellas desolaciones del corazón que las criaturas no pueden ni comprender, ni menos endulzar… ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, Jesús, y reina aumentando en Ti nuestra fe!


Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en aquellas luchas desesperadas, entre la naturaleza miserable y la conciencia…, entre nuestros devaneos y ambiciones y las crueles realidades de la vida…

¡Oh, haz que te veamos entonces claramente y reina aumentando en Ti nuestra fe!


Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte sobrenaturalizando aquellas legítimas aspiraciones de bienestar que provienen del deseo de asegurar el porvenir temporal y cristiano de los nuestros… ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente y reina aumentando en Ti nuestra fe!


Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en aquellas horas de penosa incertidumbre, cuando el horizonte se oscurece y se presenta amenazante…, cuando el cielo y la tierra parecen olvidarnos… ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, y reina aumentando en Ti nuestra fe!


Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en todos aquellos innumerables sacrificios que el deber nos impone, y, sobre todo, cuando marcas el hogar que te ama, con la cruz de los pesares… ¡Oh, haz que te veamos

Entonces claramente, y reina aumentando en Ti nuestra fe!


Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en el problema delicado de nuestra vida interior de conciencia…, cuando por nuestro bien permites luchas, contrariedades y sinsabores que nos toman de sorpresa… ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, y reina aumentando en Ti nuestra fe!


Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Señor, confesamos que Tú, y sólo Tú, eres el Camino, la Verdad y la Vida… ¿A quién acudiremos, cuando sólo Tú tienes palabras de vida eterna?…

Habiéndose encontrado, pues, Jesús en nuestro camino azaroso, te detenemos y nos abalanzamos a Ti exclamando: “¡Hijo de David, ten piedad de nosotros…, abre nuestros ojos…, haz en ellos la luz, una gran luz, para poder ver siempre y verte en todas las cosas, y reina aumentando en Ti nuestra fe!”.


Reina aumentando en Ti nuestra fe.



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3.-  No se extinguirá Su ardor


Dice Santa Margarita María de Alacoque:


 Pedíale con frecuencia que apartara de mí tales dulzuras, para dejarme gustar con placer las amarguras de Sus angustias, abandonos, agonías, oprobios y demás tormentos; mas respondíame que debía someterme con indiferencia a todas Sus varias disposiciones y nunca dictarle leyes: «Yo te haré comprender en adelante que Soy un sabio y prudente Director, y sé conducir sin peligro las almas, cuando se abandonan a Mí, olvidándose de sí mismas.»

Un día, que me hallaba un poco más libre, pues las ocupaciones de la obediencia apenas me dejaban reposar, estando delante del Santísimo Sacramento, me encontré toda penetrada por esta Divina Presencia; pero tan fuertemente, que me olvidé de mí misma y del lugar en que estaba, y me abandoné a este Espíritu entregando mi corazón a la fuerza de Su Amor. Me hizo reposar por muy largo tiempo sobre Su Pecho Divino, en el cual me descubrió todas las maravillas de Su Amor y los secretos inexplicables de Su Corazón Sagrado, que hasta entonces me había tenido siempre ocultos. Aquí me los descubrió por vez primera; pero de un modo tan operativo y sensible, que, a juzgar por los efectos producidos en mí por esta gracia, no me deja motivo alguno de duda, a pesar de temer siempre engañarme en todo cuanto refiero de mi interior. He aquí cómo me parece haber sucedido esto: Él me dijo: «Mi Divino Corazón está tan apasionado de Amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en Sí Mismo las Llamas de Su Caridad ardiente, le es preciso comunicarlas por tu medio, y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos tesoros que te descubro, y los cuales contienen las Gracias Santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra Mía.» Me pidió después el corazón, y yo le supliqué que le tomase. Le cogió e introdujo en Su Corazón adorable, en el cual me le mostró como un pequeño átomo que se consumía en aquel Horno encendido. Le sacó de allí cual si fuera una llama ardiente en forma de corazón, y volvióle a poner en el sitio de donde le había cogido, diciéndome:

«He ahí, Mi muy amada, una preciosa prenda de Mi Amor, el cual encierra en tu pecho una pequeña centella de Sus vivas Llamas para que te sirva de corazón, y te consuma hasta el postrer momento. No se extinguirá Su ardor, ni podrá encontrar refrigerio a no ser algún tanto en la sangría, cuya sangre marcaré de tal modo con Mi Cruz, que en vez de alivio te servirá de humillación y sufrimiento. Por esto quiero que la piadas con sencillez, ya para cumplir la regla, ya para darte el consuelo de derramar tu sangre sobre la cruz de las humillaciones. Y por señal de no ser pura imaginación la grande Gracia, que acabo de concederte, y sí el fundamento de todas las que te he de hacer aún, te quedará para siempre el dolor de tu costado, aunque he cerrado Yo mismo la llaga; y si tú no te has dado hasta el presente otro nombre que el de Mi esclava, Yo te doy desde ahora el de discípula muy querida de Mi Sagrado Corazón.»

Después de un favor tan grande, y que duró por tan largo espacio de tiempo sin saber si estaba en el Cielo o en la Tierra, quedé por muchos días como abrasada toda y embriagada y tan fuera de mí, que no podía reponerme para hablar, sino haciéndome violencia; y era tanto lo que me necesitaba violentar para recrearme y comer, que llegaba al extremo de agotar mis fuerzas para sobreponerme a la pena, causándome esto una humillación profunda. Tampoco podía dormir, porque la llaga, cuyo dolor me es tan grato, engendra en mí tan vivos ardores, que me consume y me abrasa viva.  



Voz de Jesús:


 Heme aquí; me presento a vosotros como el Rey de mansedumbre que os trae en su corazón un tesoro de paz, y que viene a ofreceros su gloriosa amistad… Pero recordad que no podéis servir a la vez a dos amos opuestos… Yo, vuestro Señor, y el mundo no podemos sentarnos al banquete de vuestro amor… Decidme, pues, ¿cuál de los dos elegís como Rey de amor de la familia?


