Evangelio según san Lucas 3,15-16.21-22:
En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».
La Presentación
Evangelio según san Lucas 2, 22-40
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: «Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz,como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvaciónque preparaste delante de todos los pueblos:luz para iluminar a las naciones paganasy gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos».
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
Jesús perdido entre los Doctores de la ley
"Después de tres días, ellos lo hallaron en el Templo.
Él estaba sentado en medio de los Doctores de la Ley."
(Lc 2, 46)
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 2,1-11
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice:
«No tienen vino».
Jesús le dice:
«Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora».
Su madre dice a los sirvientes:
«Haced lo que él os diga».
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dice:
«Llenad las tinajas de agua».
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les dice:
«Sacad ahora y llevadlo al mayordomo».
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice:
«Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».
Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.
El Misterio de la encarnación (Asunción) y el tiempo de Navidad, están en el Nucleo de los grandes y bellos misterios que orientan nuestra alma en el conocimiento del plan redentor del Señor y que sumergen en corazón y todo nuestro ser en la inagotable fuente de gracia por la que el Espíritu Santo conduce y hace vivir a los fieles en el camino de la configuración en Cristo.
Cada misterio de la vida de Cristo celebrado por la familia cristiana en la fe y la gracia de Dios en la liturgia, es un aproximarnos al Señor como los pastores, los reyes, Simeón y Ana, y los mismos doctores de la ley en el templo, que encontraron en los brazos de María Santísima a quien es la vida misma, recibiendo del corazón infante de Jesús el poder de la verdad, la grandeza del bien, la sanación y consuelo, esperanza y misericordia.
La cristiandad al vivir en la liturgia, la predicación y los preceptos de la vida, los dones del cielo y la acción del Espíritu Santo en el alma, transforma su vida, constituyéndolos en Iglesia naciente, el nuevo pueblo de Dios, la nación santa, el Cuerpo Místico del Señor.
Es claro que la celebración litúrgica tiene su referencia principal en el Kerigma, el anuncio que es también como una Epifanía, la Manifestación del Señor, como misterio que se expone a todas las naciones para atraerlos, cómo la Estrella, enseñarles como San José, protegerlos y sustentarlos como María Santísima al Niño Jesús, como don para el corazón de los que anhelan la salvación.
Manifiesta Cristo como cabeza del nuevo pueblo de Dios que se desposa con la Iglesia, sustentándola con la gracia que fluye de su Divino Corazón, para que el poder del Espíritu Santo nutra con vida divina los miembros de este cuerpo místico , por medio de los sacramentos y la oración
De quienes reconocen en El al Cordero que se inmola y da como alimento y salvación, repudiando el pecado en todas sus formas como ofensa al amor, se forma la Iglesia y la familia cristiana.
Mensaje, 25 de diciembre de 1993
“¡Queridos hijos! Hoy me regocijo con el Pequeño Jesús y deseo que la alegría de Jesús entre a cada corazón. Hijitos, con el mensaje les doy una bendición junto con mi Hijo Jesús, a fin de que la paz pueda reinar en cada corazón. Yo los amo, hijitos, y los invito a todos ustedes a acercarse a Mí por medio de la oración. Ustedes hablan y hablan, pero no oran. Por eso, hijitos, decídanse por la oración; sólo de esa manera ustedes serán felices y Dios les dará lo que ustedes buscan de El. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”
De TERTIO MILLENNIO ADVENIENTE DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
En Jesucristo Dios no sólo habla al hombre, sino que lo busca. La Encarnación del Hijo de Dios testimonia que Dios busca al hombre. De esta búsqueda Jesús habla como del hallazgo de la oveja perdida (cf. Lc 15, 1-7). Es una búsqueda que nace de lo íntimo de Dios y tiene su punto culminante en la Encarnación del Verbo. Si Dios va en busca del hombre, creado a su imagen y semejanza, lo hace porque lo ama eternamente en el Verbo y en Cristo lo quiere elevar a la dignidad de hijo adoptivo. Por tanto Dios busca al hombre, que es su propiedad particular de un modo diverso de como lo es cada una de las otras criaturas. Es propiedad de Dios por una elección de amor: Dios busca al hombre movido por su corazón de Padre.
¿Por qué lo busca? Porque el hombre se ha alejado de El, escondiéndose como Adán entre los árboles del paraíso terrestre (cf. Gn 3, 8-10). El hombre se ha dejado extraviar por el enemigo de Dios (cf. Gn 3, 13). Satanás lo ha engañado persuadiéndolo de ser él mismo Dios, y de poder conocer, como Dios, el bien y el mal, gobernando el mundo a su arbitrio sin tener que contar con la voluntad divina (cf. Gn 3, 5). Buscando al hombre a través del Hijo, Dios quiere inducirlo a abandonar los caminos del mal, en los que tiende a adentrarse cada vez más. « Hacerle abandonar » esos caminos quiere decir hacerle comprender que se halla en una vía equivocada; quiere decir derrotar el mal extendido por la historia humana. Derrotar el mal: esto es la Redención. Ella se realiza en el sacrificio de Cristo, gracias al cual el hombre rescata la deuda del pecado y es reconciliado con Dios.
