miércoles, 22 de marzo de 2023

La Fe

 



Oración al Espíritu Santo

Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.

Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones. 

¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén




San Lucas 18, 35-43 
“¿Qué quieres que haga por ti? Señor, que vea”










            ¿La fe tiene un carácter sólo personal, individual? 







Texto:

BENEDICTO XVI, Catequesis del Miércoles 31 de octubre de 2012



Introducción:

"Por su revelación, «Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía» (DV 2). La respuesta adecuada a esta invitación es la fe.


Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (cf. DV 5). La sagrada Escritura llama «obediencia de la fe» a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rm 1,5; 16,26)." (CEC 142-143)


 "Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: «La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven» (Hb 11,1). «Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia» (Rm 4,3; cf. Gn 15,6). Y por eso, fortalecido por su fe , Abraham fue hecho «padre de todos los creyentes» (Rm 4,11.18; cf. Gn 15, 5)."  (CEC 146)


"La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que «nada es imposible para Dios» (Lc 1,37; cf. Gn 18,14) y dando su asentimiento: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Isabel la saludó: «¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf. Lc 1,48)."  (CEC 148)


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"Yo sé en quién tengo puesta mi fe"

(2 Tm 1,12)








Creo en Dios Padre...Dios Hijo...Dios Espíritu Santo...  (CEC 150-152)

La fe es una gracia, es un acto humano, un acto conforme a la razón... (CEC 159)


 La palabra fe proviene del latín fides, que significa creer. Fe es aceptar la palabra de otro, entendiéndola y confiando que es honesto y por lo tanto que su palabra es veraz. El motivo básico de toda fe es la autoridad (el derecho de ser creído) de aquel a quien se cree. Este reconocimiento de autoridad... por la confianza, conocimiento o el g° de proximidad de lo cual fue testigo...

En el caso de la Virtud teologal de la Fe, se funda en la Autoridad Divina.

A Dios le debemos fe absoluta porque Él tiene absoluto conocimiento y es absolutamente veraz. La fe, más que creer en algo que no vemos es creer en alguien que nos ha hablado. La fe divina es una virtud teologal y procede de un don de Dios que nos capacita para reconocer que es Dios quien habla y enseña en las Sagradas Escrituras y en la Iglesia. Quien tiene fe sabe que por encima de toda duda y preocupaciones de este mundo las enseñanzas de la fe son las enseñanzas de Dios y por lo tanto son ciertas y buenas. 



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Dice el Concilio Vaticano (Dei Verbum Capítulo I)


 La Iglesia Católica enseña infaliblemente que la fe es esencialmente un asentimiento sobrenatural del entendimiento a las verdades reveladas por Dios; pero la fe no sólo es aceptar una verdad con el entendimiento, sino también con el corazón.
Es el compromiso de nuestra propia persona con la persona de Cristo en una relación de intimidad que lleva consigo exigencias a las que jamás ideología alguna será capaz de llevar. Para que se dé fe auténtica y madura hay que pasar del frío concepto al calor de la amistad y del decidido compromiso. La intensidad de la Fe, es la que impulsa la intensidad de la vida cristiana y los frutos en la vida personal, familiar y eclesial.


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¿La Fe tiene un carácter sólo personal, individual? 



BENEDICTO XVI,  AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro, Miércoles 31 de octubre de 2012




Entrar en la comunión de la Fe de la Iglesia es entrar en la misma visión de Jesús.


"...fruto de una relación, de un diálogo, en el que hay un escuchar, un recibir y un responder; comunicar con Jesús es lo que me hace salir de mi «yo» encerrado en mí mismo para abrirme al amor de Dios Padre..."












San Juan 9, 34-38

«¿Crees tú en el Hijo del hombre?». Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es». Él dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante Él.




Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos con nuestro camino de meditación sobre la fe católica. La semana pasada mostré cómo la fe es un don, pues es Dios quien toma la iniciativa y nos sale al encuentro; y así la fe es una respuesta con la que nosotros le acogemos como fundamento estable de nuestra vida. Es un don que transforma la existencia porque nos hace entrar en la misma visión de Jesús, quien actúa en nosotros y nos abre al amor a Dios y a los demás.



"...Y también hoy la respuesta es en singular: «Creo». Pero este creer mío no es el resultado de una reflexión solitaria propia, no es el producto de un pensamiento mío, sino que es fruto de una relación, de un diálogo, en el que hay un escuchar, un recibir y un responder; comunicar con Jesús es lo que me hace salir de mi «yo» encerrado en mí mismo para abrirme al amor de Dios Padre..."