Las almas. Corazón de Jesús, Tú solo serás nuestro Rey.


Voz de Jesús. ¿Y quién será el amigo que participe de la vida de hogar?


Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de Betania.


Voz de Jesús. Es decir, ¿qué puedo entonces mandar como en mi casa e imponer mi ley a vuestro hogar?… ¿Me aceptáis, pues, entonces de veras como Rey?…


Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.


Voz de Jesús. ¿Y quién será el amigo íntimo a quien contéis las penas secretas y los sinsabores de familia?


Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de Betania.


Voz de Jesús. ¿Me reconocéis, por tanto, el derecho pleno de reclamar, según mi beneplácito, personas y bienes en vuestro hogar?… Y más aún, ¿aceptáis con amor que Yo mismo trace el derrotero en el porvenir de la familia?… Responded, pues: ¿seré Yo de veras el amo de la Casa?


Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.


Voz de Jesús. Y cuando por disposiciones de Mi Sabiduría os imponga la Ley del sufrimiento, ¿quién será en las horas de lucha el Amigo que aliente y el Consolador a quien llaméis llorando?


Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de Betania.


Voz de Jesús. Pero si me reconocéis como Rey, será preciso que ejerza mi Soberanía en vuestra casa… Y como todo en ella me interesa, ¿aceptáis que tome parte y que ordene como el Amo indiscutible, aun los detalles vulgares y menudos de vuestra vida cotidiana?…


Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.


Voz de Jesús. Pero no sólo porque, Rey y Señor, tengo ese derecho absoluto… Yo soy vuestro Jesús… ¿Queréis, pues que como amigo de ternura me interese en aquella vida fatigosa, ordinaria de cada día? ¿Seré Yo realmente el Amigo en la labor, en la alegría y en las penas del camino trillado de la vida de familia?…


Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno, sólo Tú, fiel Amigo de Betania.


Voz de Jesús. ¿Quedo, pues, entonces aceptado libremente como el Señor y el Consejero divino en las decisiones graves de familia, en aquellas horas negras en que las criaturas ingratas se desentiendan de vosotros?… ¿Me pedís que desde ahora reine e impere en vuestra casa con la misma libertad con que mando en las alturas de mi cielo?…


Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey. 


Voz de Jesús. Y, en fin, hijos queridos, en la hora de inevitables separaciones… Cuando la muerte, en alas de una enfermedad mortal e imprevista, venga a visitaros porque Yo la mando… decidme, ¿quién será entonces, en ese momento de suprema congoja, quién será el Amigo íntimo, el primero y el último de los Amigos en el hogar de mi Divino Corazón?… 


Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel amigo de Betania.


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4.-  Te haré fiel compañía


Dice Santa Margarita María Alacoque:


Una vez entre otras, estando expuesto el Santísimo Sacramento, después de sentirme completamente retirada al interior de mí misma por un recogimiento extraordinario de todos mis sentidos y potencias, se me presentó Jesucristo, mi Divino Maestro, todo radiante de Gloria, con Sus Cinco Llagas, que brillaban como cinco soles, y por todas partes salían Llamas de Su Sagrada Humanidad, especialmente de Su adorable Pecho, el cual parecía un Horno. Abrióse éste y me descubrió Su amantísimo y amabilísimo Corazón, que era el vivo Foco de donde procedían semejantes Llamas.

Entonces fue cuando me descubrió las maravillas inexplicables de Su Amor Puro, y el exceso, a que le había conducido el amar a los hombres, de los cuales no recibía sino ingratitudes y desprecios.

«Esto, —me dijo—, Me es mucho más sensible que cuanto he sufrido en Mi Pasión: tanto, que si Me devolvieran algún amor en retorno, estimaría en poco todo lo que por ellos hice, y querría hacer aún más, si fuese posible; pero no tienen para corresponder a Mis desvelos por procurar su bien, sino frialdad y repulsas. Mas tú, al menos, dame el placer de suplir su ingratitud, en cuanto puedas ser capaz de hacerlo.»

Y manifestándole mi impotencia, me respondió: «Toma, ahí tienes con qué suplir todo cuanto te falta.» Y al mismo tiempo se abrió el Divino Corazón, y salió de Él una Llama tan ardiente, que creí ser consumida, pues me sentí toda penetrada por ella, y no podía ya sufrirla, tanto que Le rogué tuviera compasión de mi flaqueza.

«Yo seré, —me dijo—, tu fuerza, nada temas; pero sé atenta a Mi Voz, y a cuanto te pido para disponerte al cumplimiento de Mis designios. Primeramente, Me recibirás Sacramentado, siempre que te lo permita la obediencia, sean cuales fueren las mortificaciones y humillaciones que vengan sobre ti, las cuales debes aceptar como gajes de Mi Amor. También Comulgarás todos los Primeros Viernes de cada mes, y todas las noches del jueves al viernes te haré participante de la tristeza mortal que tuve a bien sentir en el Huerto de las Olivas. Esta tristeza te reducirá, sin poder tú comprenderlo, a una especie de agonía más dura de soportar que la muerte. A fin de acompañarme en la humilde oración, que hice entonces a Mi Padre en medio de todas Mis angustias, te levantarás entre once y doce de la noche para postrarte Conmigo, durante una hora, la faz en tierra, ya para calmar la Cólera Divina pidiendo misericordia por los pecadores, ya para dulcificar de algún modo la amargura, que sentí en el abandono de Mis apóstoles, la cual Me obligó a echarles en cara que no habían podido velar una hora Conmigo; y durante esta hora harás lo que te enseñare. Mas oye, hija Mía, no creas ligeramente a todo espíritu, y no te fíes, porque Satanás rabia por engañarte. He aquí por qué no has de hacer nada sin la aprobación de los que te guían, a fin de que teniendo el permiso de la obediencia, no pueda seducirte; pues no tiene poder alguno sobre los obedientes.»