El término « jubileo » expresa alegría; no sólo alegría interior, sino un júbilo que se manifiesta exteriormente, ya que la venida de Dios es también un suceso exterior, visible, audible y tangible, como recuerda san Juan (cf. 1 Jn 1, 1). Es justo, pues, que toda expresión de júbilo por esta venida tenga su manifestación exterior. Esta indica que la Iglesia se alegra por la salvación, invita a todos a la alegría, y se esfuerza por crear las condiciones para que las energías salvíficas puedan ser comunicadas a cada uno.
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Nada para mí:
Nada para mi gloria, vanidad, conveniencia, comodidad, prestigio, conveniencia, protagonismo, popularidad, proyectos, anhelos, estabilidad, bienestar, etc.
Signo de conversión, la renuncia, el gozo, el júbilo por la propia inmolación por los anhelos del Corazón Materno de María, por el Reino del Corazón del Niño Jesús.
Mensaje, 25 de noviembre de 1999
“¡Queridos hijos! También hoy los invito a la oración. En este tiempo de gracia, que la Cruz sea una señal de amor y de unidad por medio de la cual llega la verdadera paz. Por lo tanto, hijitos, oren especialmente en este tiempo para que en sus corazones nazca el Niño Jesús, creador de la paz. Sólo con la oración llegarán a ser mis apóstoles de la paz en este mundo sin paz. Por eso, oren hasta que la oración se convierta en gozo para ustedes. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Desde el principio de los tiempos, cuando Dios nos dio el tiempo, siempre ha sido tiempo de gracia. Acá nos concierne a nosotros. NOSOTROS somos los que podemos experimentar estos tiempos de manera diferente, por ejemplo en la Navidad, en la Pascua o en diferentes Festividades, a muchas personas les resulta más fácil participar de la Santa Misa, volver a la Confesión y a la oración, y luego se olvidan nuevamente por un tiempo. Pero todo es tiempo de gracia. Todos aquellos que conocen y siguen el fenómeno de Medjugorje saben eso desde el primer día hasta hoy, cada día puede ser entendido como un tiempo de gracia. ¿Cuanta alegría han tenido las personas desde que encontraron que María realmente se aparece aquí? ¿Cuánta paz y cuantas decisiones nuevas por la oración y el ayuno se han producido desde que María comenzó a aparecerse aquí? ¿Cuántas personas se han decidido a amarse y a reconciliarse especialmente por medio de la Confesión con los demás desde que María comenzó a aparecerse aquí? Todo esto es un tiempo de gracia. Hablando radicalmente, en vez de orar "Señor, ten misericordia de nosotros" deberíamos decir "Señor, danos la gracia para aceptar lo que constantemente nos ofreces". Lo que dice en la oración que María le dictó a Jelena, "Dame la gracia de ser misericordioso contigo", deberíamos ser más conscientes de que deberíamos ser misericordiosos hacia Dios y también orar por ello.
Hoy también nos queremos decidir muy conscientemente a orar junto con María para la realización de sus planes en nuestras intenciones. Oremos pidiendo la bendición de Dios... Dios, nuestro Padre Celestial, en nombre de Tu Hijo Jesús y junto con María, Reina de la Paz, te pedimos que nos des la gracia de nunca olvidar que Tu nos has creado, que nos amas, que eres misericordioso y que eres el Dios de la paz. Danos la gracia de no olvidar que en Jesucristo, nos ofreciste la salvación, la reconciliación, la liberación del pecado y de todo lo malo. Danos la gracia de abrir nuestros corazones a todo lo que Tú nos ofreces. Te pedimos que bendigas a todos aquellos que han perdido la esperanza, para que nunca olviden que Tú eres nuestro Dios de esperanza. Bendice a todos aquellos que no tienen paz, para que nunca olviden que Tú eres el Dios de la paz. Bendice a todos aquellos que tiene odio en sus corazones para que no olviden que Tú eres el Dios del amor. Bendice a todos aquellos que han perdido el propósito de sus vidas, para que nunca olviden que Tú eres el camino, la verdad y la vida. Bendice a todos aquellos que están enfermos, para que nunca olviden que Tú eres el Dios que desea curar. Bendice a todas las personas y a todas las familias, a toda la Iglesia y al mundo entero, para que nunca olvidemos que Tú eres nuestro Dios y nuestro Padre, y para que sigamos el camino de la paz contigo. Perdónanos, Oh Padre, por olvidar tan fácilmente que Tú estas con nosotros, y perdónanos porque nos resulta muy difícil olvidar lo malo, para que podamos servirte con corazones limpios. Te lo pedimos en nombre de Cristo y junto con María. ¡Bendícenos y danos paz! Amen.
Fray Slavko Barbaric, Medjugorje; 28/ Noviembre /1999