"No puedo construir mi fe personal en un diálogo privado con Jesús, porque la fe me es donada por Dios a través de una comunidad creyente que es la Iglesia"



Desearía hoy dar un paso más en nuestra reflexión, partiendo otra vez de algunos interrogantes: ¿la fe tiene un carácter sólo personal, individual? ¿Interesa sólo a mi persona? ¿Vivo mi fe solo? Cierto: el acto de fe es un acto eminentemente personal que sucede en lo íntimo más profundo y que marca un cambio de dirección, una conversión personal: es mi existencia la que da un vuelco, la que recibe una orientación nueva. En la liturgia del bautismo, en el momento de las promesas, el celebrante pide la manifestación de la fe católica y formula tres preguntas: ¿Creéis en Dios Padre omnipotente? ¿Creéis en Jesucristo su único Hijo? ¿Creéis en el Espíritu Santo? Antiguamente estas preguntas se dirigían personalmente a quien iba a recibir el bautismo, antes de que se sumergiera tres veces en el agua. Y también hoy la respuesta es en singular: «Creo». Pero este creer mío no es el resultado de una reflexión solitaria propia, no es el producto de un pensamiento mío, sino que es fruto de una relación, de un diálogo, en el que hay un escuchar, un recibir y un responder; comunicar con Jesús es lo que me hace salir de mi «yo» encerrado en mí mismo para abrirme al amor de Dios Padre. Es como un renacimiento en el que me descubro unido no sólo a Jesús, sino también a cuantos han caminado y caminan por la misma senda; y este nuevo nacimiento, que empieza con el bautismo, continúa durante todo el recorrido de la existencia. No puedo construir mi fe personal en un diálogo privado con Jesús, porque la fe me es donada por Dios a través de una comunidad creyente que es la Iglesia y me introduce así, en la multitud de los creyentes, en una comunión que no es sólo sociológica, sino enraizada en el eterno amor de Dios que en Sí mismo es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; es Amor trinitario. Nuestra fe es verdaderamente personal sólo si es también comunitaria: puede ser mi fe sólo si se vive y se mueve en el «nosotros» de la Iglesia, sólo si es nuestra fe, la fe común de la única Iglesia.


 "La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. "


"Por el poder del Espíritu Santo en Pentecostés se  comienzan a hablar lenguas nuevas anunciando abiertamente el misterio del que los Apóstoles habían sido testigos."


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De la Catequesis de San Juan Pablo II (6-9-89): 

"El nacimiento de la Iglesia es como una 'nueva creación' (Ef 2, 15). Se puede establecer una analogía con la primera creación, cuando 'Yahvéh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida' (Gen 2, 7). A este 'aliento de vida' el hombre debe el 'espíritu', que en el compuesto humano hace que sea hombre-persona. A este 'aliento' creativo hay que referirse cuando se lee que Cristo resucitado, apareciéndose a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo 'sopló sobre ellos y les dijo: 'recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos' (Jn 20, 22-23). Este acontecimiento, que tuvo lugar la tarde misma de Pascua, puede considerarse un Pentecostés anticipado, aún no hecho público. Siguió luego el día de Pentecostés, cuando Jesucristo, 'exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros véis y oís' (Hech 2, 33). Entonces por obra del Espíritu Santo se realizó 'la nueva creación' (Cfr. Sal 103/104, 30)."

"Y he aquí un último aspecto del misterio de la Iglesia naciente bajo la acción del Espíritu el día de Pentecostés: en ella se realiza la oración sacerdotal de Cristo en el Cenáculo, 'para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mi y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado' (Jn 17, 12). Descendiendo sobre los Apóstoles reunidos en torno a María, Madre de Cristo, el Espíritu Santo los transforma y los une, 'colmándolos' con la plenitud de la vida divina. Ellos se hacen, 'uno': una comunidad apostólica, lista para dar testimonio de Cristo crucificado y resucitado. Esta es la 'nueva creación' surgida de la cruz y vivificada por el Espíritu Santo, el cual, el día de Pentecostés, la pone en marcha en la historia."

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Los domingos, en la santa misa, recitando el «Credo», nos expresamos en primera persona, pero confesamos comunitariamente la única fe de la Iglesia. Ese «creo» pronunciado singularmente se une al de un inmenso coro en el tiempo y en el espacio, donde cada uno contribuye, por así decirlo, a una concorde polifonía en la fe. El Catecismo de la Iglesia católica sintetiza de modo claro así: «“Creer” es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la Madre de todos los creyentes. “Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre” [san Cipriano]» (n. 181). Por lo tanto la fe nace en la Iglesia, conduce a ella y vive en ella. Esto es importante recordarlo.