Durante todo este tiempo, ni tenía conciencia de mí misma, ni aun sabía dónde estaba.

Cuando vinieron a sacarme de allí, viendo que no podía hablar, ni aun sostenerme sino a duras penas, me condujeron a nuestra Madre, la cual viéndome como enajenada, ardiendo toda, temblorosa y arrodillada a sus pies, me mortificó y humilló con todas sus fuerzas, dándome en ello un placer y gozo increíbles. Pues me creía hasta tal punto criminal, y tan llena de confusión estaba, que cualquier riguroso tratamiento a que se hubiera podido someterme, me habría parecido demasiado suave. Después de haberla referido, aunque con extrema confusión, cuanto había pasado, recargó la dosis de mis humillaciones, y no me concedió por esta vez nada de cuanto yo creía que Nuestro Señor me mandaba hacer, ni acogió sino con desprecio cuanto yo la había dicho. Esto me consoló mucho y me retiré con grande paz. El Fuego que me devoraba, me produjo desde luego una fiebre grande y continua; pero tenía demasiado placer en sufrir para quejarme o decir cosa alguna, hasta que al fin me faltaron las fuerzas. Conoció el médico que tenia la fiebre hacía ya largo tiempo, y aún sufrí después más de sesenta accesos. Jamás experimenté consuelo semejante, pues los extremos dolores del cuerpo mitigaban algún tanto mi ardiente sed de sufrir. No se nutría ni animaba este Fuego devorador sino con la madera de la Cruz y de toda clase de sufrimientos, desprecios, humillaciones y dolores, sin padecer nunca dolor capaz de igualar a la pena de no sufrir lo bastante. Se creyó segura mi muerte. Pero continuando siempre Nuestro Señor Sus favores, recibí uno incomparable en un deliquio que me sobrevino. Me pareció que se presentaron ante mí las Tres Personas de la adorable Trinidad e hicieron sentir grandes consolaciones a mi alma. Mas no pudiendo explicarme sobre lo sucedido entonces, diré solamente que, a mi parecer, el Eterno Padre presentándome una pesadísima Cruz erizada toda de espinas y acompañada de todos los instrumentos de la Pasión, me dijo:

«Toma, hija Mía, te hago el mismo presente que a Mi muy amado Hijo.» «Y Yo, —añadió mi Señor Jesucristo—, te clavaré en ella como lo fui Yo mismo, y te haré fiel compañía.»



Voz del Maestro:


 ¿Y sabéis por qué camino fácil se llega a la reprobación final?… Hiriendo mi Corazón con pecado de fea ingratitud…, abusando de la misericordia de este Dios, que es todo caridad…. Soy Jesús, esto es, Salvador… Vine para los que tenían necesidad de medicina, de paz y fortaleza, y, sobre todo, para los que necesitan perdón…, misericordia…, y mucho amor. A esos enfermos les mostré la piscina de toda sanidad; mi Corazón, que lo absuelve todo… ¡Oh, y de esa ternura han abusado tantos!… Jamás negué el perdón a quien me lo pidió con humilde contrición, jamás… Por esto, porque mi bondad es infinita…, porque espero con paciencia inalterable al pródigo…, porque, a su regreso, olvido sus olvidos y hago fiestas para celebrar a la oveja que llega ensangrentada al redil de mis amores…, por esto, tantos colman la medida y se condenan en el abuso de la absolución que les otorgo… Deteneos, hijos míos, en la pendiente de ese camino, y llorad el extravío fatal de tantos hermanos vuestros que me hieren, porque soy Jesús dulcísimo con ellos…


Pedidle perdón por el abuso de su misericordia, especialmente en los Sacramentos de Confesión y Eucaristía, diciéndole:


¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?

¿Qué sé yo, que Tú no me hayas enseñado?

¿Qué valgo yo, si no estoy a tu lado?

¿Qué merezco yo, si a Ti no estoy unido?…

Perdóname los yerros que contra Ti he cometido…

Pues me creaste, sin que lo mereciera.

Y me redimiste, sin que te lo pidiera…

Mucho hiciste en crearme,

Mucho en redimirme,

Y no serás menos poderoso en perdonarme,

Pues la mucha sangre que derramaste,

Y la acerba muerte que padeciste,

No fue por los ángeles que te alaban.

Sino por mí y demás pecadores que te ofenden…

Si te he negado, déjame reconocerte;

Si te he injuriado, déjame alabarte;

Si te he ofendido, déjame servirte,

Porque es más muerte que vida

La que no está empleada en tu santo servicio…


(Pausa)


Confidencia de Jesús. Tengo una amable confidencia que haceros todavía; recibidla con especial cariño, pues quiero hablaros de Mi Madre… Jamás estuvo ausente de mi Corazón, María…, y su nombre repercutía en él con especial ternura, en mis horas de soledad y de agonía… En Getsemaní, ¡oh! cuánto pensé en Ella… La vi llorar amargamente la muerte del Hijo y de los hijos…, y su dolor hizo desbordar el cáliz de mis amarguras… Atado a la columna, despedazaron mi carne, y al hacerlo, flagelaron también a la Virgen Inmaculada, que me dio esa carne pura, para ser hermano vuestro en su regazo… Y en ese mismo instante, mientras salpicaban los verdugos las paredes del calabozo con mi sangre…, vi, en el transcurso de las edades, el ultraje que harían a mi Madre, los que negarían su maternidad divina, ofendiendo al mismo tiempo al Hijo y a la Madre… Muchos otros pretenden adorarme, y la relegan a un glacial olvido, que hiere en lo más vivo mi Corazón filial… María es vuestra…, amadla, hacedla amar… ¡Oh, dadme un gran consuelo en esta Hora Santa!: unid mis lágrimas a las de mi dulce Madre, al consolar mi entristecido Corazón.


(Pedid perdón al Señor Jesús por el dolor que le causan tantos católicos indiferentes con su Madre, tantos disidentes y protestantes que le rehúsan su amor y que menosprecian o niegan la dignidad y prerrogativas de la Virgen María).


(Breve pausa)


Y ahora, habladme vosotros, cuyos nombres tengo escritos en mi Divino Corazón…; habladme palabras que broten de lo más íntimo de vuestras almas, unidas a la mía por lazos de dolor y de cariño inmenso… Si tenéis tristezas, contádmelas…; si sentís el tedio de la vida, y al mismo tiempo el sobresalto de la muerte, decídmelo… ¡Oh!, habladme sobre todo de las santas ambiciones que sentías de verme consolado…, y luego de contemplarme, Rey de amor, por la misericordia de mi Sagrado Corazón…; hablad, que vuestro Dios escucha.


(Pausa)


Las Almas. Has querido confiarme, Jesús, el Corazón de la Virgen Madre a fin de reparar tus penas y las suyas por la ofensa de aquellos que pretenden ser cristianos y que rechazan tu última palabra a Juan en el Calvario: “Hijo, en ella, en María, ahí tienes a tu Madre…”. Señor, la acepto confundido y te ofrezco, en desagravio, los dolores, las penas, los llantos, las plegarias de todas las madres que te adoran en la tierra y que aclaman a María como Reina… Tú sabes, Maestro, qué caudal de amor y de sinceridad hay en sus almas de heroínas… Tú sabes cuánto valen, cómo oran, cómo aman, cuánto sufren… Jesús, por el recuerdo de María Inmaculada, por las lágrimas que Tú lloraste al verla llorar en tu ausencia, en las afrentas de tu pasión ignominiosa, escucha a las madres que redimen, padeciendo, a tus pies ensangrentados… Míralas cómo piden, con fe ardorosa, la redención de sus hogares…, escucha cómo te aclaman Rey sobre la cuna de sus hijos, sobre el sepulcro de sus esposos… Ellas te piden, Señor, la victoria decisiva de tu Corazón…; en él confían todos los tesoros de su amor… ¡Ay!… ¡Son tantas las que temen por el porvenir cristiano de sus hijos!… ¡Son tantas las que padecen con ellos las tristes consecuencias de sus primeros extravíos!… ¡Son tantas las que ven, con ojos llorosos, que las diversiones mundanas, que las amistades y las lecturas peligrosas, amenazan las conciencias y tal vez la eterna salvación de los suyos! Tú les confiaste, adorable Nazareno, las almas del esposo y de los hijos, y ellas las depositaron, con amor, sobre el altar de tu Sagrado Corazón… ¡Oh, Jesús!… Acuérdate en esta Hora Santa de tu Madre, como te acordaste de ella en el Huerto de Getsemaní… y, en obsequio a sus ternuras, a sus virtudes y a sus dolores, salva el hogar, salva la familia… Señor; si una sola madre conmovió tu Corazón y obtuvo la resurrección de su hijo, ¡ay!, a pedido de tantas madres doloridas en esta hora omnipotente, santifica el santuario del hogar, que Tú ambicionas como Rey de amor…


Acto final de consagración


¡Oh, amantísimo Jesús! Yo quiero consagrarme a ti con todo el fervor de mi espíritu; sobre el ara santa de tu Corazón, en que te ofreces por mi amor, deposito todo mi ser; mi cuerpo, que respetaré como templo en que Tú habitas; mi alma, que cultivaré como jardín en que te recreas; mis sentidos, que guardaré como puertas de tentación; mis potencias, que abriré a las inspiraciones de tu gracia; mis pensamientos, que apartaré de las ilusiones del mundo; mis deseos, que pondré en la felicidad del Paraíso; mis virtudes, que florecerán al abrigo de tu protección; mis pasiones, que se someterán al yugo de tus mandamientos, y hasta mis pecados, que detestaré, mientras haya odio en mi pecho y que lloraré sin cesar mientras haya lágrimas en mis ojos. Mi corazón quiere desde hoy ser para siempre todo tuyo, así como Tú, ¡oh Corazón divino!, has querido ser siempre todo mío. Todo tuyo para siempre; no más culpas, ni más tibiezas… Yo te serviré por los que te ofenden; pensaré en ti, por los que te odian; rogaré, gemiré y me sacrificaré por todos los que te blasfeman. Tú, que penetras los corazones y sabes la sinceridad de mi deseo, comunícame aquella gracia que hace al débil omnipotente; dame el triunfo en las batallas de la tierra, y cíñeme después con la corona inmortal en las mansiones de la gloria… Pero que mi recompensa seas Tú, y mi Cielo eterno, la herida deliciosa de tu amable Corazón… ¡Venga a nos tu reino!…








miércoles, 28 de junio de 2023

Examen: ingratitud, irreverencia y desprecio






Examen: pecados que también hay que reparan:

 


Oración al Espíritu Santo

Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones. 
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén



Examen sobre otros pecados que no se reparan:

 San Juan 21, 2-19

" 2. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos.
3.Simón Pedro les dice: «Voy a pescar.» Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo.» Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.
4.Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
5.Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No.»
6.El les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces.
7.El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor», se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar.
8.Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.
9.Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan.
10.Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.»
11.Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red.
12.Jesús les dice: «Venid y comed.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor.
13.Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez.
14.Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
15.Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.»
16.Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.»
17.Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.
18.«En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.»
19.Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme.»"







 LA IRRELIGIOSIDAD, ATENTADO DIRECTO CONTRA EL HONOR DE DIOS O LAS COSAS SANTAS



1. La blasfemia

La blasfemia es el insulto directo a Dios, o a sus obras o amigos, con intención de que recaiga sobre Dios. La forma más perversa es el desprecio y el escarnio plenamente advertido y consciente, con el fin de injuriar a Dios en su honor y santidad (blasfemia diabólica). Los gestos, acciones o palabras que, según su significado, expresan un desprecio a Dios, constituyen un pecado de la misma naturaleza que la blasfemia directa y consciente, aunque no se tuviera la intención de ésta, siempre que su autor conozca que su significado es injurioso para Dios y obre libremente.