Al principio de la aventura cristiana, cuando el Espíritu Santo desciende con poder sobre los discípulos, el día de Pentecostés —como narran los Hechos de los Apóstoles (cf. 2, 1-13)—, la Iglesia naciente recibe la fuerza para llevar a cabo la misión que le ha confiado el Señor resucitado: difundir en todos los rincones de la tierra el Evangelio, la buena nueva del Reino de Dios, y conducir así a cada hombre al encuentro con Él, a la fe que salva. Los Apóstoles superan todo temor al proclamar lo que habían oído, visto y experimentado en persona con Jesús. Por el poder del Espíritu Santo comienzan a hablar lenguas nuevas anunciando abiertamente el misterio del que habían sido testigos. En los Hechos de los Apóstoles se nos refiere además el gran discurso que Pedro pronuncia precisamente el día de Pentecostés. Parte de un pasaje del profeta Joel (3, 1-5), refiriéndolo a Jesús y proclamando el núcleo central de la fe cristiana: Aquél que había beneficiado a todos, que había sido acreditado por Dios con prodigios y grandes signos, fue clavado en la cruz y muerto, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, constituyéndolo Señor y Cristo. Con Él hemos entrado en la salvación definitiva anunciada por los profetas, y quien invoque su nombre será salvo (cf. Hch 2, 17-24). Al oír estas palabras de Pedro, muchos se sienten personalmente interpelados, se arrepienten de sus pecados y se bautizan recibiendo el don del Espíritu Santo (cf. Hch 2, 37-41). Así inicia el camino de la Iglesia, comunidad que lleva este anuncio en el tiempo y en el espacio, comunidad que es el Pueblo de Dios fundado sobre la nueva alianza gracias a la sangre de Cristo y cuyos miembros no pertenecen a un grupo social o étnico particular, sino que son hombres y mujeres procedentes de toda nación y cultura. Es un pueblo «católico», que habla lenguas nuevas, universalmente abierto a acoger a todos, más allá de cualquier confín, abatiendo todas las barreras. Dice san Pablo: «No hay griego y judío, circunciso e incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y en todos» (Col 3, 11).

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"La fe es una virtud teologal, donada por Dios, pero transmitida por la Iglesia a lo largo de la historia."



La Iglesia, por lo tanto, desde el principio es el lugar de la fe, el lugar de la transmisión de la fe, el lugar donde, por el bautismo, se está inmerso en el Misterio Pascual de la muerte y resurrección de Cristo, que nos libera de la prisión del pecado, nos da la libertad de hijos y nos introduce en la comunión con el Dios Trinitario. Al mismo tiempo estamos inmersos en la comunión con los demás hermanos y hermanas de fe, con todo el Cuerpo de Cristo, fuera de nuestro aislamiento.

 El concilio ecuménico Vaticano II lo recuerda: «Dios quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa» (Const. dogm. Lumen gentium, 9). Siguiendo con la liturgia del bautismo, observamos que, como conclusión de las promesas en las que expresamos la renuncia al mal y repetimos «creo» respecto a las verdades de fe, el celebrante declara: «Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar en Jesucristo Señor nuestro». La fe es una virtud teologal, donada por Dios, pero transmitida por la Iglesia a lo largo de la historia. El propio san Pablo, escribiendo a los Corintios, afirma que les ha comunicado el Evangelio que a su vez también él había recibido (cf. 1 Co 15,3).









 
«La predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin del tiempo» (Const. dogm. Dei Verbum, 8).



Existe una cadena ininterrumpida de vida de la Iglesia, de anuncio de la Palabra de Dios, de celebración de los sacramentos, que llega hasta nosotros y que llamamos Tradición. Ella nos da la garantía de que aquello en lo que creemos es el mensaje originario de Cristo, predicado por los Apóstoles. El núcleo del anuncio primordial es el acontecimiento de la muerte y resurrección del Señor, de donde surge todo el patrimonio de la fe. Dice el Concilio: «La predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin del tiempo» (Const. dogm. Dei Verbum, 8). De tal forma, si la Sagrada Escritura contiene la Palabra de Dios, la Tradición de la Iglesia la conserva y la transmite fielmente a fin de que los hombres de toda época puedan acceder a sus inmensos recursos y enriquecerse con sus tesoros de gracia. Así, la Iglesia «con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las generaciones lo que es y lo que cree» (ibíd.).