También se puede cometer blasfemia por signos o gestos, como por ejemplo levantando el puño al cielo, o contra la santa cruz, o despreciando alguna imagen sagrada.

Con la blasfemia va unida, a veces, la herejía, cuando se niega a Dios algo que posee realmente, o cuando se afirma de Él algo que es contrario a la fe. Es la blasfemia herética.

La blasfemia es un gravísimo pecado mortal "ex toto genere suo", o sea, que, en cuanto a la materia, el pecado siempre es grave, sea cual fuere el motivo, ya sea la cólera, la impaciencia, el odio, o el desprecio de Dios. El vicio de la blasfemia es el "lenguaje del infierno", y señal de reprobación.
.

El hecho de vociferar un chorro de palabras sagradas, o de las que designan los beneficios del amor de Dios, viene a ser, según el sentir general, una injuria para Dios y constituye una blasfemia. Quien lo hace habitualmente indica que alimenta sentimientos blasfemos para con Dios.

Las injurias proferidas contra los santos, especialmente contra la Madre de Dios, constituyen ciertamente pecados de blasfemia, pues siendo ellos los amigos de Dios, están en relación directa con Él; y así como la gloria divina los baña con su resplandor, así las injurias que se les hacen recaen sobre Dios.


2. El tentar a Dios

Este pecado consiste en pedir a Dios la realización de un prodigio extraordinario, que Él no ha prometido, y pedírselo precisamente porque no se cree en Él, o porque se duda de Él o de alguno de sus divinos atributos — y ésta es tentación herética —, o bien por insolencia, o por una ilegítima confianza en Él. Si la tentación es formal y expresa, constituye pecado mortal "ex toto genere suo", o sea, que siempre es grave. Si es sólo implícita, admite parvedad de materia, pues lo que se pretende entonces no es propiamente tentar a Dios y probarlo.

Esto último puede suceder cuando un predicador no se prepara, confiando en que Dios le pondrá en la lengua las palabras a propósito, "si en realidad algo le importa a Dios su reino". (Aunque en este caso, de ordinario, no habrá tentación de Dios, sino sólo pereza o presuntuosa confianza en sí mismo.)

Por el contrario, no hay tentación de Dios, sino prueba de gran confianza en Él, cuando, encontrándose uno en un grave aprieto, le pide humildemente un favor extraordinario, si es para su gloria y para la salvación de las almas. Sería tentar a Dios, estando gravemente enfermo, rechazar médicos y medicinas, esperando de Dios una curación milagrosa.

La tentación de Dios fue rechazada por Cristo, cuando el demonio quiso inducirlo a pedir a Dios una protección milagrosa para demostrar su poder: "No tentarás al Señor, Dios tuyo" (Mt 4, 7) 114


3. El sacrilegio. La sintonía

El sacrilegio y la simonía ofenden el honor de Dios, pero no con acción directa contra su misma persona, como la blasfemia y la tentación, sino con actos que van contra lo que ha sido santificado por Él, contra lo sagrado. Son pecados contra lo "sacro" (no contra lo "santo", o sea, la santidad ética). El sacrilegio es la profanación de lo sagrado. La simonía es una forma especial de abuso de las cosas sagradas : es el comercio con ellas.

Sólo Dios es santo o sagrado substancialmente : "Tú solo santo". Un rayo de su santidad envuelve todo lo creado, mas la santidad de los seres creados no puede decirse que sea análoga a la de Dios con la analogía propia de la verdad, de la bondad y de la unidad.  Lo santo y sagrado establece precisamente la diferencia y la distancia que va de lo creado a Dios. El resplandor de la santidad de Dios obliga a la criatura a caer de rodillas y a confesar jubilosa que sólo Dios merece el honor y la gloria. Por lo demás, todo aquello que Dios escoge para su culto y lo que la Iglesia separa para el culto y acerca a los rayos de la gloria divina, queda marcado en forma especial por la santidad de Dios, y merece, por tanto, un respeto adecuado a la grandeza de esa consagración. Con nada profano puede ser parangonado.

Pueden ser sagrados, por haber sido consagrados a Dios, los lugares, las cosas y las personas (y en sentido impropio también los tiempos, por cuanto se destinan especialmente al culto). Según eso, son tres las especies de sacrilegio: a) profanación de personas sagradas (sacrilegio personal) ; b) profanación de lugares sagrados (sacrilegio local), y c) profanación de objetos sagrados (sacrilegio real).

Respecto de los tiempos sagrados no hay sacrilegio propiamente dicho. Se profanan los tiempos sagrados rehusando o perturbando el culto, por ejemplo, organizando bulliciosas reuniones precisamente en el tiempo de los divinos oficios. Sin embargo, no revisten el carácter de sacrilegio los pecados cometidos el día de fiesta si no perturban directamente el culto o el descanso dominical, aunque la exquisita sensibilidad del pueblo cristiano siente que hay algo especialmente perverso en entregarse al pecado en el tiempo particularmente escogido y destinado para el culto; y según la tradición, esa profanación es más grave que la que proviene del trabajo prohibido.

Principio: los pecados de sacrilegio, en su triple forma, son de por sí pecados sumamente graves, pero admiten parvedad de materia.

a) Profanación de personas sagradas

Son personas sagradas las que han recibido una consagración eclesiástica sacramental y las que han hecho un voto público. Así pues, son sagradas (en grado diverso) las personas que se sometieron a una "consagración" realizada o sancionada por la Iglesia. Éstas son : primero, los constituidos en sagradas órdenes; segundo, todos los clérigos, y tercero, los religiosos, a quienes la Iglesia, al recibir sus votos y concederles sus privilegios, "separa" para el santo servicio de la gloria de Dios. La consagración objetiva, exclusivamente reservada a la Iglesia, se perfecciona e interioriza por un acto de consagración personal — por el voto —, y' muy especialmente por el voto en religión, que, aprobado por la Iglesia, "segrega" para la gloria de Dios.

Esto no se realiza plenamente en los votos privados. 

Se comete pecado de sacrilegio personal: 1) por el quebrantamiento del voto de castidad por o con una persona consagrada. Ya el solo pecado de pensamiento constituye sacrilegio; 2) por malos tratos de obra inferidos a una persona consagrada  ; 3) por el impedimento puesto a una persona sagrada para cumplir sus oficios sagrados (violación del privilegio de inmunidad eclesiástica, por el que dichas personas están exentas de cargos u oficios incompatibles con el servicio divino) ; 4) según el derecho canónico, pero sólo según ese derecho, debe considerarse como sacrilegio la violación del privilegio del foro. 


b) Profanación de lugares sagrados

Según el derecho canónico, son lugares sagrados aquellos que han sido destinados para el servicio divino, o para la sepultura de los fieles, mediante una consagración o una bendición conforme a los libros litúrgicos.

Todo cuanto atenta directa e inmediatamente contra la santidad de esos lugares, reviste el carácter de sacrilegio. Se comete por los siguientes actos: 1) por acciones gravemente pecaminosas de suyo, realizadas en los lugares santos, como son el asesinato, la riña y los actos exteriores de impureza.

2) Por cualquier uso profano de la Iglesia, o sea por acciones que estén en abierta oposición con la finalidad sagrada de ese lugar, como serían regocijos mundanos, banquetes, mercados, litigios y mítines. El proceder de Cristo al purificar el Templo (cf. Mc 11, 15 ss) nos muestra que Dios se disgusta por las irreverencias cometidas contra los lugares que le están consagrados.


3) Van también contra la santidad del lugar consagrado a Dios la invasión de la iglesia y, según el derecho canónico, también la violación de su derecho de asilo.


c) Profanación de objetos sagrados

Son sagrados los objetos que sirven exclusivamente al servicio divino. Son, pues, esencialmente objetos sagrados los santos sacramentos, llamados "cosas" (res), con relación al "objeto simbólico" y a la forma; las reliquias de los santos y las palabras de la sagrada Escritura. Los demás objetos llegan a ser sagrados (reservados para el culto) mediante una consagración o una bendición constitutiva. En esta categoría entran, sobre todo, los vasos sagrados, los ornamentos y el altar. Cuanto más sagrada es una cosa, o sea cuanto más esencial es en el culto, tanto más pecaminosa es su profanación.

Entre los mayores sacrilegios hay que contar la indigna recepción o administración de los santos sacramentos, y, sobre todo, la indigna celebración de la santa misa y la comunión indigna.

"Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor... el que sin discernir come y bebe el cuerpo del Señor se come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11, 27-29). En suma, la esencia del sacrilegio es no distinguir lo sagrado de lo profano. Pero aquí se trata de lo que hay de más santo y sagrado, puesto que las especies del pan y del vino señalan directa e inmediatamente la presencia de la santísima humanidad de Cristo.

El pecado de la comunión sacrílega es muy grave, pero no hay que afirmar que sea absolutamente el más grave de todos, pues los pecados contra las virtudes teologales injurian mucho más directamente a Dios, y, generalmente hablando, suponen una oposición a Dios mucho más personal y decidida.

Lo que causa el mayor número de comuniones indignas es, junto con el respeto humano, rayano a veces en morbosidad, la ligereza y superficialidad.

De los sacrilegios reales, el más grave es la profanación intencionada y consciente de las sagradas especies. Al pecado de sacrilegio se añade aquí el de irreligiosidad, el de desprecio a Cristo en el sacramento de su amor.

Por eso este delito lo castiga la Iglesia con la pena de excomunión.

Son también más o menos sacrílegas las irreverencias con las reliquias, con las imágenes de los santos, las imágenes indecentes de santos, el empleo de la sagrada Escritura por juego, por vanidosa agudeza de espíritu, por burla, por adulación o por fines supersticiosos 121, así corno también el uso profano de los vasos y ornamentos sagrados.

La mera falta de respeto por las cosas sagradas no constituye sacrilegio, aunque procede de la misma raíz, que es el no distinguir lo sagrado de lo profano.


d) El comercio con objetos sagrados. Simonía

La simonía así llamada del mago Simón (Act 8, 18 ss), es una forma especialmente peligrosa de sacrilegio. Consiste en pretender cambiar por bienes terrenos, especialmente por dinero, lo que es sagrado, ya sean bienes puramente espirituales, como la ordenación o el poder para conjurar, ya bienes materiales esencialmente unidos con bienes espirituales, como un beneficio eclesiástico. Lo pecaminoso de la simonía está, pues, no sólo en tener en igual estima lo sagrado y lo profano, sino en posponer lo sagrado, poniéndolo egoístamente al servicio de lo terreno, y esto en la forma grosera de un negocio. El simoníaco busca cómo aumentar un capital terreno con los grandes tesoros del capital espiritual y sagrado.

Con la simonía está emparentado el nepotismo y la parcialidad en la concesión de los cargos eclesiásticos.

El nepotismo clásico ambiciona en primer término los cargos eclesiásticos para llegar por ellos a la riqueza y a la preponderancia de la familia; así, lo espiritual se convierte en simple medio para lo terrenal.

Es especialmente importante en derecho penal eclesiástico el distinguir con exactitud los límites entre la simonía propiamente dicha (simonía de derecho divino) y los negocios prohibidos por la Iglesia (simonía de derecho eclesiástico) para apartar del peligro de simonía.