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De la Catequesis de San Juan Pablo II (25-10-1989):

"'¿Qué significa esto?' (Hech 2, 12). Los Hechos permiten a los lectores descubrir el significado de aquel hecho extraordinario, porque ya han descrito lo que sucedió en el Cenáculo cuando los Apóstoles y discípulos de Cristo, hombres y mujeres, reunidos en compañía de María, su Madre, quedaron 'llenos del Espíritu Santo' (Hech 2, 4). En este acontecimiento el Espíritu-Paráclito en sí mismo permanece invisible. A pesar de eso, es visible el comportamiento de aquellos en los cuales y a través de los cuales el Espíritu actúa. De hecho, desde el momento en que los Apóstoles salen del Cenáculo, su insólito comportamiento es notado por la multitud que acude y se reúne allí en torno a ellos. Por eso, todos se preguntan '¿Qué significa esto?'. El autor de los Hechos no deja de añadir que entre los testigos del acontecimiento había también algunos que se burlaban del comportamiento de los Apóstoles, insinuando que probablemente estaban 'llenos de mosto' (Hech 2, 13).

En aquella situación resultaba indispensable una palabra de explicación. Hacía falta una palabra que esclareciese el justo sentido de lo que acababa de acontecer: una palabra que, incluso a quienes se habían reunido fuera del Cenáculo, les hiciese conocer la acción del Espíritu Santo, experimentada por los que se encontraban allí reunidos cuando vino el Espíritu Santo.

 Esta fue la ocasión propicia para el primer discurso de Pedro que, inspirado por el Espíritu Santo, hablando también en nombre y en comunión con los otros, puso en práctica por primera vez su función de heraldo del Evangelio, de predicador de la verdad divina, de testigo de la Palabra, y dio comienzo, se puede decir, a la misión de los Papas y de los obispos que, a lo largo de los siglos, les sucederían a él y los otros Apóstoles. 'Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo' (Hech 2, 14)."









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"...Un cristiano que se deja guiar y plasmar poco a poco por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, límites y dificultades, se convierte en una especie de ventana abierta a la luz del Dios vivo que recibe esta luz y la transmite al mundo..."










San Juan 20, 29:   «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»




Finalmente desearía subrayar que es en la comunidad eclesial donde la fe personal crece y madura. Es interesante observar cómo en el Nuevo Testamento la palabra «santos» designa a los cristianos en su conjunto, y ciertamente no todos tenían las cualidades para ser declarados santos por la Iglesia. ¿Entonces qué se quería indicar con este término? El hecho de que quienes tenían y vivían la fe en Cristo resucitado estaban llamados a convertirse en un punto de referencia para todos los demás, poniéndoles así en contacto con la Persona y con el Mensaje de Jesús, que revela el rostro del Dios viviente. Y esto vale también para nosotros: un cristiano que se deja guiar y plasmar poco a poco por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, límites y dificultades, se convierte en una especie de ventana abierta a la luz del Dios vivo que recibe esta luz y la transmite al mundo. El beato (San)  Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris missio, afirmaba que «la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!» (n. 2).




"...La tendencia, hoy difundida, a relegar la fe a la esfera de lo privado contradice por lo tanto su naturaleza misma. Necesitamos la Iglesia para tener confirmación de nuestra fe y para experimentar los dones de Dios..."



La tendencia, hoy difundida, a relegar la fe a la esfera de lo privado contradice por lo tanto su naturaleza misma. Necesitamos la Iglesia para tener confirmación de nuestra fe y para experimentar los dones de Dios: su Palabra, los sacramentos, el apoyo de la gracia y el testimonio del amor. Así nuestro «yo» en el «nosotros» de la Iglesia podrá percibirse, a un tiempo, destinatario y protagonista de un acontecimiento que le supera: la experiencia de la comunión con Dios, que funda la comunión entre los hombres. En un mundo en el que el individualismo parece regular las relaciones entre las personas, haciéndolas cada vez más frágiles, la fe nos llama a ser Pueblo de Dios, a ser Iglesia, portadores del amor y de la comunión de Dios para todo el género humano (cf. Const. past. Gaudium et spes, 1). Gracias por la atención.




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San Mateo 14,31  "HOMBRE DE POCA FE, ¿PORQUE DUDASTE?"


Pecados contra la Fe

El primer grupo comprende los pecados que  son una negación directa y clara de una verdad revelada o del conjunto de las verdades que la Iglesia anuncia.  En cierto sentido podríamos llamar “teóricos”, o racionales o intelectuales

El segundo grupo comprende los pecados que implican más bien una actitud, una manera de actuar frente a Dios, que son manifestación de una fe vacilante, débil, mal entendida.  Son más bien conductuales, de la praxis.



Los pecados contra la fe, pertenecientes al primer grupo son:

1. LA INDIFERENCIA: que es el rechazo o el menosprecio de las verdades reveladas por Dios y que la Iglesia, con la autoridad que le dio Jesús, proclama y anuncia.

2. LA HEREJÍA: que se entiende como la negación pertinaz, consciente e insistente, después de haber recibido el Bautismo, de una verdad que como católicos debemos creer.

3. LA APOSTASÍA: que es el rechazo total y absoluto de las verdades de la fe cristiana católica, después de haber recibido el Bautismo y de haber vivido como Bautizado.

4. EL CISMA: que es el rechazo del respeto y la comunión con el Papa, como cabeza visible de la Iglesia, o de la comunión con los demás miembros de la Iglesia, sea cual sea el objetivo que se busca o la razón que se da de ello.

5. EL ATEÍSMO: que se entiendo – en general – como el empeño en negar la existencia de Dios y de la realidad espiritual, y reducirlo todo a la mera materia, a lo material. Hay muy diversas formas de ateísmo. Al respecto, el Concilio Vaticano II nos dice:

“La palabra “ateísmo” designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios. Los hay que someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal, que reputan como inútil el propio planteamiento de la cuestión. Muchos, rebasando indebidamente los límites de las ciencias positivas, pretenden explicarlo todo sobre esta base puramente científica, o, por el contrario, rechazan sin excepción toda verdad absoluta. Hay quienes imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver con el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna, y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso. Además, el ateísmo nace a veces, como violenta protesta contra la existencia del mal en el mundo, o como adjudicación indebida del carácter absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como sucedáneos de Dios. La misma civilización actual, no en sí misma, pero sí por sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso a Dios” (Concilio Vaticano II. Constitución Dogmática sobre la Iglesia en el mundo actual “Gaudium et spes” N. 19)


6. EL AGNOSTICISMO: emparentado con el ateísmo, tiene como éste, diversos tipos y manifestaciones. En términos generales podemos decir que el agnosticismo equivale a un ateísmo práctico, porque aunque admite que Dios existe, asegura que es imposible a los seres humanos conocerlo y relacionarse con Él.




Los pecados contra la fe, correspondientes al segundo grupo son:

1. LA DESESPERACIÓN: que se entiende como la actitud de quien deja de esperar de Dios su salvación personal, el auxilio divino para llegar a ella, o el perdón de sus pecados.

2. LA PRESUNCIÓN: que puede ser de dos clases:

La primera, que se da cuando el creyente “presume” de sus capacidades, esperando poder salvarse sin la ayuda de Dios, por sus propias fuerzas y su propio mérito.

La segunda, cuando el creyente “presume” de la omnipotencia de Dios y de su misericordia, y espera obtener el perdón de sus pecados sin arrepentimiento ni conversión de su parte.

3. LA TIBIEZA: que implica una cierta negligencia para recibir y acoger el amor de Dios, y responderlo con un amor personal profundo y con una vida conforme a su Voluntad.

4. EL ODIO A DIOS: que tiene su origen en el orgullo, niega la bondad de Dios y lo rechaza porque condena y castiga el pecado de los seres humanos.

5. LA IDOLATRÍA: que es una perversión del sentimiento religioso y consiste en divinizar – darle culto, rendirle homenaje – a lo que no es Dios. El Satanismo es una idolatría, lo mismo que la divinización del poder, del placer, del dinero, de la raza, del estado, etc., tan comunes en nuestro tiempo.

6. LA SUPERSTICIÓN: que también constituye una desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que se derivan de este sentimiento. En general, el hombre y la mujer supersticiosos, dan más importancia a sus prácticas, a sus acciones de culto, a las que confieren un poder “mágico”, que a su disposición interior, al amor que tienen a Dios, a su confianza en Él, a su entrega a Él en la vivencia de los mandamientos.

7. LA ADIVINACIÓN, LA MAGIA Y EL ESPIRITISMO: cualquiera sea su forma de expresión.



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Del CEC:


Cuidemos con prudencia y vigilancia nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella. Hay diversas maneras de pecar contra la fe:

La duda voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer. La duda involuntaria designa la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de esta. Si la duda se fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu.

2089 La incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario de prestarle asentimiento. “Se llama herejía la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos” (CIC can. 751).


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San Juan 6, 67-69: "Jesús dijo entonces a los doce ¿También ustedes quieren marcharse? Le respondió Simón Pedro: Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios"











"Dejadme que sea entregado a las fieras, puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras, para que pueda ser hallado pan puro. Antes, atraed a las fieras, para que puedan ser mi sepulcro, y que no deje parte alguna de mi cuerpo detrás, y así, cuando pase a dormir, no seré una carga para nadie. Entonces seré un verdadero discípulo de Jesucristo." (Epístolas de San Ignacio a los Romanos) 













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