La teología moral, siendo la doctrina del seguimiento de Cristo, trata de descubrir y desarraigar el sentimiento sobre el que se apoya el pecado de sinfonía. Para ello exige que, sin descuidar los medios necesarios para la subsistencia personal y para el fin que la Iglesia se propone, jamás ponga el sacerdote lo espiritual y "sagrado" al servicio de lo terreno, sino que, por el contrario, animado por una profunda veneración por lo sagrado, aun aquello que le es necesario para su propia vida y para el apostolado lo ponga al servicio de su sagrado ministerio, o sea al servicio del reino de Dios.

Quien entra en las órdenes sagradas, o acepta un beneficio eclesiástico con sentimientos o por sentimientos de intereses humanos, aunque quiera mantenerse lejos de todo comercio simoníaco no lo conseguirá sino difícilmente, porque llegará siempre a posponer los intereses espirituales de la Iglesia y de su cargo, la santidad del culto y la salvación de las almas a la codicia, a la ambición, o por lo menos a la comodidad, empujando precisamente por un sentimiento que, en el fondo, es el mismo que el de los simoníacos. Pues bien, ese sentimiento que lo lleva a subordinar lo espiritual a lo terreno, es ya pecaminoso.

El que aspira a los divinos cargos movido por la codicia y por el interés material, ha traspasado ya la línea que separa lo sagrado de lo profano. A quien entra en el santuario del sacerdocio, o acepta cualquier cargo eclesiástico, se le dirige la divina sentencia : "quítate las sandalias, porque es santo el lugar que pisas" (Ex 3, 5).

Nada aborrece tanto el pueblo cristiano como la avaricia del sacerdote que ni siquiera en el desempeño de sus sagradas funciones puede ocultar el inmoderado deseo de allegar dinero.

La simonía de derecho divino es pecado mortal "ex toto genere suo" y no admite parvedad de materia. Y es gravemente pecaminoso no sólo el comercio efectivo con las cosas, o los beneficios sagrados ; lo es también el propósito, el conato patente o disimulado de comprar, vender o conceder por dinero, prestaciones o ventajas temporales las cosas, los oficios o los poderes sagrados.

Por su naturaleza obligan gravemente las leyes eclesiásticas que van encaminadas a eliminar hasta la apariencia y el simple peligro de simonía (simonía de "derecho eclesiástico").



Pero aun aquí hay que evitar cuidadosamente toda falsa idea y toda expresión que pueda inducir a error. Bajo ningún concepto hay que tolerar esta expresión: ¿cuánto vale una misa? Dígase: ¿cuál es la limosna acostumbrada por una misa?, o ¿qué limosna señala el arancel? Los estipendios y tasas señalados por la Iglesia están lejos de ser simonía. Tienen precisamente por fin, al mismo tiempo que el sustento de los ministros sagrados, el evitar toda simonía.

El rehusar las contribuciones para el culto y demás necesidades de la Iglesia en cuanto al hecho material, es muy diferente de la simonía, pero, por lo general, el motivo que lo determina es el mismo. esto es, el poco aprecio por los valores y los intereses religiosos.



II. EL CULTO INDEBIDO

A la virtud de religión, tal como la hemos de manifestar en la adoración de Dios, se opone :

El culto falso del verdadero Dios, por una forma de culto indigna de Él.

La idolatría, o veneración divina tributada a dioses imaginarios, al demonio, o a otras criaturas.

La superstición, o recurso cuasirreligioso a fuerzas impersonales, por la adivinación y la magia.

 

1. Culto indigno y supersticioso del verdadero Dios

El culto del verdadero Dios ha de corresponder, en lo posible, a su grandeza y santidad, o sea, ha de estar marcado por la seriedad de la pura fe cristiana. Naturalmente que, debido a la fragilidad humana, quedamos muchas veces muy por debajo de este ideal.


1) La confianza en el número y forma de ritos y oraciones. La verdadera confianza en Dios es substituida por una persuasión cuasimágica de que la oración será escuchada no tanto en virtud de la bondad y de la fidelidad de Dios, sino en virtud de la misma fórmula humana.

A esta categoría pertenecen las cadenas de oraciones (que además amenazan con graves castigos a quienes no creen en su eficacia, o no las rezan, ni las copian, ni las propagan), la repetición de fórmulas ridículas de oraciones y las devociones indignas (por ejemplo, "a los cabellos de Cristo", "a la santa estatura de Cristo").

Las oraciones infalibles para la salud, propagadas especialmente por la secta de la "Ciencia cristiana" y erigidas en un verdadero culto, fomentan una piedad basada en el número y fórmula de las oraciones. 


2) Análogo a las fórmulas supersticiosas de oraciones es el uso meramente mecánico de objetos religiosos (reliquias, imágenes, oraciones). El desorden que hay en esto no estriba en el uso de estos objetos, venerados como sagrados, sino en colocar toda su confianza en el objeto material en lugar de ponerla en el humilde recúrso a Dios.


2. La idolatría

Toda superstición se opone, en algún modo, al verdadero culto, pero lo que más propiamente va contra el culto del verdadero Dios es el que se tributa a las criaturas, a dioses imaginarios, o al enemigo de Dios, que es el demonio, como lo proponía éste a Jesús: "Si postrándote me adorares..." (Lc 4, 7).

Cinco especies de "idolatría" pueden distinguirse, conforme a sus caracteres y culpabilidad:

1) Idolatría por apostasía consciente v voluntaria del verdadero Dios, la cual, en realidad, viene a ser más o menos conscientemente adoración del demonio. 

2) Idolatría que en realidad se dirige a la nada, por ejemplo, el culto exterior idolátrico por falso respeto humano o por puro interés, sin los sentimientos interiores ele incredulidad o de superstición. 

3) Idolatría fundada en la concepción dualística del mundo. Se creía efectivamente que al lado del Dios bueno existía un espíritu malo, adversario de Dios y poderoso como Él. 



3. La superstición

La superstición, en sentido amplio, significa también culto indebido a Dios y ligereza en aceptar y desear revelaciones y apariciones privadas.Es un respeto obscuro e irracional, aparentemente religioso, pero en realidad contrario a la religión, tributado a unas fuerzas imaginarias e impersonales.

La raíz de la superstición es el deseo en el hombre de descifrar el porvenir y de dominar sin esfuerzo la naturaleza y las dificultades de la vida.


La superstición presenta dos formas principales : a) la adivinación y b) la magia.

a) La adivinación

La adivinación es la pretensión de predecir, sirviéndose de algún signo, el porvenir y aun los acontecimientos futuros que dependen de la voluntad y decisión humana.


Las formas más comunes de adivinación son:

1) La evocación de los difuntos


2) La astrología

La astrología es una superstición antiquísima, muy extendida entre los pueblos y casi indestructible, que pretende leer la suerte de los hombres en los astros.

3) La cartomancia

La cartomántica, no introducida en Europa hasta principios de la época moderna, es una de las formas más toscas de adivinación.

4) La quiromancia

La quiromancia es querer leer en las líneas de la mano para predecir el porvenir, la observación de la mano o de la escritura.

5) El péndulo

El usar el péndulo como medio para diagnosticar enfermedades y prescribir remedios no ha de considerarse necesariamente como superstición, aunque los peritos sean escépticos acerca de su valor científico. 

6) Interpretación de los sueños


7) Supersticiones diversas. La predicción del porvenir en las creencias populares


b) La magia

1) La magia "negra" intenta causar perjuicio (maleficio) o conseguir ventajas, honores y riquezas con la ayuda del demonio.

2) La magia blanca es el intento de influir sobre las fueras de la naturaleza y sobre la marcha de la historia por medios no aptos para ello (gestos imitativos, fórmulas enrevesadas pronunciadas en número determinado, etc.).



Pecados infernales:

 1. Presunción.
 2. Desesperación.
 3. Resistir la verdad conocida.
 4. Envidia del bien espiritual de otro.
 5. Obstinación en el pecado.
 6. Impenitencia final.


1º. La desesperación.
Entendida en todo su rigor teológico, o sea, no como simple desaliento ante las dificultades que presenta la práctica de la virtud y la perseverancia en el estado de gracia, sino como obstinada persuasión de la imposibilidad de conseguir de Dios el perdón de los pecados y la salvación eterna. Fue el pecado del traidor Judas, que se ahorcó desesperado, rechazando con ello la infinita misericordia de Dios, que le hubiera perdonado su pecado si se hubiera arrepentido de él.


2º. La presunción.
Que es el pecado contrario al anterior y se opone por exceso a la esperanza teológica. Consiste en una temeraria y excesiva confianza en la misericordia de Dios, en virtud de la cual se espera conseguir la salvación sin necesidad de arrepentirse de los pecados y se continúa cometiéndolos tranquilamente sin ningún temor a los castigos de Dios. De esta forma se desprecia la justicia divina, cuyo temor retraería del pecado.


3º. La impugnación de la verdad.
Conocida, no por simple vanidad o deseo de eludir las obligaciones que impone, sino por deliberada malicia, que ataca los dogmas de la fe suficientemente conocidos, con la satánica finalidad de presentar la religión cristiana como falsa o dudosa. De esta forma se desprecia el don de la fe, ofrecido misericordiosamente por el Espíritu Santo, y se peca directamente contra la misma luz divina.


4º. La envidia del provecho espiritual del prójimo.
Es uno de los pecados más satánicos que se pueden cometer, porque con él «no sólo se tiene envidia y tristeza del bien del hermano, sino de la gracia de Dios, que crece en el mundo» (Santo Tomás). Entristecerse de la santificación del prójimo es un pecado directo contra el Espíritu Santo, que concede benignamente los dones interiores de la gracia para la remisión de los pecados y santificación de las almas. Es el pecado de Satanás, a quien duele la virtud y santidad de los justos.


5º. La obstinación en el pecado.
Rechazando las inspiraciones interiores de la gracia y los sanos consejos de las personas sensatas y cristianas, no tanto para entregarse con más tranquilidad a toda clase de pecados cuanto por refinada malicia y rebelión contra Dios. Es el pecado de aquellos fariseos a quienes San Esteban calificaba de «duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo» (Act. 7,51).


6º. La impenitencia deliberada.
Por la que se toma la determinación de no arrepentirse jamás de los pecados y de resistir cualquier inspiración de la gracia que pudiera impulsar al arrepentimiento. Es el más horrendo de los pecados contra el Espíritu Santo, ya que se cierra voluntariamente y para siempre las puertas de la gracia. «Si a la hora de la muerte –decía un infeliz apóstata– pido un sacerdote para confesarme, no me lo traigáis: es que estaré delirando».



«Pelagianismo»  no quieren tener ningún perdón y ningún don sino la "merecida retribución a su perfecta virtud y moralidad.. Ellos quieren orden: no perdón, sino  recompensa, no esperanza, sino seguridad. Un duro rigorismo de ejercicios religiosos, con oraciones y acciones, para ganarse y procurarse un derecho a la bienaventuranza. 
Desprecia la humildad de recibir todo con dones más allá de nuestras acciones cuyos méritos don de Cristo, sin el cual nada merecemos. Desprecia la gracia de Cristo y la necesidad de conversión y santificación abandonando la propia voluntad para abrazar la voluntad de Dios. LE batsan las virtudes adquiridas desorecia las virtudes y dones infusos.


«Gnosticismo»  una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo[6], que consiste en elevarse «con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida». Se pretende, de esta forma, liberar a la persona del cuerpo y del cosmos material, en los cuales ya no se descubren las huellas de la mano providente del Creador, sino que ve sólo una realidad sin sentido, ajena de la identidad última de la persona. Desprecia las virtudes teologales y por lo tanto abandona formalmente y materialmente profesar a Cristo como su Salvador.


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Mártires, una misión eficaz

Homilía Monseñor Fridolin Ambongo La Iglesia de la República Democrática del Congo tiene cuatro nuevos beatos que dan testimonio de la labor...